Si el Brexit está demostrando que abandonar la Unión Europea no se parece al camino prometido por los euroescépticos británicos, los actuales apuros de Emmanuel Macron en Francia demuestran que la lealtad ciega a Europa tampoco es viable. El motivo es que la arquitectura de la Unión también es muy difícil de desmontar, reformar y sostener.
La clase política británica está en el punto de mira, y lo merece, por el desastre que ha hecho con el Brexit. Pero el establishment de la UE se encuentra en aprietos similares por su estrepitoso fracaso a la hora de civilizar la Eurozona, con el espantoso resultado de una derecha xenófoba en crecimiento.
Macron era la última esperanza del establishment europeo. “Si no avanzamos, estaremos decidiendo el desmantelamiento de la Eurozona”, reconoció durante su campaña como candidato a la presidencia (y terminar con la Eurozona es el paso previo a terminar con la Unión). Sin miedo a entrar en detalles, Macron definió entonces un programa minimalista de reformas para salvar el proyecto europeo: un seguro común para los depósitos bancarios (que terminaría con el aciago y crónico círculo vicioso de bancos y estados insolventes); un tesoro común y bien dotado (que financiaría inversiones paneuropeas y subsidios de desempleo); y un parlamento mixto, con diputados nacionales y europeos (que daría legitimidad democrática a todo lo anterior).
Desde que salió elegido, el presidente francés ha intentado una estrategia en dos fases: en la primera, el objetivo era “germanizar” el mercado laboral y el presupuesto nacional de Francia (facilitando el despido de los trabajadores al mismo tiempo que introducía nuevas medidas de austeridad) para convencer a Angela Merkel, en la segunda fase, de sumar a la clase política alemana en su programa minimalista de reformas para la Eurozona.
Fue un error de cálculo espectacular, tal vez mayor aún al de Theresa May cuando aceptó el enfoque europeo de dividir al Brexit en dos fases de negociaciones: cada vez que Berlín consigue lo que quiere en la primera fase de una negociación, los cancilleres alemanes se muestran reacios o incapaces de conceder nada de importancia en la segunda.
Después de todo lo que Theresa May cedió en la primera fase (la del acuerdo de retirada), terminó la segunda etapa (la de la declaración política) sin nada tangible con lo que compensar a sus votantes. Del mismo modo, Macron ha visto cómo su programa para reformar la Eurozona se esfumaba tras sus intentos de germanizar el mercado de trabajo y el presupuesto francés. La caída en desgracia subsiguiente, a manos del movimiento de los chalecos amarillos que azuzó su campaña de austeridad, era inevitable.
Los historiadores verán en el fracaso de Macron un punto de inflexión para la UE, tal vez aún más relevante que el del Brexit porque termina con la ambición francesa de lograr la unión fiscal con Alemania. El declive de esta ambición reformista francesa es visible en el manifiesto para salvar Europa publicado esta semana por el economista Thomas Piketty y sus acólitos. El profesor Piketty lleva varios años trabajando de forma activa en programas para reformar la Eurozona (ya hubo otro manifiesto en 2014), de forma que es posible ver el efecto que han generado en sus planes los últimos acontecimientos europeos.
En 2014, Piketty presentó tres grandes propuestas: un presupuesto común para la Eurozona que se financiaría con un impuesto de sociedades armonizado y canalizaría fondos en forma de inversión, investigación y gasto social hacia los países más pobres; una puesta en común de la deuda pública, para que Alemania y Holanda ayudasen a reducir las obligaciones de Italia, Grecia y otros países con problemas similares; y una cámara parlamentaria mixta. En resumen, un proyecto similar a la recientemente eludida agenda europea de Macron.
Cuatro años después, el manifiesto de Piketty conserva la idea de la cámara parlamentaria mixta pero ha perdido toda ambición europeísta: se abandonan las propuestas de mancomunar deudas, repartir riesgos y transferir fondos. Ahora Piketty sugiere que los gobiernos nacionales acuerden recaudar 800.000 millones de euros (el 4% del PIB de la Eurozona) a través de un tipo armonizado del 37% en el impuesto de sociedades; elevar el impuesto sobre la renta para el 1% más rico; crear un impuesto sobre el patrimonio para los que tienen más de un millón de euros en activos y otro de treinta euros por cada tonelada de CO2 emitido. Todo ese dinero se gastaría dentro de los estados-nación que lo recauden, casi sin transferencias entre países. Si los recursos van a ser recaudados y gastados dentro de cada Estado, ¿para qué otra cámara parlamentaria supranacional?
La asfixia de Europa tiene que ver con bancos demasiado grandes y al borde de la insolvencia, estados con las cuentas fiscales en tensión, ahorradores alemanes molestos con unos tipos negativos que hunden sus rendimientos, y poblaciones enteras inmersas en una recesión que no termina. Son todos síntomas de una crisis financiera que lleva ya diez años y ha producido una montaña de ahorros junto a una de deudas. Es admirable la intención de cobrar a ricos y contaminantes para financiar la innovación, la inmigración y la transición verde, pero no alcanza para enfrentar la crisis específica de Europa.
Lo que Europa necesita es un 'New Deal' Ecológico, el programa que el Movimiento Democracia en Europa 2025 (DIEM25), del que soy cofundador, llevará a los votantes con la alianza Primavera Europea durante las elecciones al Parlamento Europeo del próximo verano. La gran ventaja de nuestro 'New Deal' Ecológico es que toma el ejemplo del 'New Deal' original impulsado por el presidente estadounidense Franklin Roosevelt durante los años treinta: nuestra intención es crear 500.000 millones de euros al año, sin cobrar un solo euro en impuestos nuevos, para la transición verde en toda Europa.
Así es como lo haríamos: el Banco Europeo de Inversiones (BEI) emite bonos por ese valor, con el Banco Central Europeo dispuesto a comprar todos lo que hagan falta en el mercado secundario. En un mundo desesperado por encontrar activos seguros, no hay duda de que los bonos del BEI se venderían como pan caliente. Se absorbería así el exceso de liquidez que hoy mantiene en negativo a los tipos de interés (hundiendo los rendimientos de los fondos de pensiones alemanes) y se financiaría por completo el 'New Deal' Ecológico.
Una vez restablecida la esperanza en una Europa verde y de prosperidad compartida, podremos celebrar el necesario debate sobre nuevos impuestos paneuropeos para el CO2, los ricos, las grandes tecnologías, etc... También podremos acordar la constitución democrática que Europa se merece.
Tal vez nuestro 'New Deal' Ecológico pueda incluso crear el clima para un segundo referéndum en el Reino Unido que permita a los británicos elegir unirse otra vez a una mejor Unión Europea, más justa, más verde y democrática.
Traducido por Francisco de Zárate