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Los maestros afganos piden más presión a los talibanes para que permitan educar a las niñas

Karen McVeigh

28 de agosto de 2021 22:31 h

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El único internado para niñas de Afganistán se ha trasladado temporalmente a Ruanda, según su cofundadora, unos días después de la difusión en redes sociales de un video que la mostraba quemando registros de las clases para evitar represalias de los talibanes.

Shabana Basij-Rasikh, que escapó de Kabul con 250 estudiantes y empleados, pidió al mundo que “no aparte la mirada” de los millones de niñas que quedaron atrás.

“Miren a esas niñas, y haciéndolo harán que quienes están en el poder sean responsables”, dijo Basij-Rasikh en un tuit, mientras prometía regresar a Afganistán.

Otra maestra, Pashtana Durrani, directora ejecutiva de Learn Afghanistan, que ahora se encuentra escondida, prometió “levantar un ejército, tal como hicieron los talibanes – pero el mío será de mujeres afganas educadas y con determinación”.

El liderazgo de los talibanes han intentado presentarse como algo más moderados que hace 20 años, cuando impusieron un control brutal e impidieron que las mujeres estudiaran y trabajaran. Han insistido en que las mujeres tendrán derecho a ambas cosas. Pero los testimonios de mujeres que son enviadas de sus trabajos y universidades a sus hogares están exacerbando el temor de que la realidad sea muy diferente.

Ayuda exterior como palanca

Los directores de la asistencia humanitaria han llamado a la comunidad internacional a usar la ayuda exterior como una palanca para evitar perder dos décadas de avances en la educación de las niñas obtenidos con arduos esfuerzos.

“El desafío ahora es defender lo que hemos logrado”, dice Kevin Watkins, profesor visitante en el Instituto Firoz Lajli para África y antiguo director de Save the Children.

“Los más pragmáticos en la cúpula talibana sabrán que necesitan con desesperación del apoyo internacional para responder a una posible hambruna, para brindar servicios básicos y para crear trabajos. Quienes ofrezcan ayuda deberán ahora caminar sobre la delgada línea entre demandar que los talibanes protejan la educación de las niñas y brindar asistencia financiera a las comunidades”.

La última vez que los talibanes estuvieron en el poder, en 2001, solo un 12% de las niñas de edad escolar primaria recibían algún tipo de educación, para llegar al 50% en 2015, según el análisis de las encuestas del centro de investigación Center for Global Development. En 2020, 39% (3,7 millones) de los 9,5 millones de niños que asistían a escuelas eran niñas.

Clases en casa

Watkins dijo que visitó aldeas donde los talibanes habían prohibido la creación de una escuela de niñas, pero que habían “hecho la vista gorda” ante las clases impartidas en los hogares de las maestras.

Los extraordinarios logros en la educación no fueron “empujados por decretos administrativos de un gobierno ilustrado en Kabul”, según Watkins, sino que “fueron alcanzados y defendidos a través del heroísmo silencioso de las comunidades, maestros y trabajadores de organizaciones no gubernamentales locales que han negociado con los comandantes talibanes, desafiándolos”.

Unicef llegó a un acuerdo con los talibanes en diciembre para establecer clases de primaria para 140.000 alumnos, incluyendo niñas, en áreas controladas por el grupo.

Sarah Brown, directora de la institución caritativa para las infancias Thirdworld, dice que la educación de las niñas ha mejorado exponencialmente en Afganistán.

“Los otros gobiernos no pueden dar un paso atrás y mirar cómo quitan esto, sino que deben usar el peso de su compromiso como donantes a favor de la educación de las niñas”, dice Brown. “Ya existe una guía para poner en marcha escuelas seguras con todo lo necesario”.

La semana pasada, el jefe de operaciones de campo de Unicef, Mustapha Ben Messaoud, dijo en una sesión informativa de la ONU que era optimista sobre la posibilidad de trabajar con representantes talibanes. Otros grupos internacionales informaron a The Guardian que han tenido intercambios similares con el grupo.

Pero Ashley Jackson, coordinadora del Overseas Development Institute, dice: “No sabemos cuáles son las reglas de los talibanes todavía, porque no las han anunciado. Pero la única manera de conservar los logros en la educación es hablar con los talibanes. Unicef ha dicho que es optimista. Son optimistas porque tienen que serlo. Si no tratamos con ellos, literalmente no hay esperanza”.

Heather Barr, directora asociada por los derechos de las mujeres en Human Rights Watch, dice: “Los afganos con quienes hablo dicen una y otra vez que ellos [los talibanes] intentan dar una imagen de legitimidad, pero tan pronto como la gente deje de prestar atención, volverán a ser los de siempre. Sabemos qué significó eso en la década de 1990”.

¿Acuerdos?

Cualquier influencia que pueda ejercer el mundo a través de la asistencia y la necesidad de legitimidad de los talibanes podría ser una palanca útil, según Barr. “Si las organizaciones pueden hacer acuerdos con los talibanes para que las niñas asistan a escuelas primarias, será positivo y cambiará sus vidas”. Pero también dice que podrían no ser más que vanas ilusiones.

Laurie Lee, directora ejecutiva de Care International, que educa a niños y niñas en Afganistán, dice que los gobiernos deben “confiar en las organizaciones no gubernamentales”.

“Hemos logrado administrar escuelas durante muchos años en todo Afganistán, incluyendo lugares donde antes no había escuelas”, dice Lee. “Hemos podido negociarlo con líderes locales y esperamos que eso continúe”.

Susannah Hares, directora del Center for Global Development, predice una caída enorme en la asistencia, a pesar de las afirmaciones talibanas, en escuelas mixtas. Solo el 16% de las escuelas en Afganistán son solo para niñas.

Traducción de Ignacio Rial-Schies