Manifestantes iraníes se refugian en Irak para huir de la represión y curar sus heridas

Martin Chulov / Nechirvan Mando

Erbil (Irak) —
20 de diciembre de 2022 00:35 h

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A finales de octubre, Paiman yacía en un hospital custodiado por los mismos agentes del régimen que lo habían abatido a tiros durante las manifestaciones contra el Gobierno de la tumultuosa ciudad de Mahabad. Con las piernas y el torso acribillados de perdigones, estaba confuso y agonizante por los golpes con palos de madera recibidos en la cabeza.

Paiman necesitaba un tratamiento que no iba a recibir de un régimen en el que ha escaseado la misericordia, por no hablar de las medicinas, escasea desde que empezó un levantamiento que, tres meses después, sigue representando una amenaza profunda y sostenida para los rígidos dirigentes de Irán.

De no ser por su primo y por su hermano, es posible que el destino de este veterinario de 28 años hubiera sido el mismo que el de otros manifestantes muertos en ese mismo hospital dos o tres días después de ser hospitalizados. “Pusimos en marcha una operación de rescate, lo sacamos de la cama y lo trajimos hasta aquí eludiendo los controles”, explica Aso, su hermano, desde un piso refugio en la ciudad iraquí de Erbil. “Fue un viaje por las montañas de cuatro días, en gran parte a caballo, ha sido lo más difícil que hemos hecho nunca”, dice.

Paiman y sus familiares son de los pocos manifestantes que han culminado con éxito el precario viaje desde Irán hasta la seguridad relativa de Irak, donde algunos supervivientes de la violencia del régimen iraní están intentando reagruparse. De acuerdo con las estimaciones de las autoridades kurdas en Irak, los manifestantes iraníes que han cruzado la frontera se cuentan por decenas. Según los propios manifestantes iraníes, el número de los que han hecho el viaje será de unos pocos cientos.

Una revolución

Sentado en el suelo, cubierto por una manta, con la piel pálida y la respiración entrecortada, Paiman describe la violencia creciente que las autoridades están empleando contra las manifestaciones en Mahabad, una ciudad predominantemente kurda del nordeste iraní donde no han cesado unos enfrentamientos que representan la amenaza más seria para los líderes religiosos iraníes desde que hace 43 años otra revolución los llevó al poder.

Mahsa Amini era kurda, es cierto, pero la revolución es popular y está formada por iraníes de todas las partes del país”, dice Paiman. “Hay baluchíes, azeríes, persas y otros, porque todos estamos hartos de ellos y de su represión”, describe.

“No nos equivoquemos: esto ha sido una revolución desde el primer día, no eran simplemente protestas. La misma corriente revolucionaria que la comenzó será la que la lleve hasta su final, son débiles y nos tienen miedo”, asegura en referencia a unas autoridades que siguen respondiendo con violencia a las manifestaciones diarias de disidencia.

Incluso en el exilio, los hermanos, a los que se ha unido un primo en su casa alquilada en un suburbio de Erbil, siguen temiendo que los representantes del régimen iraní puedan llegar hasta ellos. 

“Pensamos mucho en eso”, dice Paiman. “Han interrogado a mi padre en casa, pero a mi madre no la van a molestar, es mayor y de todos modos no habla persa”, explica. “Tienen muchas cosas de las que ocuparse, así que nuestra esperanza es que estén tan ocupados que no nos pongan demasiados problemas”, cuenta.

Paiman asegura que vio al agente del régimen que le disparó a menos de cinco metros de distancia. Según las radiografías, su cuerpo aún está salpicado de perdigones que no han sido extraídos. Los médicos de Erbil no tienen mucha experiencia tratando estas heridas. “Me arrastraron por las piernas hasta su coche y me quedé casi inconsciente”, dice. “Oí que uno de ellos decía que estaba muerto y que había que llevarme al hospital; lo siguiente fue despertarme allí”, recuerda.

Un apoyo más firme

Paiman, su hermano y su primo mantienen contacto con los familiares de Mahabad. Ellos les cuentan que en muchos pueblos y ciudades el ritmo de las protestas es similar al de los últimos tres meses. La violencia del régimen ha provocado la muerte de casi 600 personas y heridas a casi 10.000.

Tras la ejecución en la horca de dos manifestantes han aumentado las demandas a los líderes mundiales para que incremente su apoyo al levantamiento. “Hacemos un llamamiento a Occidente para que reconozca lo que esto significa”, apunta Aso, el hermano de Paiman. “A la gente de Reino Unido, de Francia y de Europa: compartimos vuestros valores, por favor, ayudadnos”, pide.

Otros han pedido un respaldo más firme, sin descartar el suministro de armas. Según Paiman, “es muy posible” que se convierta en un conflicto armado. “Cada miembro de la familia que ha perdido a alguien hará todo lo posible por vengar su muerte y eso puede significar tomar las armas, pero es muy difícil encontrar armas en Irán, donde no se han permitido durante 40 años”, dice.

En un lugar fuera de Erbil, Hussein Yazdanpana, el general que lidera la milicia kurdo-iraní PAK, sostiene que la región y el mundo no tienen ganas de apoyar un levantamiento contra el régimen iraní. “En otras ocasiones hemos pedido a las naciones libres y democráticas que luchan contra las dictaduras y el terrorismo la entrega de armas avanzadas para luchar contra las fuerzas terroristas iraníes y los grupos terroristas bajo el mando de la Fuerza Quds”, dijo. “Pero hasta ahora no hemos recibido ninguna respuesta positiva, ninguna”, cuenta.

“En algunos casos, la gente ha robado armas de la Guardia Revolucionaria iraní y de los oficiales de inteligencia que abrían fuego y mataban a los manifestantes”, asegura. “Pero estos casos no se han convertido en la tónica dominante del levantamiento por nuestra insistencia en seguir con las manifestaciones pacíficas y en abstenernos de luchar y de tomar las armas”, sostiene.

Traducción de Francisco de Zárate