“Tras leer su información sobre la píldora abortiva, las compré por Internet y me las tomé en casa. Han pasado quince días desde entonces, y aún sufro dolores y hemorragias que a veces son leves y a veces, intensas. Les agradecería que me dieran algún consejo sobre lo que puedo hacer para recuperarme más deprisa”.
Peg Johnston afirma que su clínica abortiva recibe un mensaje parecido todos los meses. El citado llegó el 15 de mayo, y tiene el mismo contenido que la mayoría. “Notas su desesperación cuando hablas con ellas –dice–. Son mujeres que se han quedado embarazadas, y que no quieren sentirse así. Están dispuestas a hacer lo que sea”.
A Johnston no le sorprende la situación. Ya van cinco años de leyes antiabortistas, en una oleada sin precedentes. Y, como otros activistas y defensores del derecho al aborto, se pregunta si esas leyes no habrán provocado un aumento radical de la cantidad de mujeres que intentan solucionar el problema por sus propios medios.
Es habitual que, en el sur, se encuentren con mujeres que han tomado misoprostol, un abortivo de difícil acceso en Estados Unidos, donde sólo se consigue en clínicas especializadas; pero en México es barato, y está en casi todas las farmacias. Además, la red está llena de mitos sobre los efectos de extractos de hierbas o medicamentos que se venden sin receta y que, en algunos casos, pueden tener efectos nocivos sobre la salud.
Emily Rooke-Ley, responsable de una línea directa para menores texanas que quieren abortar, habló recientemente con una adolescente que no tenía dinero para pagarse un aborto, así que optó por beberse “un montón de vitamina C”. También hay quien pregunta por productos en cuyas etiquetas se informa de que son perjudiciales para el embarazo. “Quieren saber qué pasaría si toman esto o aquello”, dice Sue Postal, quien acaba de cerrar su clínica de Toledo. Y a veces toman medidas más drásticas, como la joven que se presentó en su antigua clínica después de que su novio le pegara en el vientre con todas sus fuerzas, a petición de ella.
Hasta hace poco, los activistas contaban esas historias como advertencia sobre lo que podía llegar a pasar si las autoridades insistían en minar el derecho al aborto; pero, desde el año 2010, se han aprobado más de 300 leyes restrictivas en un total de treinta y ocho Estados, y se han cerrado docenas de clínicas abortivas en el sur, el oeste y el medio oeste del país. Ahora, la mayoría afirma que los casos anteriores han dejado de ser una excepción. Y un pequeño grupo de investigadores ha salido en su defensa.
En noviembre del año pasado, publicaron un informe donde se decía que entre 100.000 y 240.000 mujeres en edad reproductiva del estado de Texas (el más contrario al aborto) han intentado abortar por su cuenta en algún momento. “Son historias de desesperación, no de reafirmación”, dice Sarah Roberts, investigadora de la Universidad de California en San Francisco. Roberts, que ha estudiado los efectos del cierre de clínicas abortivas en el sur, se ha encontrado con mujeres que intentan poner fin a su embarazo de cualquier manera, incluso tomando dosis enormes de éxtasis. “Abren el armario del cuarto de baño y usan lo que tienen allí, o toman drogas ilegales con la esperanza de abortar”.
Siete estados han aprobado medidas contra las mujeres que pretendan abortar por sus propios medios, y treinta y siete más limitan la distribución de abortivos a las consultas de los médicos. El aborto autoinducido no es exactamente ilegal, pero las autoridades aprovechan todo tipo de leyes (contra los abusos infantiles, la práctica de la medicina sin permiso, la posesión de narcóticos, el homicidio y hasta la profanación de cadáveres) para perseguir a las mujeres que lo practican. Según Jill Adams, directora del Center on Reproductive Rights and Justice de la Facultad de Derecho de Berkeley, una mujer que intente poner fin a su embarazo podría estar violando hasta 40 leyes distintas.
El simple hecho de que se utilicen docenas de leyes estatales contra el aborto autoinducido revela la gran variedad de métodos que usan las mujeres; métodos que no son siempre eficaces. Sin embargo, casi todos los activistas, así como muchos investigadores, sospechan que la inmensa mayoría intenta conseguir medicamentos para abortar.
El efecto de Internet
June Ayers, directora de una clínica de Montgomery (Alabama), cuenta que, en los viejos tiempos, las mujeres llamaban para preguntar si se podían duchar con Sani-Flush (un producto de limpieza), y que ahora llaman para informarse sobre sitios de Internet donde puedan comprar píldoras. “Ayer mismo, me llamó una que necesitaba información al respecto. Parecía completamente desesperada, y quería saber si podía conseguir lo que buscaba en alguna página web”.
En marzo, Seth Stephens-Davidowitz, un economista que hace estudios sociológicos a partir de las búsquedas de Google, informó de que las consultas sobre el aborto, que se habían mantenido estables en el periodo 2004-2008, aumentaron al principio de la recesión y subieron otra vez (un 40%) en el año 2011, cuando empezó la nueva oleada de medidas restrictivas. Durante el año 2015, hubo 160.000 búsquedas relacionadas con formas de conseguir medicamentos abortivos sin pasar por las clínicas, y decenas de miles sobre remedios caseros.
Los sitios web dedicados a la venta de medicamentos al por menor dicen que han notado el impacto. Uno de los más conocidos es safe2choose.org, organización sin ánimo de lucro que no hace envíos a EEUU; sin embargo, el administrador de la página afirma que una quinta parte del tráfico que tuvieron en abril procedía del país mencionado: las visitas de California supusieron el 8% del total estadounidense y las de Texas, un 13%. Cabe añadir que los cinco países que originan más tráfico en howtouseabortionpill.org, organización hermana de safe2choose.org son, por este orden, Irán, Vietnam, Nigeria, Estados Unidos y Kenia.
Women on Web, una ONG que envía medicamentos a países donde el aborto es ilegal –lo cual excluye a Estados Unidos–, recibió 620 consultas de ciudadanas estadounidenses a lo largo del año 2015. Rebecca Gomperts, fundadora de la asociación, añade que la mayoría parecían ser mujeres pobres que ni siquiera se podían pagar un aborto.
No hay datos estadísticos sobre la cantidad de mujeres que consigue las píldoras; pero muchas de ellas se dirigen a personas como Johnston en busca de consejo, creándoles un dilema moral. Cuando los medicamentos proceden de fuentes dudosas, no hay garantía alguna de que sean lo que dicen ser. Pero Johnston se encuentra entre las que creen que, si una mujer está tan desesperada como para comprar abortivos por Internet y tomárselos, no tiene sentido que se les niegue la información: “En tales circunstancias, nos sentimos obligadas a dirigirlas a la mejor fuente que se pueda conseguir”.
La National Network of Abortion Funds, un grupo de ONG que presta ayuda económica a mujeres que carecen de recursos para abortar, mantiene una página web donde se explica cómo acceder al misoprostol en México y el aspecto que debe tener (en Centroamérica se vende como tratamiento contra la úlcera de estómago). Además, la página ofrece instrucciones detalladas sobre la forma de tomar las píldoras en casa.
Otras mujeres acuden a métodos cuya eficacia está por demostrar. La doctora Blair Cushing, quien trabajó en distintos puestos de una clínica de planificación familiar de Texas, declaró recientemente en el Capitolio del estado que la clínica notó un aumento sustancial de abortos autoinducidos después de que las autoridades aprobaran una de las legislaciones más restrictivas del país. Cushing menciona a una de sus primeras pacientes, una quinceañera que había intentado abortar por sus propios medios. Al examinarla, pensó que tenía síntomas de haber sufrido abusos sexuales; pero su supervisor la sacó del error cuando extrajo una masa de material orgánico que bloqueaba su instrumental.
“Era como una bola de césped sucio”, dice. Al parecer, le habían asegurado que se podía provocar un aborto si se metía determinadas hierbas en la vagina.
Preguntas sin respuesta
Aunque los defensores del derecho al aborto consideren que hay una explosión de intentos de aborto autoinducido, se sigue sin conocer la cantidad, los grupos sociológicos y el grado de éxito de las mujeres involucradas.
Daniel Grossman, uno de los autores del informe texano donde se decía que entre 100.000 y 240.000 mujeres habían intentado abortar por su cuenta, busca respuestas desde hace años. Durante su investigación, ha descubierto que muchas optan por ese camino porque no tienen dinero para abortar de otro modo o piensan que no se lo pueden permitir. También hay mujeres que lo hacen porque prefieren abortar en casa, porque desconfían de los médicos o porque su cultura las lleva a los métodos que practicaban tradicionalmente las mujeres de su comunidad. En cualquier caso, las inmigrantes son el subgrupo mayoritario; y no sólo en los Estados fronterizos de EE.UU., sino en todo el país.
Pero la investigación tiene sus límites. El informe texano, que no incluye datos sobre la cantidad anual de intentos de aborto autoinducido, tampoco indica si dicha cantidad ha variado con el tiempo ni ofrece ninguna cifra concluyente. Se realizó a partir de una encuesta donde se preguntaba a las mujeres si conocían a alguien que hubiera pasado por esa situación.
“Son preguntas muy difíciles de responder con precisión –afirma Liza Fuentes, la investigadora del Ibis Reproductive Health que supervisó el estudio–. Desconocemos sus historias y su grado de éxito”. Sin embargo, Fuentes y Grossman coinciden en que la extensión del problema no se debe a que un sector grande de la población femenina prefiera hacer las cosas a su modo.
Los investigadores se han puesto a buscar su Santo Grial: el porcentaje absoluto de personas que han intentado abortar por sus propios medios. Gracias a una encuesta de carácter nacional, se sabe que el 1,2% de las pacientes que pasaron por clínicas abortivas en el año 2008 y el 1,3% de las que lo hicieron un año después habían tomado misoprostol antes de acudir a dichos centros. Pero la encuesta del Guttmacher Institute, asociación que defiende el derecho al aborto, sólo se refiere a mujeres que acudieron a establecimientos oficiales.
En el informe de Grossman se afirma que la cantidad de mujeres texanas que han optado alguna vez por el aborto autoinducido puede ser de hasta el 4,1%. Y, según una encuesta en la que él mismo participó (correspondiente a los años 2008 y 2009), asciende al 4,5% entre las mujeres que pasaron por clínicas de atención primaria en Nueva York, San Francisco y Boston. Pero Grossman matiza que no es un muestreo representativo, sino “un ejemplo útil”.
En opinión de Roberts, la cifra real podría ser superior. Es una conclusión extraída de su proyecto actual, que lleva a cabo en Luisiana: una investigación a largo plazo que pretende determinar si las restricciones del derecho al aborto obligan a las mujeres a seguir con su embarazo o sólo aplazan su decisión de abortar. Roberts puntualiza que trabaja con un grupo pequeño de mujeres, pero añade que, por lo visto hasta ahora, entre el 2 y el 8% de las personas que entrevistará habrán intentado abortar al menos una vez y por sus propios medios en algún momento.
Los resultados de sus investigaciones anteriores apoyan el argumento de que las políticas contrarias al aborto no disuaden a las mujeres que quieren abortar. “No hemos descubierto nada que indique lo contrario –afirma–. En general, cuando una mujer está decidida a abortar, encuentra el modo”.
Traducción de Jesús Gómez