La mejor profesora del mundo es palestina

The Guardian

Harriet Sherwood - Ramallah —

Cuando Hanan al-Hroub regrese a su clase el domingo tras una semana de ausencia, cargada con marionetas, pinzas de madera para tender la ropa, coches de juguete y pelucas de payaso, también llevará un trofeo con su nombre inscrito. Es la ganadora de la última edición del premio a la mejor profesora del mundo, valorado en un millón de dólares. 

“Mostraré el trofeo a mis chicos”, explica esta profesora de 43 años desde su casa en Ramallah: “Mis estudiantes son los verdaderos ganadores de este premio. Son mi fuente de inspiración”. 

La semana pasada, Hroub ganó un premio que se considera el Nobel de la enseñanza. Competía con otros 8.000 docentes, y en una fase final con nueve, de Estados Unidos, Japón, Australia, Finlandia, Pakistán e India. “Y Palestina”, señala con orgullo.

En el marco de la ceremonia de entrega, celebrada en Dubai, se proyectaron vídeos del papa Francisco, el duque de Cambridge y Bill Clinton rindiendo homenaje a una mujer que creció en un campamento de refugiados en Belén y que decidió dedicar su vida a la docencia después de que unos soldados israelíes dispararan a dos de sus hijas. 

Sus simpatizantes siguieron la ceremonia gracias a una pantalla gigante instalada en el centro de Ramallah. Cuando el papa Francisco pronunció el nombre de Hroub, la multitud estalló en aplausos y ondeó la bandera de Palestina. Los hijos mayores de la profesora se encontraban entre la multitud. “Estuvimos orando y más tarde, lloramos”, explicó uno de ellos. 

El jurado la eligió después de que la profesora participara en una sesión práctica en la que mostró su método para “jugar y aprender”. 

Hroub trabaja en la escuela Samiha Jalil en al-Bireh, situada en las afueras de Ramallah. En declaraciones a The Guardian, la profesora ha explicado que sus alumnos, que tienen entre seis y diez años, viven en un ambiente donde la violencia es endémica. A menudo, son problemáticos, inestables y manipuladores, algunos incluso son violentos. “Fuera del aula solo se respira violencia, y es por este motivo que intento que en mi clase reine la paz, la armonía y la seguridad”, ha subrayado.

A menudo se presenta ante los alumnos con una peluca de payaso y una nariz roja para explicarles mediante juegos la importancia de colaborar y de trabajar en equipo, y de la confianza y el respeto. También los recompensa cuando se portan bien. Ha escrito un libro sobre su método de enseñanza, con el título Jugamos, aprendemos

La tragedia y el renacer

Hroub o empezó a trabajar como profesora hasta 2007. Cuando terminó la secundaria no pudo cumplir con su sueño de ir a la universidad, ya que durante la primera intifada (que tuvo lugar entre 1987 y 1993) todos los centros universitarios en Palestina cerraron sus puertas. Se casó y tuvo cinco hijos.

En 2000, cuando su hijo más pequeño ya iba a la escuela, Hroub decidió proseguir sus estudios, a tiempo parcial, y se matriculó en la Universidad de Al-Quds. Unos meses más tarde, soldados israelíes dispararon a su marido Omar y a dos de sus hijas en un punto de control cerca de Belén. Omar recibió un disparo en el hombro y las dos niñas quedaron muy traumatizadas. 

“Este incidente me cambió la vida. Nos quedamos conmocionados. Mis hijos no estaban bien y los profesores no sabían cómo lidiar con su trauma. Fue entonces cuando decidí dedicar mi vida a la enseñanza”.

Compaginó sus obligaciones familiares con los estudios y cinco años más tarde se licenció. Ahora gana unos 578 euros al mes. Coincidiendo con el viaje de Hroub a Dubai los profesores palestinos salieron a la calle para pedir un aumento de sueldo.

“Yo trabajo en una escuela pública, es una buena escuela pero no tenemos muchos recursos”, explica. “Cuando necesito algo, yo misma lo busco. No tenemos un presupuesto para material. Pero el aula es mi segundo hogar y los niños son parte de mi familia”:

Una reacción a la violencia

Hroub rechaza las acusaciones israelíes de que en las escuelas palestinas se incita al odio contra Israel. “Mi mensaje a todos los que hacen estas acusaciones es que debemos alejar a los niños de la violencia. Tuve una infancia muy dura y no quiero que mis alumnos pasen por lo mismo. Una vez se inicia un ciclo de violencia es muy difícil pararlo”, subraya.

“A los niños les afecta mucho el ambiente. Las muestras de violencia de muchos niños palestinos no son más que una reacción a la violencia que les rodea. Quiero proporcionarles un entorno educativo seguro. No puedo cambiar la situación, pero sí puedo ser una buena influencia para ellos. Esta es mi filosofía de vida”. 

En su piso de Ramallah, las cajas con sus “instrumentos de enseñanza” están apiladas en un rincón. Una de sus hijas nos muestra el trofeo a la mejor docente del mundo, una silueta con el rostro de una mujer, con estrellas colgadas de su pelo. Debajo del nombre de Hroub se puede leer: “En reconocimiento a sus logros excepcionales en el aula y fuera de ella”.

Omar, el marido de la profesora, explica que siempre supo que iba a ganar. “Tenía una confianza absoluta y al final me dieron la razón. Su veredicto me hizo muy feliz”, indica, sentado en el sofá del salón junto con cuatro de sus hijos. Sus hijas gemelas se acaban de licenciar en Derecho, otra de sus hijas es contable, uno de los chicos trabaja como cocinero y el más pequeño estudia arquitectura.

En el discurso que pronunció en Dubai, Hroub, que lució un vestido bordado tradicional de Palestina, indicó: “Estoy orgullosa de ser una profesora palestina y de estar aquí hoy ante ustedes. Este premio supone una victoria para todos los profesores y muy especialmente para los palestinos. Cada día que pasa, la labor de los docentes adquiere una mayor importancia en un mundo que se pregunta qué futuro quiere para sus niños”.

Tiene intención de destinar el millón de dólares, que se lo entregarán a lo largo de diez años, a un programa de ayuda a los jóvenes que quieran formarse como profesores y a programas de formación de profesores que quieran aprender su método. Una de las condiciones del premio es seguir impartiendo clase durante cinco años, un requisito que ella está feliz de poder cumplir.

Traducción de Emma Reverter