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La mentira de la austeridad ya no se sostiene

Desde que los bancos sumieron al mundo occidental en el caos económico, se nos ha dicho que sólo los recortes nos podían salvar. Cuando los conservadores y los liberal-demócratas formaron su coalición para la austeridad en 2010 le dijeron al electorado –en un tono apocalíptico– que sin las tijeras de los recortes de George Osborne, Reino Unido seguiría el camino de Grecia. Se cansaron de utilizar la metáfora, sin ningún valor económico, de comparar el país con la economía familiar: una familia no puede gastar de más si está endeudada, así que lo mismo se aplica a una nación. Así se popularizó esta falacia ideológica.

Pero ahora, gracias a Portugal, sabemos que el experimento de la austeridad que impusieron en Europa estaba destinado a fallar. Portugal fue una de las naciones europeas más golpeadas por la crisis económica. Tras un rescate a manos de los organismos internacionales, incluido el Fondo Monetario Internacional, los acreedores le exigieron estrictas medidas de austeridad que Lisboa puso en práctica con entusiasmo durante la etapa del Gobierno conservador. Privatizaron los servicios públicos, subieron el IVA, añadieron un impuesto a la renta, recortaron los salarios públicos y las pensiones, redujeron beneficios sociales y extendieron la jornada laboral.  

En un período de dos años, el gasto en educación se redujo en un devastador 23%. También sufrieron la sanidad y la seguridad social. Las consecuencias humanas fueron nefastas. El paro llegó al 17,5% en 2013; en 2012 aumentaron un 41% las quiebras de empresas; y aumentó la pobreza. La lógica decía que todo esto era necesario para curarse de la enfermedad del derroche.

A finales de 2015 terminó el experimento. Llegó al poder un nuevo gobierno socialista, con el apoyo de todos los partidos de izquierda más radicales. El primer ministro, António Costa, prometió “pasar la página” de la austeridad y afirmó que el país había retrocedido tres décadas. La oposición predijo un desastre. “Economía vudú”, la llamaron. Quizás necesitarían otro rescate, con la consecuente recesión y mayores recortes que antes.

Después de todo, había un precedente: hacía pocos meses que Grecia había elegido a Syriza y las autoridades de la UE no estaban de humor para permitir que ese experimento saliera bien. ¿Cómo podría Portugal evitar su propia tragedia griega?

El razonamiento económico del nuevo gobierno portugués estaba claro: los recortes reducían la demanda. Para poder lograr una verdadera recuperación económica, había que aumentar la demanda. El Gobierno prometió elevar el salario mínimo, echar atrás los aumentos de los impuestos regresivos, devolver los salarios públicos y las pensiones a sus niveles anteriores a la crisis —los salarios de muchos se habían reducido en un 30%— y reinstalar cuatro días de fiesta nacional que habían sido cancelados. Se aumentaron las ayudas de seguridad social para las familias de bajos ingresos, mientras que se aplicó un impuesto al lujo a propiedades de un valor mayor a 600.000 euros.

El desastre que auguraron no sucedió. En otoño del 2016, un año después de asumir el poder, el Gobierno presumía de crecimiento económico y del aumento del 13% en inversiones empresarias. Este año, las cifras demuestran que el déficit se ha reducido a la mitad, al 2,1%  —el número más bajo desde el regreso de la democracia al país hace cuatro décadas—. De hecho, es la primera vez que Portugal ha podido cumplir con las imposiciones fiscales de la eurozona. Mientras tanto, la economía ha tenido un crecimiento continuo durante 13 trimestres.

Durante los años de recortes, las organizaciones benéficas advertían sobre la “emergencia social”. Ahora, el Gobierno portugués puede funcionar como modelo para el resto del continente. “Europa eligió el camino de la austeridad y tuvo resultados mucho peores”, declaró el ministro de Economía Manuel Caldeira Cabral. “Lo que estamos demostrando es que con políticas que recuperan el poder adquisitivo de la población de forma moderada, aumenta la confianza y vuelven las inversiones”, añadió.

Portugal ha aumentado el gasto público, ha reducido el déficit, atacado el desempleo y ha logrado un crecimiento económico sostenido. Nos decían que una cosa así era imposible y casi delirante. Y así los trabajadores británicos han soportado los mayores recortes de salarios desde el siglo XIX, mientras que el Gobierno de coalición no pudo siquiera cumplir con la meta de erradicar el déficit en 2015. ¿Por qué? En parte, porque los bajos salarios significan menos impuestos, más ayudas públicas a los bajos ingresos y que los trabajadores gasten menos dinero. Portugal está aumentando el consumo, mientras que los conservadores británicos lo aniquilaron.

El éxito de Portugal es a la vez inspirador y frustrante. Todo el sufrimiento que ha pasado Europa, ¿y para qué? ¿Qué pasa con Grecia, donde más de la mitad de la población joven está en paro, donde diezmaron la sanidad pública, donde aumentó la mortalidad infantil y la tasa de suicidios? ¿Qué pasa con España, donde cientos de miles de personas fueron desahuciadas de sus hogares? ¿Y qué pasa con Francia, donde la inseguridad económica le echó leña al ascenso de la extrema derecha?

Portugal y Reino Unido además ofrecen lecciones para la socialdemocracia. Tras el derrumbe financiero, los partidos socialdemócratas recibieron a la austeridad con los brazos abiertos. ¿Y cuál fue el resultado? El colapso político. En España, el apoyo a los socialistas cayó del 44% a alrededor de la mitad, mientras que la izquierda radical de Podemos se quedó con sus votos. En Grecia, Pasok prácticamente ha desaparecido como fuerza política. En Francia, los socialistas lograron poco más del 6% en la primera ronda de las elecciones presidenciales de este año. Y este año, en los Países Bajos, el partido laborista pasó de obtener el 25% de los votos a menos del 6%.

Por el contrario, los dos partidos socialdemócratas que han decidido alejarse de la austeridad —en Portugal y en Reino Unido— están obteniendo mejores resultados que casi todos sus homólogos europeos. De hecho, los sondeos muestran que los socialistas de Portugal sacan 10 puntos de ventaja a la derecha del país.

En Europa, se ha justificado la austeridad con el mantra “no hay otra alternativa”, con el propósito de llevar a la población a un estado de sumisión: debemos ser adultos y vivir en el mundo real de una vez.

Portugal ha demostrado rotundamente que es mentira. La izquierda europea debería utilizar el ejemplo de Portugal para remodelar la Unión Europea y poner fin a las medidas de austeridad en la eurozona. En Reino Unido, el laborismo puede darse ánimos para romper con el orden económico de los conservadores.

Durante toda la década perdida europea, millones de nosotros sosteníamos que tenía que existir una alternativa. Ahora sabemos que la hay.

Traducido por Lucía Balducci