Una semana después de que dos terremotos de magnitud 7,8 y 7,6 arrasaran franjas del sur de Turquía y el norte de Siria, cientos de miles de personas están durmiendo a la intemperie con temperaturas que suelen caer bajo cero.
En la provincia meridional turca de Hatay –una de las zonas más afectadas por el seísmo y donde, según algunos ciudadanos, los equipos de emergencia tardaron días en llegar– muchas de las personas que se quedaron sin un sitio a donde ir están durmiendo en sus coches o en tiendas improvisadas bajo los puestos de los mercados.
En el discurso que pronunció el miércoles desde la ciudad de tiendas de campaña improvisada en Kahramanmaras, cerca del epicentro, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan dijo que el Estado proporcionaría ayuda inmediata a los desplazados. También aseguró que aquellos cuyas casas quedaron destruidas por el seísmo o que no sabían si era seguro regresar serían alojados en hoteles. “No podemos permitir que nuestros ciudadanos se queden en la calle”, dijo.
Según el vicepresidente del país, Fuat Oktay, hay más de un millón de personas viviendo en campamentos improvisados con tiendas de campaña. Por la noche, la temperatura desciende hasta los 9 ºC bajo cero.
La situación es peor en Siria. “El terremoto puede haber dejado a 5,3 millones de personas sin hogar en Siria”, dijo durante una rueda de prensa la representante para Siria del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, Sivanka Dhanapala. “Es una cifra enorme y afecta a una población que ya sufría desplazamientos masivos”, indicó.
Promesas de reconstrucción
En la ciudad turca de Adana, supervivientes se agolpan en torno a una máquina para cargar teléfonos y voluntarios reparten sopa caliente en lo que antes era un mercado al aire libre del barrio de Çukurova. Sentada junto a un parque infantil, Tülin ÇiroÄlu asegura estar agradecida por los voluntarios. “Dios bendiga a nuestra gente, dieron comida y mantas a todo el mundo, nunca nos dejaron sin comer”, cuenta frente a la tienda de campaña a la que ahora llama hogar.
En los días posteriores a los terremotos, ÇiroÄlu, su marido y su hijo se refugiaron en una mezquita. A pesar de los escasos daños visibles en su casa, teme regresar a ella por la posibilidad de que se derrumbe. “Llevo tres días buscando casa, hace dos días pregunté por un alquiler pero era demasiado caro, no podemos permitírnoslo”, relata. “Ahora los propietarios exigen precios desorbitados”, asegura.
Mientras recorría las ciudades en ruinas, Erdogan repitió la promesa de que la reconstrucción sería rápida. “Hemos planeado reconstruir cientos de miles de edificios”, dijo durante su visita a Diyarbakır, en el este de Turquía. ''Empezaremos a dar pasos concretos en pocas semanas“, apuntó . Días antes, había prometido que todos los edificios destruidos de una vasta franja del sur de Turquía se reconstruirían en el plazo de un año, una promesa que parece lejana con las autoridades aun examinando las altísimas pilas de escombros.
En 1966, Avni Bulut fue rescatado con vida de debajo de un edificio tras el terremoto que sacudió ese año la ciudad turca de Varto. 57 años después, otro seísmo le ha hecho vivir con su familia en una tienda de campaña en Çukurova. “Tenemos buenas condiciones aquí, con acceso a comida, aseo y electricidad, pero hace dos días fui a Ä°skenderun para asistir al funeral de un pariente que murió en el terremoto y apenas había tiendas de campaña”, indica.
“Nos iríamos de aquí si nos dijeran que nuestra casa es segura. Si no, no sé qué hacer, no tenemos más remedio que quedarnos aquí, no podemos permitirnos trasladarnos. Tengo un hijo en Esmirna, quizá pueda ir allí”, añade.
El riesgo de volver a casa
Otros hablan de asumir el riesgo de regresar a casa, aunque la vivienda presentara daños peligrosos, porque no tienen otro lugar donde quedarse. “No podíamos quedarnos en tiendas de campaña, por la noche hace frío, tengo un bebé pequeño y si dormimos en una tienda pasa frío, por eso tuvimos que regresar a casa”, explica Buse Ersoy, que desde el terremoto se ha quedado en su coche y en casas de parientes.
Ersoy sigue sin saber si su casa es segura porque los trabajadores de emergencia de la agencia turca de gestión de catástrofes AFAD aún no la han inspeccionado. En su familia dicen que los cables del ascensor del edificio se han roto y que es posible distinguir varias fracturas. “¿Qué hacemos? No teníamos adonde ir, tuvimos que regresar a nuestra casa”, apunta. Cuenta que sus padres tienen que dormir en la sala de conferencias de un hotel en Adana junto a otras 25 personas.
Según los médicos y las autoridades, más de 31.000 personas han muerto en Turquía y 3.500 en Siria, con lo que el total de fallecimientos confirmados supera los 35.000. La estimación del jefe de ayuda de la ONU, Martin Griffiths, es que esa cifra de muertos se multiplique por dos, como mínimo.
Traducción de Francisco de Zárate.