“Se hace la moderada pero guiña el ojo a los que no lo son en absoluto”: las múltiples caras de Giorgia Meloni
Solía ser difícil encontrar a un italiano que admitiera que le gustaba Giorgia Meloni. Incluso después de que su partido, Fratelli d'Italia (Hermanos de Italia), triunfara en las elecciones generales de septiembre del año pasado –dando inicio al Gobierno de derechas más extremo desde la Segunda Guerra Mundial en Italia–, la inquietud era tal que algunos de los que habían votado por ella se sentían demasiado avergonzados para admitirlo abiertamente.
Un año después, ese velo de vergüenza se ha caído. Meloni, que al principio se describía como una underdog [término usado especialmente en política o deportes para referirse a una persona o equipo que tiene pocas posibilidades de salir victorioso] que había luchado contra viento y marea para convertirse en la primera mujer jefa de Gobierno en Italia, se ha transformado en una de las políticas más poderosas de Europa.
Cuando se les pregunta cuál es su opinión actual sobre ella, son muchos los italianos que ya no mencionan los vínculos pasados de Meloni con el neofascismo o sus fuertes críticas hacia los inmigrantes, las personas LGTBIQ+ o cualquier otro sujeto que interfiera con su autoproclamada visión de una Italia cristiana y patriótica.
“Se ha ido ablandando”, dice Matilde Palazzo, propietaria de un pequeño negocio en Roma. “Sí, está rodeada de personajes cuestionables, pero la gente se ha dado cuenta de otra cosa: tras años de gobiernos inútiles, están viendo cierta estabilidad. Incluso tengo clientes de izquierdas que me dicen: ‘En general, me gusta bastante’”.
“Lavado de cara”
Sin embargo, a medida que su popularidad trasciende las fronteras de su base ultraderechista, la aparente metamorfosis de Meloni no resulta del todo clara, lo que deja a muchos luchando por descifrar quién es en verdad.
Meloni, de 46 años, ha adoptado un tono tranquilizador y pragmático tanto en Europa como fuera de ella. Se ha mostrado inquebrantable en su apoyo a Ucrania, al tiempo que se posiciona como defensora de grandes acuerdos en África, ya sea energéticos o, los más polémicos, migratorios.
La otrora admiradora de Donald Trump y Vladímir Putin ha encontrado nuevos amigos en Joe Biden y Volodímir Zelenski. Ha estrechado lazos con Rishi Sunak, su relación con Emmanuel Macron se ha vuelto más cordial y a menudo se le ve trabajando junto a Ursula von der Leyen.
Sin embargo, al mismo tiempo Meloni ha profundizado sus relaciones con sus aliados de extrema derecha en Europa. Animó a Vox antes de las elecciones españolas de julio (“Ha llegado la hora de los patriotas”, dijo). La semana pasada se reunió con su homólogo y aliado húngaro, Viktor Orbán, en Budapest, donde habló de defender la familia “tradicional” y a Dios por el bien de la humanidad.
En su país, la coalición gobernante de Meloni ha recortado las prestaciones a las personas con rentas bajas o en paro, ha promulgado normas estrictas contra los barcos de rescate de las ONG y las familias homoparentales y ha ampliado la prohibición de la maternidad subrogada para penalizar a los italianos que recurran a este método en el extranjero.
Luisa Rizzitelli, feminista y activista LGTBIQ+, dice que el “lavado de cara” de Meloni ha hecho que la gente olvide el pasado más extremista de la primera ministra.
“Tiene mucha astucia en su manera de hacer las cosas, incluso cuando sigue sus instintos naturales”, afirma Rizzitelli. “Pero el impacto de sus políticas resulta peligroso, porque está normalizando ciertas cosas. Su estilo ha cambiado por completo: parece menos agresiva y más orientada hacia una derecha blanda, lo que le da poder para influir en la opinión pública sobre políticas que son realmente peligrosas”.
Sandro Gozi, eurodiputado y exministro para los Asuntos Europeos, explica que Meloni llegó al poder con dos importantes “salvavidas”. El primero fue una estructura presupuestaria elaborada en su mayor parte por el ex primer ministro Mario Draghi, que calmó a los mercados financieros, al menos durante 2023. La segunda fue su apoyo a Ucrania, una postura que ha tranquilizado a Estados Unidos, a pesar de las diferencias sobre el tema con sus socios de coalición.
Además, Meloni debe actuar con cautela ante Bruselas para garantizar que Italia reciba los miles de millones de euros del Plan de Recuperación de la UE para hacer frente a las secuelas socioeconómicas de la pandemia del coronavirus. Italia se aseguró el mayor porcentaje de ayudas en 2020, a pesar de la fuerte oposición de los Estados miembros del norte de Europa.
Según Gozi, “Meloni es una política muy astuta, pero también muy orgullosa. Necesita reconocimiento en la escena internacional, pero sólo actúa como líder mundial cuando es necesario. Es una fachada. En cualquier otro momento, muestra quién es realmente: una líder ideológica y muy de extrema derecha”.
“Se entrega por completo a todo”
Nacida en Roma en 1977, Meloni trazó su trayectoria política desde el barrio obrero de Garbatella, tradicionalmente de izquierdas, donde a los 15 años se afilió a las juventudes del Movimiento Social Italiano (MSI), un partido neofascista creado en 1946 por partidarios del dictador Benito Mussolini.
En su biografía, Io Sono Giorgia (Yo soy Giorgia), cuenta que se sintió instintivamente atraída por la agrupación, hallando solidaridad en una comunidad muy unida, aunque marginada, de militantes a menudo descritos como malvados o violentos, que dedicaban todo su tiempo a la política en lugar de a ir de discotecas o de compras como el resto de sus pares.
Allí conoció a Nicola Procaccini, actual eurodiputado de Fratelli d'Italia y vicepresidente de Meloni del partido Conservadores y Reformistas Europeos (ECR).
“Nunca he conocido a nadie tan estudioso. La llamamos ‘la friki’ en broma”, dice Procaccini. “Se entrega por completo a todo, siempre transmite la sensación de que es la noche previa a un examen. Ese es el secreto de su éxito. Es alguien con los pies en el suelo: supera los desafíos, pero siempre está consciente de que hay un reto mayor por venir”.
Más tarde, Meloni pasó a dirigir el ala juvenil de Alianza Nacional, el partido surgido del MSI que formó parte de la coalición gobernante durante los tres mandatos del difunto Silvio Berlusconi. Dos años después, se convirtió en la vicepresidenta adjunta más joven de la Cámara de Diputados y, en 2008, fue nombrada ministra de Juventud, durante el último Gobierno de Berlusconi. En 2012, fundó Fratelli d'Italia.
Meloni llevó al partido, que había obtenido menos del 4% en las elecciones generales de 2018, a transformarse en la mayor fuerza política de Italia, con resultados en las encuestas cercanos al 30%.
En su libro, Meloni se describe a sí misma como una niña irascible y a la defensiva, cuya determinación para defenderse de los enemigos fue espoleada por un grupo de chicos que no le permitieron participar en un partido de vóley playa porque era “demasiado gorda”.
Entre las cualidades que más impresionan a Procaccini del liderazgo de Meloni se encuentra “la imparcialidad con que trata a sus adversarios”. Procaccini invoca la figura casi “paternal” que Meloni encontró en Fausto Bertinotti, que fue líder del partido Refundación Comunista y presidente de la Cámara de Diputados cuando ella era vicepresidenta. “Me enseñó mucho sobre la capacidad de Giorgia para ir más allá de las fronteras ideológicas, para hacerse apreciar por lo que es, incluso por aquellos cuyas ideas políticas están muy alejadas de las de ella”, explica Procaccini.
Durante los primeros meses de su Gobierno, Meloni fue elogiada incluso por un rival de izquierdas, Enrico Letta, ex primer ministro y exlíder del Partido Democrático (PD), que dijo de ella que era “mejor de lo esperado”. Stefano Bonaccini, presidente de la región de Emilia Romaña, fue criticado por miembros del PD tras reconocer que Meloni era “capaz”.
Bonaccini vivió la experiencia de primera mano de trabajar con Meloni cuando su región, una de las pocas de Italia en las que aún gobierna la izquierda, fue devastada por las inundaciones del pasado mayo. “Construimos una relación muy franca, cordial y, además, respetuosa”, asegura.
Sin embargo, añade, el Gobierno ha “desperdiciado” dos meses en nombrar a un inspector que supervisara la reconstrucción de la región, al tiempo que se producía un grave retraso en la financiación de las obras. Y, aunque Bonaccini reconoce la capacidad de liderazgo de Meloni, se muestra escéptico sobre la competencia de su Gobierno.
Además, su círculo cercano es motivo de preocupación. El año pasado, cuando se acercaba a la cúspide del poder, Meloni declaró que su partido había “entregado el fascismo a la historia décadas atrás”. Pero, haciéndose eco del régimen fascista de Mussolini, Francesco Lollobrigida, ministro de Agricultura italiano y cuñado de Meloni, fue acusado este año de supremacía blanca tras alertar de que los italianos corrían el riesgo de “sustitución étnica”. La declaración se produjo en el marco de un debate sobre la inmigración y el descenso de la tasa de natalidad en Italia.
Ignazio La Russa, presidente del Senado italiano, es un coleccionista de reliquias fascistas, mientras que otros cargos del partido provienen de la época de Meloni como militante de las juventudes del MSI. El logotipo de Fratelli d'Italia incluye la llama tricolor fascista del MSI.
Bonaccini afirma: “No creo que ella sea fascista. El problema está en una facción de su partido, muy pocos toman distancia de ese pasado”. Considera que el peligro reside más bien en la vena autoritaria del Gobierno, que se manifiesta sobre todo en su influencia sobre la radiotelevisión pública Rai, donde algunos han afirmado que la administración nombrada por Meloni quiere “tomar el control” y “cambiar la narrativa hacia su manera de pensar”.
Los periodistas que critican al Gobierno han sido objeto de represalias legales. Meloni apenas ha dado ruedas de prensa desde principios de marzo, días después de que al menos 94 personas murieran en un naufragio en Cutro, Calabria. Mientras esquiva los interrogatorios de los medios, se comunica principalmente a través de vídeos.
Eleonora Camilli, periodista y experta en inmigración, cuenta: “La rueda de prensa en Cutro fue un desastre en términos de comunicación porque no estaba preparada para las preguntas directas de los periodistas locales. Se encontró en un apuro y no dio la impresión de ser la política ‘preparada’ de la que todo el mundo hablaba”.
Meloni llegó al poder prometiendo “detener la invasión” de migrantes mediante un bloqueo naval en el Mediterráneo. En cambio, el número de personas llegadas a Italia se duplicó entre enero y septiembre de este año respecto al mismo periodo de 2022. Tras el aumento de las llegadas a la isla meridional de Lampedusa la semana pasada, Meloni dijo que no permitiría que Italia se convirtiera en “el campo de refugiados de Europa”.
Camilli dice: “Vamos por más de 127.000 llegadas, esto no ocurría desde hacía años. Sin embargo, ya no la oímos bramar contra la ‘invasión’. Si los políticos no hablan del tema, la gente no se da cuenta”.
Falsas apariencias
La apariencia de estabilidad del Gobierno italiano se debe, en parte, a que cuenta con una amplia mayoría en el Parlamento y a que la oposición es débil. Pero hasta ahora ha logrado más bien poco: el Gobierno incumple sus promesas en materia de inmigración; la economía se está ralentizando y, de acuerdo con los críticos, no se hace nada para introducir cambios que propicien el crecimiento; en Bruselas hay un profundo escepticismo respecto a la capacidad de Italia para administrar de forma competente su parte del Fondo de Recuperación de la COVID-19. El Gobierno no tiene una estrategia clara para hacer frente a la crisis climática, a pesar de que Italia es uno de los países europeos más vulnerables a los fenómenos meteorológicos extremos.
En un discurso de 2019 que posteriormente se hizo viral, Meloni tocó todas las notas de su banda sonora política de aquel entonces. “Soy Giorgia, soy mujer, soy madre, soy italiana, soy cristiana”, gritó. “Eso no me lo podéis quitar”.
Ahora que la atención se centra en las elecciones europeas del año que viene, es muy posible que en los próximos meses el mundo vuelva a ser testigo de este tipo de retórica beligerante. Meloni es presidenta del ECR desde 2020, cargo que ha utilizado para fomentar una imagen más moderada, a pesar de que el grupo está en su mayoría formado por ultraderechistas.
Francesco Giubilei, autor del libro 'Giorgia Meloni: la revolución de los conservadores' y amigo de la propia Meloni, explica que ella tiene una visión de Europa “diferente, más conservadora”, que no está “ni cerca de la Europa de Macron ni de la Europa de Orbán”. Pero Nathalie Tocci, directora del Instituto de Asuntos Internacionales, con sede en Roma, discrepa: “Ella ve la derrota de Vox en España como un revés pasajero”, afirma. “Y si en otoño se ve reivindicada con las elecciones en Polonia, Eslovaquia y Holanda, creo que hará campaña con una postura de nacionalismo extremo”.
Muchos tienen motivos para temer el regreso de tal posicionamiento. “Meloni se hace la moderada, pero guiña el ojo a aquellos que no lo son en absoluto”, dice Alessandra Laterza, propietaria de Le Torri, una tienda de libros en Tor Bella Monaca, un barrio pobre a las afueras de Roma.
Laterza vive bajo protección policial tras recibir un aluvión de agresivas amenazas virtuales por negarse a vender el libro de Meloni. “Meloni nunca condenó ese comportamiento”, lamenta. “Eso es lo que da miedo... Mientras Fratelli d'Italia siga haciendo lo que Europa nos pide, hará campaña de forma que autorice a la gente a sacar su odio, y eso es lo que le hace sobrevivir” al partido.
Giubilei dice que el Gobierno de Meloni está disfrutando de un periodo de luna de miel más largo de lo habitual, pero eso “no debe darse por hecho”. Mientras, Tocci señala que su popularidad también se explica por la reverencia de los italianos hacia el poder: “La clase dirigente italiana es voluble en este sentido. Se enamoró de [los ex primeros ministros] Matteo Renzi y Giuseppe Conte, de cualquier primer ministro. Además, está la cuestión de que ‘todo es relativo en la vida’, por tanto, comparada con la mayoría de sus ministros, Meloni es Einstein”.
Traducción de Julián Cnochaert
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