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Entre la vida y la muerte: miles de personas sin hogar residen en un cementerio de Juba

Sam Mednick

Tapándose los ojos con uno de sus brazos, la frágil Rose Juan, de 50 años, mira la tumba que hay frente a su casa improvisada. “En mis sueños veo fantasmas”, explica. Durante media década, la madre de cinco niños ha estado viviendo entre los muertos. El tiempo no disipa los misterios que envuelven a su casa.

Rose es una de las miles de personas sin hogar que viven en la capital de Sudán del Sur, Juba. Sin ningún sitio al que ir, se vio obligada a vivir en el cementerio de la ciudad. “A veces, algunos hombres, mujeres o niños me saludan y me preguntan que por qué vivo sobre ellos”, susurra Rose sobre los fantasmas que se le aparecen en sueños.

Ya han pasado cerca de cinco años desde el estallido de la guerra en la nación más joven del planeta. Los enfrentamientos entre las tropas gubernamentales fieles al presidente Salva Kiir y las fuerzas leales a Riek Machar, el anterior vicepresidente, no muestran signos de que vayan a cesar. En estos momentos, continúan los desplazamientos masivos, la hambruna y las denuncias sobre crímenes de guerra están a la orden del día, sumiendo al país en una profunda desesperación.

Hace siete años, Rose y su familia se trasladaron de la pequeñas ciudad de Terekeka hasta Juba para encontrar ayuda. “Mi marido tiene una enfermedad mental y no podía mantenernos”, explica. Ella pensaba que ir a la “gran ciudad” se traduciría en mejores oportunidades.

Cuando llegó por primera vez, vivió junto a su familia en las orillas del Nilo, uniéndose así a miles de personas también desesperadas de la tribu Mundari de Terekeka, que llegaron en busca de comida y asistencia durante la segunda guerra civil de Sudán del Sur.

Sin embargo, cuando en el año 2005 se firmó el acuerdo de paz que hizo posible a la independencia del sur, empezó a llegar dinero extranjero a borbotones. A esta tribu se le pidió que se fueran de allí para dejar sitio a los nuevos hoteles y negocios a lo largo de la ribera.

Los que viven en el cementerio aseguran que el gobierno les dijo que volvieran a Terekeka y se negaron a proporcionarles un terreno. Pero ellos no quieren volver a la misma desolación de la que huyeron, y es por eso que miles de personas terminaron viviendo en el cementerio de Saint Mary.

Un campo de chabolas

El camposanto, escondido detrás de un muro de ladrillo, se ha convertido en los últimos diez años en un extenso campo de chabolas lleno de suciedad en medio de la capital. Las endebles tiendas de campaña de plástico cubren la tierra embarrada, mientras que las superficies más duras, las lápidas, se utilizan para secar ropa o para almacenar enseres domésticos. Los niños juegan en los sepulcros de bordes irregulares y los adultos siguen enterrando a los muertos en las parcelas cercanas.

La mayor parte de la población, incluidas las agencias de ayuda humanitaria locales e internacionales, no tienen ni idea de la cantidad de gente que está viviendo en medio de la mugre, detrás del muro de ladrillo.

Los que viven en el cementerio se sienten abandonados. “El gobierno no nos ha ayudado”, lamenta Cecilia Grack, de 50 años. Hace diez años, esta madre de ocho hijos “oyó hablar de un lugar llamado Juba” y fue allí desde Terekeka en busca de comida. Intentó ocupar ilegalmente la tierra de otra gente, pero después de que le echasen una y otra vez, buscó refugio en el cementerio. Ahora come restos y comida caducada que encuentra en el supermercado.

El Gobierno de Sudán del Sur no quiere tener mucho que ver con las personas que habitan en el cementerio. La postura oficial es que viven de manera ilegal, por lo que las autoridades no tienen la obligación de ayudarles. “No son nuestro problema”, dijo Johnson Swaka, jefe del Ejecutivo de la ciudad de Juba.

El alcoholismo es otro de los problemas

Tan solo un grupo de ayuda local da asistencia a esta población de 3.000 habitantes. Los trabajadores humanitarios dicen que, desde que comenzó la guerra, las cosas han ido a peor. “No hay trabajo, y si esta gente consigue algo de dinero, se lo gastan en bebida”, comenta Martha, una de las trabajadoras sociales del cementerio. The Guardian ha utilizado su nombre de pila para proteger su identidad. Cuenta también que la crisis económica que recorre todo el país ha dejado a la gente sin trabajo, lo cual ha alimentado el alcoholismo y ha provocado un aumento de casos de ataques machistas.

La organización de Martha ha estado trabajando en el cementerio en los últimos cinco años, dando fondos a 600 niños para poder asistir al colegio, así como apoyo contra la violencia machista. Aun así, apunta, la atmósfera es verdaderamente cambiante en algunos momentos. A veces, las personas que están ebrias agreden a las personas que tratan de ayudarles.

Grupos de la sociedad civil están pidiendo al gobierno que hagan más por estas personas, dándoles tierras en las que puedan vivir que sean “asequibles o gratuitas”. “El conflicto violento que corroe Sudán del Sur ha hecho que la situación económica para los ciudadanos de a pie empeore”, asegura Edmund Yakani, director ejecutivo de la Community Empowerment for Progress Organization, una organización local sin ánimo de lucro. El experto asegura que la gente no puede pagar los gastos diarios para vivir y mucho menos una casa.

Los legisladores de Juba tienen muchas dudas sobre las posibilidades de que algo de esto cambie. “A ojos del gobierno estas personas son ya cadáveres”, dice un miembro del parlamento que pidió permanecer en el anonimato. “No cuentan como seres humanos”.

Traducido por Cristina Armunia Berges