La Oficina del Censo de Estados Unidos ha recabado información que muestra una tendencia algo extraña en la era del auge del movimiento feminista. Parece ser que cuando las mujeres ganan más que sus maridos, ambos miembros de la pareja mienten al respecto.
En una de cada cuatro parejas heterosexuales analizadas por el censo, las mujeres ganan más que sus maridos. En estos casos, los maridos aparentan cobrar más y las mujeres aparentan cobrar menos (el censo se percató de esta actitud al contrastar las respuestas de las parejas con Hacienda).
No podemos estar seguros de dónde viene la distorsión. Tal vez quieren parecer una pareja más clásica a efectos del censo, quizá a los maridos les produce inseguridad cobrar menos que sus mujeres o las mujeres tienen miedo de que la diferencia salarial haga que sus maridos se sientan castrados.
Sea cual sea el motivo, nos recuerda que no solo tenemos que luchar para alcanzar la igualdad política, también debemos alcanzar la igualdad de género en la cultura de nuestra sociedad y en nuestras relaciones personales.
Si no tenemos igualdad en casa, no la tendremos en nuestro país. Si los hombres y las mujeres no se sienten cómodos cuando hablan de igualdad, ¿cómo podemos esperar que la defiendan?
Lo cierto es que a pesar de todos los avances culturales logrados por las feministas, todavía queda un largo camino por recorrer en el ámbito doméstico. Las mujeres siguen haciendo la gran mayoría de trabajos domésticos, sobre ellas pesa el cuidado de los hijos y también el trabajo mental que comporta gestionar el hogar, con independencia de que tengan un trabajo a tiempo completo o no.
Aunque los hombres estadounidenses tienen una mentalidad más abierta que antes en lo relativo a compartir la carga de las tareas del hogar, todavía son muy conservadores en algunos ámbitos como, por ejemplo, querer que al casarse las mujeres se cambien el apellido (y pasen a tener el de ellos). Un estudio divulgado en 2017 señaló que el 70% de los estadounidenses considera que las mujeres que se casan deben cambiarse el apellido para tener el de su marido y un sorprendente 50% considera que la ley no debería permitir que mantengan sus apellidos “de solteras”.
Incluso en el caso de los hombres progresistas, se aprecia una diferencia entre su lucha por la igualdad de género en la esfera pública y la práctica con el ejemplo en sus casas. Me preocupa el hecho de que en un contexto en el que nuestra energía se concentra en librar grandes batallas políticas, no prestemos atención a los cambios culturales que es necesario impulsar. En estos momentos, gran parte de la estrategia de la derecha consiste en ensalzar “los valores familiares”, una estrategia que resulta increíble si tenemos en cuenta los valores del presidente actual.
No dudan en afirmar ante sus bases que los progresistas y las feministas están llevando las cosas demasiado lejos. Proponen una visión retrógrada de Estados Unidos, una visión según la cual los hombres son los jefes del Estado y los cabezas de familia. Si esta es su prioridad también debería ser la nuestra.
En este contexto, tiene sentido que nos preocupen las decisiones del Tribunal Supremo, un giro de 180 grados en el derecho al aborto o en lo relativo al acoso sexual en el trabajo. Todas estas cuestiones han pasado a ser más urgentes desde que Trump llegó a la Casa Blanca y no nos podemos permitir ignorarlas.
Si algo nos indica el último estudio elaborado a partir del censo es que incluso en uno de los momentos más dulces para el feminismo, las mujeres todavía se dejan influir por mensajes sobre qué comportamientos se consideran aceptables o inaceptables por la sociedad y que décadas después de que empezásemos a luchar por la igualdad salarial, la posibilidad de que una mujer gane más que su pareja sigue siendo una cuestión tabú o indeseable.
Si nos centramos en otros asuntos, será fácil caer en los roles tradicionales de género. Incluso en un momento de grandes luchas políticas, no nos olvidemos en ningún caso de la lucha en el hogar.
Traducido por Emma Reverter