Cuando Boris Johnson dimitió como primer ministro hace tres meses y medio, algunos creyeron ingenuamente que los momentos más caóticos del Gobierno conservador habían llegado a su fin. Sin embargo, si se comparan los años que Johnson estuvo en el Gobierno con las seis semanas vertiginosas del breve mandato de Liz Truss, podría parecer que en los viejos tiempos reinó la calma y el orden. Esta podría ser la esperanza del exprimer ministro que regresa de unas vacaciones en el Caribe con la aparente intención de recuperar las llaves de Downing Street.
El plazo para reunir el umbral mínimo de 100 diputados para poder presentarse termina este lunes. Johnson, si se presenta, podría batirse con Rishi Sunak, su ex ministro de Economía, y Penny Mordaunt, actual líder de la Cámara de los Comunes y una de las finalistas en la votación de los tories este verano.
En este contexto, conviene recordar los motivos por los que 57 altos cargos, entre ellos seis ministros, dimitieron en julio para forzar la salida de Johnson de Downing Street al considerar su liderazgo era insostenible. A continuación, un recordatorio de su mandato.
Mentiras, medias verdades y declaraciones engañosas
Se podría empezar por el papel pintado de las paredes de la residencia oficial. Boris Johnson le dijo al asesor de normas ministeriales, Lord Geidt, que no sabía quién había pagado la renovación de Downing Street hasta que se publicó en la prensa. Más tarde se supo que había enviado un mensaje meses antes al donante, Lord Brownlow, pidiendo más dinero.
También se podría arrancar la lista por los gatos de Kabul. Mientras la capital afgana caía en manos de los talibanes y miles de personas buscaban desesperadamente la forma de huir, Johnson fue acusado de solicitar a las autoridades correspondientes que dieran prioridad al personal y a las mascotas de una organización benéfica para el bienestar de los animales. Aunque él calificó estas acusaciones de un “completo disparate”, los correos electrónicos que se filtraron sugerían lo contrario y una fuente señaló más tarde que era “público y notorio” que Johnson había participado en la evacuación de la organización, sus trabajadores y los animales.
Johnson también afirmó que no había mentido a la reina Isabel II sobre el consejo de prorrogar la sesión del Parlamento que el Tribunal Supremo posteriormente declaró ilegal.
Negó haber tenido una aventura con la empresaria Jennifer Arcuri que, según ella, se prolongó durante cuatro años y que era conocida por su círculo, según dijo hasta la policía durante una investigación sobre el posible uso ilícito de fondos públicos derivados de la relación (concluyó que no).
Y fue otra mentira la que finalmente hizo caer a Johnson, al menos por primera vez. Cuando el diputado conservador Chris Pincher dimitió como miembro del Gobierno tras ser acusado de haber manoseado a dos hombres, Downing Street dijo que Johnson desconocía otras acusaciones contra Pincher cuando lo nombró para un cargo en el partido. Más tarde tuvo que reconocer que sí lo sabía.
Por el momento, lo más preocupante es que la comisión de privilegios de los Comunes deberá analizar si Johnson mintió a los diputados por el escándalo generado por las fiestas en Downing Street durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19. Si la comisión se pronuncia en su contra, Johnson podría ser suspendido del Parlamento e incluso enfrentarse a una elección parcial en su escaño en su distrito, de Uxbridge, en el noroeste de Londres.
Partidos, infracciones y multas
Johnson no se cansó de repetir que había respetado las medidas y restricciones decretadas para frenar los contagios. Lo afirmó en el Parlamento, en la televisión y ante las familias de los cientos de miles de personas que murieron. Se sintió “asqueado y furioso” cuando salieron a la luz unas imágenes en las que su equipo bromeaba sobre si habían encubierto una fiesta: “Desde luego, no he infringido ninguna norma”, afirmó.
Sin embargo, lo cierto es que se han ido conociendo pruebas de repetidas y flagrantes infracciones de las normas por parte de Downing Street: despedidas, fiestas de cumpleaños, un trivial navideño, una supuesta fiesta en la que la música de Abba resonaba desde el ala privada de Johnson. Incluso se ha hablado de dos fiestas que se habrían celebrado en el número 10 de Downing Street la víspera del funeral del príncipe Felipe, el marido de la reina Isabel.
Tras una serie de investigaciones, incluso por parte de la policía de Londres, Johnson se convirtió en el primer primer ministro sancionado en el cargo. Otro candidato a primer ministro, Rishi Sunak, también fue multado.
Mascarillas y trato VIP
En el punto álgido de la pandemia, la respuesta del Gobierno de Johnson a la desesperada escasez de material fue ignorar las ofertas de los proveedores de mascarillas, guantes y batas de protección establecidos en favor de un “carril VIP” por el que los amigos y allegados de los altos cargos conservadores recibían una consideración preferente en la adjudicación de contratos. Un análisis del New York Times de 1.200 contratos del Gobierno británico que se hicieron públicos reveló que cerca de la mitad fueron adjudicados a empresas del “carril VIP”, muchas de las cuales no tenían experiencia previa en la fabricación de este tipo de material.
Una empresa, PestFix, fue remitida a esta vía de trato preferente después de que el presidente de la misma se pusiera en contacto con el Ministerio de Sanidad afirmando que había asistido a la fiesta del 80 cumpleaños del suegro del responsable de compras del Gobierno. Las batas y las mascarillas FFP2 de la empresa resultaron ser inadecuadas para su uso en el Sistema Nacional de Salud, mientras que sus mascarillas FFP3 no lograron cumplir con los requisitos de calidad. Más tarde el Tribunal Supremo dictaminó que esa vía de trato preferente es ilegal.
Saltarse las reglas
Cuando Johnson llegó a Downing Street, el asesor más estrecho que había elegido, Dominic Cummings, ya había sido declarado en desacato al Parlamento por negarse a comparecer ante un comité parlamentario. Cuando, en el momento álgido del confinamiento, Cummings viajó con su familia a Durham a pesar de tener COVID-19, Johnson le apoyó enérgicamente, lo que enfureció a una población que llevaba meses respetando las normas. Con ese apoyo, Johnson dinamitó la autoridad de su Gobierno para imponer más restricciones.
La relación entre Cummings y Johnson se deterioró y el asesor dejó el cargo. A partir de ese momento, se dedicó a socavar al entonces primer ministro, declarándolo “incapaz para el cargo” y un “completo imbécil”.
La decisión de defender a otro estrecho aliado fue casi igual de perjudicial, cuando una comisión parlamentaria determinó que Owen Paterson había cometido una infracción “atroz” de las normas relativas a grupos de presión, diseñadas para prevenir la corrupción. En lugar de permitir que se le suspendiera, como exigía el reglamento, Johnson apoyó a Paterson, ignoró las normas y luego intentó derogarlas.
Paterson se vio obligado a dimitir en medio de las protestas resultantes y su escaño pasó a manos del partido de los liberaldemócratas, lo que supuso una fuerte caída del voto conservador.
Los bandazos en pandemia
Monitorear los contagios en los momentos más álgidos de la pandemia fue, por supuesto, un reto enorme, y ningún Gobierno podía gestionar esta crisis a la perfección. Sin embargo, la escala del fracaso del sistema que impulsó el Gobierno de pruebas y de rastreo fue sorprendente: costó el equivalente a una quinta parte de todo el presupuesto del Servicio Nacional de Salud del país y, sin embargo, no logró “ninguna mejora apreciable”, según un análisis de los parlamentarios británicos.
Johnson nombró a Gavin Williamson como ministro de Educación y lo mantuvo en su puesto durante las sucesivas meteduras de pata que llevaron a los estudiantes, las universidades y las escuelas a esforzarse por comprender los continuos cambios de rumbo del Gobierno. (Más tarde recompensó a Williamson con el título de caballero).
Negoció un acuerdo comercial con la UE que, incluso antes del último desplome financiero, se estimaba que había costado al Reino Unido 100.000 millones de libras (114.000 millones de euros) anuales en pérdida de producción económica, y firmó acuerdos sobre Irlanda del Norte de los que el Gobierno ha intentado desesperadamente salir desde entonces.
Johnson también lideró un colapso en las cadenas de suministro que provocó largas colas en las gasolineras, mientras que el calamitoso repliegue militar de Kabul fue descrito por los parlamentarios conservadores como la “mayor humillación para el Reino Unido desde Suez”.
La respuesta a la pandemia
Johnson se ha atribuido sin cesar el mérito de la distribución de las vacunas contra la COVID-19. Sin embargo, conviene recordar la respuesta inicial de Johnson a la propagación del coronavirus a principios de 2020: la ambivalencia. No asistió a una serie de reuniones de emergencia del Gobierno cuando los científicos empezaron a dar la alarma. Tardó en seguir los consejos básicos sobre la importancia de que los cargos públicos con proyección mediática optaran por prescindir de los apretones de manos para dar ejemplo. Por otra parte, en un principio, se sumó a las teorías sobre “inmunidad de rebaño” (según la cual solo era necesario esperar a que un cierto porcentaje de la población se hubiera contagiado), una táctica que posteriormente fue muy criticada por los parlamentarios.
El primer confinamiento en el Reino Unido se decretó semanas más tarde de lo que aconsejaban algunos científicos, lo que costó hasta 20.000 vidas más. Los hospitales no dispusieron de equipos de protección suficientes, y el personal sanitario quedó expuesto a un enorme riesgo personal.
Tal vez lo más escandaloso sea que la ambición declarada de crear un “anillo de protección” alrededor de las residencias de ancianos dio lugar a que se diera de alta a enfermos de COVID-19 a los que nunca se les hizo la prueba, lo que provocó una devastadora cifra de “muchos millares” de muertes evitables.
“Que los cadáveres se amontonen por miles”, llegó a decir Johnson según varias fuentes, cuando se resistía a imponer más restricciones a finales de 2020 (al final, aprobó duras restricciones que mantuvo el primer semestre de 2021). Él negó haberlo dicho.
Traducción de Emma Reverter