“El incidente del 4 de junio”. Así es como se habla en China de lo ocurrido el 4 de junio de 1989, cuando el Gobierno chino desplegó todo su poderío militar para eliminar a los estudiantes que protestaban de forma pacífica en la Plaza de Tiananmen. Treinta años después aquello sigue siendo considerado un “incidente” aislado, algo que ocurrió una sola vez, sin embargo, lo ocurrido en Tiananmen fue en realidad una parte más de un movimiento político más amplio que abarcó a todas las grandes ciudades del país.
Aún no tenemos una definición completa de los acontecimientos históricos del 4 de junio de 1989. Para lograrla necesitaríamos conocer todos los hechos y sumar múltiples perspectivas, pero después de Tiananmen el Gobierno chino intensificó las restricciones a la libertad de expresión reprimiendo, arrestando, deteniendo y encarcelando a cualquiera que se atreviera a hablar sobre el “4 de junio”.
En China, Tiananmen sigue siendo uno de los temas tabú más sensibles desd el punto de vista político. Para el Partido Comunista (PCCh) y su maquinaria de propaganda se encuentra al mismo nivel que el Tíbet y que Xinjiang. En China nadie habla de los hechos ocurridos “el 4 de junio” ni de su significado. Sigue sin saberse bien qué pasó, quiénes dieron las órdenes, cuáles fueron los métodos de ejecución, cuántos fueron asesinados y cuántos arrestados y el nombre de los asesinos responsables por el conjunto de las decisiones políticas.
¿Por qué es urgente, lógico y fundamental volver a este tema 30 años después? El PCCh se valió de una violenta revolución para derrocar al régimen anterior y legitimarse, pero el 4 de junio terminó con la legitimidad del partido gobernante. El Partido Comunista recurrió a la violencia en vez de al diálogo. Para asegurar su supervivencia, mandó al Ejército y a los tanques contra ciudadanos indefensos. Pese a los 30 años de encubrimiento y tergiversación de lo ocurrido aquel día, la legitimidad del régimen está en cuestión desde la primera bala de ese día. Y eso no hay nada que lo pueda cambiar.
El 4 de junio, la cobertura 24 horas de la CNN retransmitió en directo lo que pasaba para cualquiera que pudiera recibir su señal. Yo lo vi desde Nueva York, donde lo más probable es que la gente se haya enterado mejor de lo ocurrido que mis familiares en Pekín. Desde allí organicé y tomé parte de muchas manifestaciones en solidaridad con los estudiantes de la Plaza de Tiananmen, protesté ante el consulado de China y participé en una huelga de hambre en las Naciones Unidas.
Siempre me ha interesado el temor que los regímenes totalitarios tienen a los hechos. Como disidente político, insisto en buscar la verdad y en resistirme a los intentos de cambiar el relato de los acontecimientos. Comprendo el mundo a partir de hechos y creo que mantener la realidad sin alteraciones es la condición previa desde la que funciona la mente. Sin eso, lo que tenemos frente a nosotros se vuelve desordenado y caótico, un mundo loco.
¿Por qué los hechos asustan a los regímenes autocráticos y totalitarios, o mejor dicho, a la mayoría de las formas de poder? Solo hay una razón y es que han construido su poder sobre fundamentos injustos. La justicia se restablecerá una vez se conozcan los hechos y eso es lo que más temen los regímenes poderosos. Así ocurre en China, en Corea del Norte y en la mayoría de las sociedades no democráticas, pero también en algunas con marcos democráticos. La experiencia de denunciantes como Edward Snowden, Chelsea Manning o Julian Assange me ha hecho recordar los años en que viví dentro de una sociedad totalitaria donde se teme que los hechos salgan a la luz, se suprimen, se encubren y se crean zonas de exclusión.
No hay prisión, mentiras o censuras capaces de borrar ni ocultar los hechos, ni siquiera masacrando a toda una generación. La memoria individual y la colectiva son partes fundamentales de la civilización. Eliminar la memoria del pasado es robar a un individuo todo lo que tiene: nuestro pasado es nuestra única posesión. Sin memoria no hay sociedad ni naciones civilizadas. Cualquier intento de destruir, eliminar o distorsionar la memoria es el acto de una forma de poder ilegítima.
China es una sociedad sin ciudadanos, dominada por el PCCh. Aunque ya lleva 70 años en el poder, el Gobierno sigue sin confiar en el pueblo: 1.400 millones de personas sin la oportunidad de votar por sus gobernantes durante 70 años. El resultado es que no hay libertad de expresión y tampoco de información.
La memoria del pasado pertenece a los individuos. Los detalles de esa memoria son las venas que llevan la sangre por el cuerpo y dan vida a la verdad. Negar esos detalles es destruir la humanidad. La felicidad, el dolor, la riqueza o la pobreza… es todo lo que poseemos. Nos quedamos sin futuro si nos quitan eso. Cuando no hay pasado, la palabra “futuro” se queda vacía. Es esencial insistir en la libertad de expresión cuando hablamos del pasado y de los hechos. Cambiar los hechos anula la libertad de expresión y la deja sin sentido. Esta libertad no puede existir sin individuos que comprenden, ven, interpretan y se emocionan con los hechos.
Lo que llamamos justicia social nunca podría existir sin un debate público abierto. La equidad y la justicia son necesarias para el bienestar público y para mantener una sociedad armónica. Siempre que falte justicia social habrá crisis y tragedias. Por eso nos aferramos con tanta fuerza a los hechos y nos negamos a olvidar. Así es como la mente de cada persona encuentra sentido y ese es el motivo por el que debemos proteger la dignidad de la existencia.
Lo que ocurrió el 4 de junio no afecta solo a China ni se trata de algo que tuvo lugar una vez y hace 30 años. La injusticia es atemporal. Nos perseguirá y afectará a nuestro estado de ánimo hasta el día en que se haga justicia. Tolerar la injusticia y la manipulación de los hechos es una forma de complicidad que permite a los regímenes autoritarios traspasar todas las líneas rojas.
Eso es justo lo que ocurrió tras el 4 de junio, cuando Occidente aceptó la excusa de que la sociedad china se democratizaría a medida que creciera su economía. China se ha hecho más rica y ha crecido en poder mundial pero no ha evolucionado hacia el pluralismo o la democracia. Sigue rechazando los valores fundamentales de libertad, la justicia social, la apertura y la competencia leal. Todos pagaremos por ese fracaso.
Traducido por Francisco de Zárate