“Somos el 99%”. Hace diez años, ese eslogan unificador dio la vuelta al mundo. Algunos atribuyen su origen al economista Joseph Stiglitz, quien popularizó por primera vez la distinción entre el 1% de personas con gran riqueza y poder y el resto. Otros dicen que fue el difunto antropólogo y anarquista David Graeber quien acuñó la frase. Pero todo el mundo está de acuerdo en que este concepto dio la vuelta al mundo cuando lo expresaron los activistas que se reunieron en el distrito financiero del sur de Manhattan el 17 de septiembre de 2011.
Lo que ocurrió ese día, y los dos meses siguientes, se conocería como Occupy Wall Street, un movimiento de protesta contra la desigualdad económica y la injusticia que se extendió a al menos otras 28 ciudades de Estados Unidos, a capitales y centros financieros europeos, como Londres, París y Berlín, así como a partes de América del Sur y el lejano Oriente. En total, se calcula que hubo más de 750 actos de Occupy en todo el mundo, con manifestaciones que iban desde unas pocas decenas de participantes en algunos lugares hasta muchos miles en otros. Inspirado en las protestas de la primavera árabe que derrocaron a varios dictadores en Oriente Medio, el movimiento Occupy fue también una reacción tardía a la crisis financiera mundial de 2008 que dio paso a una era de austeridad.
“El único deber que tenemos con la historia es reescribirla”, escribió Oscar Wilde. En el marco de infinitas posibilidades que tiene analizarlo con el paso del tiempo, a cualquier momento concreto en el tiempo y el espacio se le puede atribuir un significado fundamental o la naturaleza de fracaso que no merece ocupar un lugar destacado en los anales de la historia. Han pasado diez años desde que se ocupó la plaza del distrito financiero de Manhattan, y las opiniones sobre el movimiento Occupy siguen estando muy polarizadas entre los que lo analizaron desde fuera y los que lo vivieron desde dentro.
Una escuela de pensamiento lo considera un acontecimiento transformador en la historia contemporánea de Estados Unidos, un levantamiento popular contra el poder de las corporaciones estadounidenses que ayudó a desplazar al partido demócrata hacia la izquierda, hizo posible la campaña presidencial de un político como Bernie Sanders y la victoria de políticos autoproclamados socialistas como Alexandria Ocasio-Cortez. Según este punto de vista, también fue el primer movimiento original de estas características en las redes sociales, un movimiento horizontal sin líderes, que más tarde sirvió de modelo a los movimientos #MeToo y Black Lives Matter.
El punto de vista opuesto lo ve como un fracaso absoluto que no pasará a la historia. Este veredicto fue resumido por el columnista económico del New York Times Andrew Ross Sorkin cuando, un año después de Occupy, predijo: “Será un asterisco en los libros de historia, si es que se menciona”.
Cómo empezó todo
Micah White, el hombre que escribió el correo electrónico que originó el movimiento, se encuentra en este último grupo. Hace diez años, White era redactor jefe de Adbusters, una revista anticonsumista con sede en Vancouver, Canadá. Dirigida por Kalle Lasn, un septuagenario expropietario de una consultora de estudios de mercado, Adbusters tenía fama de ser una publicación provocadora, elegante y antisistema. Al igual que muchos radicales de la época, el equipo de redacción de la revista quedó impresionado por el levantamiento popular en la plaza Tahir de Egipto que había derribado a Hosni Mubarak. Como respuesta, decidieron hacer un llamamiento a las armas o, mejor dicho, a las piernas. Querían que los manifestantes llegaran caminando al distrito financiero de Nueva York.
“El 17 de septiembre”, escribieron a su lista de suscriptores a mediados de julio de 2011, “queremos que 20.000 personas inunden el bajo Manhattan, monten tiendas de campaña, cocinas, barricadas pacíficas y ocupen Wall Street durante unos meses. Una vez allí, repetiremos incesantemente una simple demanda en una pluralidad de voces”. El viejo lema revolucionario de 1968 era “sé realista, exige lo imposible”. Pero la demanda que Lasn y White sugirieron era sorprendentemente posible, aunque poco probable. Pedían a Barack Obama que “ordenara una comisión presidencial encargada de acabar con la influencia que el dinero tiene sobre nuestros representantes en Washington”.
El correo electrónico fue retomado por el grupo de hackers Anonymous y se difundió por los círculos radicales. Funcionó. Al igual que el legendario concierto de los Sex Pistols en el 100 Club, al que más tarde medio Londres afirmó haber asistido, mucha gente ha afirmado desde entonces que formó parte de ese primer día. De hecho, hubo alrededor de 1.000 personas que llegaron, tras un par de intentos que no prosperaron, a Zuccotti Park, situado entre Broadway y Church Street.
White cree que Occupy es el “mejor movimiento social desde el punto de vista técnico” de la última década. Sin embargo, lo ve como un fracaso tanto en la consecución de lo que se propuso en su momento como en su impacto a largo plazo. “En mi opinión, si se hace una valoración de los últimos 10 años, está claro que no ha funcionado”, afirma.
Desacuerdos estratégicos
Quizás lo primero que hay que decir sobre Zuccotti Park es que no es un parque. Se trata de un espacio público de propiedad privada, con pavimento de granito y algunos árboles, situado a un par de calles de lo que había sido el World Trade Center. Lo que vendría a ser una plazoleta. Pero debido a su carácter privado, ofrecía cierta protección contra el desalojo inmediato.
Entre el primer grupo que se desplazó hasta allí se encontraban Marisa Holmes, una cineasta anarquista de 25 años que ya había visitado la plaza Tahir, y Graeber, que antes de su muerte prematura el año pasado escribiría el influyente libro Bullshit Jobs, en el que sostenía que la mayoría de los trabajos son innecesarios y carecen de sentido. Esa primera noche, Holmes organizó una asamblea general.
“Estábamos cenando y teníamos sándwiches de mantequilla de cacahuete proporcionados por el comité de alimentación”, recuerda. “David quería que yo fuera una de las líderes del evento. En ese momento no estaba preparada”. Una de las razones por las que Holmes, y todos los demás, no estaban preparados era porque nadie esperaba una gran participación, a pesar de que Adbusters había convocado a 20.000 personas. Aunque nunca alcanzaron esa cifra, la respuesta tuvo una envergadura superior a la de cualquier otra protesta anterior en el distrito financiero. “Los intentos anteriores de ir a Wall Street o hacer cualquier tipo de acampada en el barrio habían sido relativamente pequeños y poco eficaces”, explica Holmes.
“Asambleas generales”, “comités de alimentación”: éste es el lenguaje de la protesta organizada. Pero el movimiento Occupy se enorgullecía de no tener líderes -un posicionamiento que fue muy criticado- y de tomar decisiones mediante el debate público y la votación de todos los integrantes. Para ello, se utilizó un novedoso medio de dirección colectiva que se conoció como el “micrófono humano”. Un orador gritaba unas palabras, que luego eran coreadas por los que estaban cerca y después por todos los demás. Era un medio de transmisión de información muy complicado, pero a muchos les parecía que la participación masiva les daba “poder”.
Casi inmediatamente surgió un cisma estratégico. El compromiso original de “repetir incesantemente una simple reivindicación” nunca se materializó. White redactó un borrador de resolución con la petición, que envió por correo electrónico a Holmes, pero fue amablemente rechazado.
“Cuando empezó Occupy”, recuerda, “nos apartamos un poco y no queríamos ir allí de líderes, y había un ambiente de 'ni lo intentes'. El hecho de no crear la petición fue un error estratégico inevitable basado en el anarquismo imperante en la ciudad de Nueva York en aquella época”. Se refiere al principio anarquista, subrayado por Graeber, de que la forma en que los radicales se organizan debe reflejar el tipo de sociedad que quieren construir en el futuro. En esa sociedad idealizada, el debate sustituiría a las reivindicaciones. “Querían ponerlo a prueba”, dice White. “Y, enhorabuena, no funcionó”.
Holmes no acepta el análisis ni las críticas. Señala que Adbusters era una revista con sede en Canadá “que se limitaba a hacer estas proclamas” y no participaba en la organización en el terreno. Ya el 20 de agosto, dice, en la fase de planificación previa, decidieron “no tener reivindicaciones, mediante un proceso de consenso en la asamblea de unas 50 personas que esa noche estaban en el parque”.
Puede parecer una arcaica diferencia de opinión, pero es una cuestión fundamental de medios y fines, valores y resultados, proceso y cambio, la eterna batalla entre el pragmático y el idealista. White quería ganar impulso organizándose en torno a una única reivindicación abrumadora que concitara el apoyo popular universal. Holmes quería crear una sociedad improvisada que fuera un modelo para el futuro. Fue Holmes quien durmió en la plaza. White se quedó en su casa de Berkeley (California), en contacto con los organizadores, y no la visitó hasta el mes de mayo siguiente, momento en el que la protesta se había fragmentado y ya solo era un espectáculo puntual.
“Nuestro objetivo era quedarnos el mayor tiempo posible e inspirar la creación de un movimiento democrático en Estados Unidos”, dice Holmes. “Y nuestros objetivos a largo plazo tenían que ver con la práctica, con fomentar un cambio cultural hacia una cultura democrática más igualitaria”.
“Horizontalismo” era la consigna, la creencia en la participación de todos en el proceso de toma de decisiones sin ninguna estructura piramidal de liderazgo.
Era un enfoque que exigía muchísimas reuniones. A muchos activistas les encantan las reuniones. White no es uno de ellos. “Creo que soy algo autista”, dice. “Es algo que siempre me he preguntado: ¿por qué construir movimientos sociales si me gusta tanto estar solo?”
Cargas y famosos
En cambio, a Holmes le encantan las reuniones. Y no estaba sola. En un documental sobre el movimiento Occupy que ella misma produjo en 2016, All Day All Week (todo el día, toda la semana), vemos a una serie de personas, en su mayoría jóvenes, entusiasmadas por las reuniones de divulgación, los grupos de acciones, los grupos jurídicos, los grupos de comunicación, los grupos de urbanismo, de tesorería y de confort, los comités de alimentación y las asambleas de estudiantes. Hubo incluso un grupo de reivindicaciones, que no llegó a plantear ninguna.
En el documental es evidente que la ocupación tiene una dimensión de espectáculo, y no solo en los músicos callejeros que parecen proporcionar una ruidosa e interminable banda sonora a los procedimientos. También se ve en las poses de los jóvenes que se dirigen a la multitud, como si fueran conscientes de la iconografía de los levantamientos revolucionarios.
Aunque la temperatura otoñal no tardó en endurecerse a medida que fueron pasando las semanas, los participantes siguieron acudiendo a la plaza y las multitudes siguieron creciendo.
La policía hizo continuos intentos de frenar el flujo insistiendo en que se retiraran todas las tiendas y estructuras permanentes, pero la Plaza de la Libertad, como la rebautizaron los manifestantes, se mantuvo firme. El 25 de septiembre, los manifestantes marcharon desde la plaza hasta Union Square, donde la policía roció con gas pimienta a los manifestantes que gritaban y detuvo a decenas de activistas. Las escenas fueron captadas con los móviles y rápidamente se hicieron virales, y aparecieron en los informativos nocturnos, lo que sirvió para atraer a más gente a la protesta. “Cuanto más nos golpeaba el Estado”, dice Holmes, “más apoyo recibíamos”.
También hubo visitantes famosos, como el cineasta Michael Moore y el académico Cornel West.
También corrió el rumor de que Radiohead iba a desplazarse hasta allí y tocar un concierto solidario. “Radiohead tocará un concierto sorpresa para #occupywallstreet hoy a las cuatro de la tarde”, escribieron los organizadores de Occupy en un correo electrónico a sus seguidores. Si la banda se hubiera presentado, cabe preguntarse si los ocupantes les habrían permitido actuar y cuánto tiempo se habría tardado en tomar esa decisión.
En Occupy Atlanta, una de las muchas protestas que generó el movimiento, John Lewis, el congresista y una leyenda de la defensa de los derechos civiles, se presentó para dirigirse a la multitud. Pero antes de que pudiera hablar, los ocupantes tuvieron que debatir primero si se le debía permitir hablar, un proceso que, empleando el método de repetición del “micrófono humano”, estaba destinado a ser largo.
Manifestante: Cómo nos sentimos...
Multitud: ¿Cómo nos sentimos...
Manifestante: ... sobre el congresista...
Multitud: ... sobre el congresista...
Manifestante: ... John Lewis...
Multitud: ... John Lewis...
Manifestante: ... dirigiéndose a la asamblea...
Multitud: ... dirigiéndose a la asamblea...
Después de 20 minutos de escuchar esta repetición de ida y vuelta, Lewis se fue sin haberse dirigido a la asamblea.
División de clases
Aunque el concierto de Radiohead resultó ser un bulo, aumentó la cifra de personas que se acercaron hasta la plaza.
Para una joven activista de Brooklyn, las nuevas llegadas no fueron del todo positivas. Negesti Cantave, que ahora trabaja en la industria musical, dice que aunque cree que los esfuerzos de Occupy estaban cargados de buenas intenciones, no fue una protesta efectiva. “Creo que para los neoyorquinos tuvo repercusiones negativas más duraderas”, afirma. “Hubo una gran afluencia de gente de fuera del estado, algunas personas incluso vinieron de otros países, y creo que el legado de Occupy Wall Street tiene que ver con el entramado del sector sin ánimo de lucro [el sector del voluntariado/ONG] y el aburguesamiento”.
Parece poco probable que los activistas de Occupy hayan tenido un gran efecto sobre el sector del voluntariado o la vivienda en una ciudad del tamaño de Nueva York, pero la observación de Cantave habla de una división de clases. “No se suele hablar de ello”, dice, “pero muchas personas ricas participaron en este movimiento”. La propia Cantave solo pasó una noche durmiendo en la plaza.
Ella vivía en Nueva York. Cuenta que “había muchos problemas en cuanto a cómo la ciudad decidió sabotear ese espacio”. “No siempre era un espacio seguro para las mujeres o para las personas que se identifican como mujeres”, dice. Sin embargo, en comparación con otros lugares de la ciudad donde se duerme en la intemperie, era relativamente seguro. Y con su “cocina popular” y su relativa seguridad en la calle, la ocupación también atrajo a un número creciente de personas sin hogar, que no estaban acostumbradas a las reuniones, el debate o la participación activa.
Como afirma un hombre que participó en esta acampada en el documental All Day All Week, el espíritu “horizontal” se tambaleó cuando se encontró con las personas sin techo. Nadie tenía la experiencia ni los conocimientos necesarios para tratar con personas que realmente habían sido defraudadas por el sistema contra el que todos protestaban. “Casi todos ignorábamos totalmente cómo hacerlo”, admite.
Cantave recuerda una discusión acalorada sobre si estaban organizando un proyecto de protesta o prestando servicios sociales. “Creo que no estábamos preparados para prestar servicios sociales”, dice, pero señala que muchas personas sin hogar también querían participar en la organización.
El hecho es que, incluso en los entornos más igualitarios, algunas personas tienen práctica en las dinámicas discursivas y otras luchan por hacer oír su voz. Para David Graeber, por ejemplo, el movimiento permitió poner en práctica una creencia que había aceptado psicológicamente que no se iba a materializar. “Y entonces sucede... y dices: 'Oh, está bien, he estado diciendo durante años que esto iba a suceder'. Y ocurrió. Fue increíble”.
Para el académico, era una teoría llevada a la práctica. Algunos de sus compañeros de protesta se comprometieron a un nivel más práctico.
En el documental, Chris Gotono, responsable de la cocina popular, dice que se dio cuenta de las divisiones de clase, género y raza en quiénes trabajaban, y se queja de que se dieran por sentado sus servicios, el “duro y poco glamuroso trabajo de mantener ese parque en funcionamiento día tras día, mientras otras personas mantenían conversaciones teóricas sobre problemas teóricos sobre asuntos teóricos y luego iban a sus marchas teóricas”.
El desalojo
La combinación de tensiones internas, el agotamiento y la llegada del invierno empezaron a minar la moral de los ocupantes y a reducir su número. Finalmente, el alcalde Mike Bloomberg, actuando en nombre de los propietarios de Zuccotti Park, Brookfield Properties, ordenó a la policía de Nueva York que desmantelara el campamento el 15 de noviembre, poco menos de dos meses después de su creación. A pesar de varios intentos de reocupación del espacio y de otros en la zona, la protesta llegó a su fin.
“El movimiento nunca se recuperó”, dice Holmes al final de su documental. También terminó un experimento de organización social y política. Sin embargo, Wall Street, y todo el sector financiero y empresarial, no se vio afectado por la ocupación de dos meses. No cambió ninguna práctica bancaria, ni trajo consigo ninguna regulación empresarial. En ese sentido, se consideró un fracaso.
La primavera árabe, que había sido la inspiración original para muchos de los organizadores, había conducido posiblemente a un resultado peor para muchos de los países implicados: en julio, el presidente de Túnez, Kais Saied, destituyó al primer ministro del país y suspendió el Parlamento.
A su manera, se consideró que el movimiento Occupy había sido igualmente contraproducente. La vida política y económica continuó como antes en Estados Unidos y en otros lugares, y, en todo caso, hubo un bandazo hacia la derecha populista, encarnado de manera más atroz por la victoria de Donald Trump en las presidenciales de 2016.
El legado
Sin embargo, una década después, Occupy se cita con frecuencia como el precursor de una serie de iniciativas y desarrollos, como Black Lives Matter o Extinction Rebellion del Reino Unido.
“Creo que en varios sentidos Black Lives Matter es parte del legado”, dice Holmes, que es blanco. “Hay un solapamiento en la gente que vino a través de Occupy y la gente que luego se involucró en estos movimientos”.
Cantave, que es negra, no está tan convencida de la relación. “No creo que el movimiento Occupy en sí haya influido en Black Lives Matter”, dice. “Hubo individuos que participaron en Occupy que luego participaron en Black Lives Matter, pero creo que la protesta Black Lives Matter bebe mucho más de un legado de protestas negras en Estados Unidos”.
Micah White, que es mestizo de padre afroamericano y madre blanca, cree que los vínculos entre los dos movimientos no son solo una superposición de manifestantes individuales, sino también la adopción de un modelo. “Mostramos a la gente que era posible crear algo parecido a un movimiento social con muy pocos recursos”, afirma.
El otro gran acontecimiento en el que se suele citar a Occupy es el giro a la izquierda del partido demócrata. Tanto Elizabeth Warren como Bernie Sanders, dos políticos demócratas escorados a la izquierda, obtuvieron el apoyo de activistas del movimiento Occupy. En esto, Cantave está de acuerdo. “Eso es absolutamente cierto”, dice. “Hubo una toma de conciencia de que la izquierda no es necesariamente tan pequeña como quizás el partido demócrata pensaba que era. Y creo que el partido demócrata se vio obligado a hablar con esa base de una manera más seria”.
White, sin embargo, es más escéptico. “Esa es una de esas hermosas ideas que inventamos para sentirnos mejor”, dice, argumentando que los verdaderos revolucionarios se proponen realizar sus propios ideales. Los no revolucionarios, dice, están “bastante contentos de que el legado de Occupy sea Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez. Un cambio gradual en el futuro en algún periodo de tiempo desconocido. Sin embargo, no es eso lo que pretendíamos”.
A pesar de todo su fervor revolucionario, White ha pasado desde entonces a dirigirse a Davos -una decisión que justifica con la comparación del Che Guevara dirigiéndose a la ONU- y ahora es padre y trabaja en criptodivisas. Dice que “detesta el pensamiento de grupo” y que ya no quiere ser “parte de una escena ideológica”.
Al final de su documental, cuando Holmes admite que el desalojo de Zuccotti Park marcó el fina de Occupy, se percibe abatimiento en su narración. “En muchos sentidos”, dice, “la revolución global de la que hemos formado parte se transformó en una contrarrevolución”.
Sin embargo, tanto ella como Cantave siguen creyendo firmemente en el anarquismo.
Holmes está haciendo un doctorado en estudios de medios de comunicación y sigue comprometida con los ideales que la llevaron por primera vez a Zuccotti Park. Piensa que el aparente abandono de White de esos ideales es “realmente triste” y sugiere que fue su falta de experiencia organizativa y de trabajo junto a otros lo que produjo lo que ella ve como su pesimismo.
“Es decir, definitivamente tengo mis momentos de sentirme quemada y frustrada. Puede ser muy duro enfrentarse a la represión del Estado. Pero, ya sabes, con una perspectiva a largo plazo”, dice, esbozando una sonrisa, “creo que lo que hicimos fue un éxito”.
Traducido por Emma Reverter