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De país modelo al caos: Alemania sufre con su campaña de vacunación contra la COVID-19

Philip Oltermann

Berlín —
30 de marzo de 2021 22:24 h

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En diciembre, dos semanas antes de que la Agencia Europea del Medicamento (EMA) autorizara la primera vacuna contra la COVID-19 para su uso en toda la Unión Europea, Berlín dio a conocer su plan para impulsar una campaña de vacunación nacional, con ingeniería de precisión alemana. Las vacunas se administrarían de forma masiva en centros de vacunación construidos a tal efecto, donde los pacientes podrían ser transportados a través de carriles, como si fueran coches en un túnel de lavado.

Las autoridades organizaron un encuentro con los medios. La demostración de la eficacia del complejo sistema impresionó a los periodistas. Sin embargo, hizo saltar las alarmas a Janosch Dahmen, un médico que en estos momentos es diputado del Partido Verde.

“Todo parecía muy lógico sobre papel”, dice Dahmen, que trabajó en la primera línea de la pandemia hasta noviembre. “Pero lo analicé como médico y pensé: en la práctica no funciona así. En realidad queremos que el médico de cabecera que ha atendido a nuestra abuela durante 20 años la llame y le diga que no se preocupe por esos efectos secundarios de los que ha oído hablar en la radio. Las personas no son automóviles que esperan en un túnel de lavado”. Tres meses después, las alarmas suenan lo suficientemente fuerte como para que toda Alemania las escuche.

La primavera pasada, al comienzo de la pandemia, el país parecía un modelo a seguir en cuanto a la forma de afrontar esta amenaza. Consiguió controlar los brotes gracias a un alto índice de pruebas y a un avanzado sistema de rastreo de contactos. A mediados de abril, su tasa de mortalidad por contagio era inferior al 3%, en comparación con el 14% del Reino Unido y el 13% de Francia, a pesar de haber decretado un confinamiento menos estricto que muchos países del continente. Los niveles de cumplimiento eran altos, al igual que los índices de aprobación del Gobierno.

Sin embargo, hace unos días, el director de la agencia de control de enfermedades de Alemania advirtió que el país se dirigía a una tercera ola de la pandemia que probablemente sería la peor hasta la fecha, mientras que el Gobierno parecía perdido en busca de respuestas, dando un giro de 180 grados en 48 horas con respecto a un estricto plan de confinamiento para Semana Santa, sin proponer un plan alternativo de restricciones extra más allá de las existentes.

Los buenos resultados de Alemania en la primera ola

La frustración es grande con un complejo mosaico de normas cada vez más difíciles de seguir, emitidas tras videoconferencias cada vez más enconadas entre Angela Merkel y los jefes de los 16 estados federales de Alemania.

Lo peor de todo es que el supuesto ritmo vertiginoso de la campaña de vacunación se atascó desde el primer momento: tres meses después de la administración de la primera vacuna, solo el 11% de la población alemana ha recibido al menos una dosis, en comparación con el 46% en el Reino Unido y el 30% en Estados Unidos. Incluso Francia, considerada en su día como el país más rezagado de Europa en materia de vacunas, ha administrado una primera dosis a un porcentaje mayor de su población que Alemania.

(Este martes el Gobierno alemán anunció que interrumpe la vacunación con AstraZeneca entre las personas menores de 60 años para seguir investigando casos de trombos raros en contra del criterio de la EMA. Alemania ha detectado 31 casos de este tipo, la mayoría de mujeres jóvenes, entre personas vacunadas después de administrar 2,7 millones de dosis. La decisión nacional llegó después de una cascada de anuncios de autoridades regionales).

Desde fuera, la gestión relativamente exitosa de la primera ola de la pandemia se vincula con la acertada toma de decisiones de la canciller alemana. A diferencia de sus homólogos, que recurrían a metáforas incomprensibles, Merkel, que es química cuántica, era capaz de explicar con calma y de forma didáctica complejos cálculos científicos. “La respuesta de Macron a la pandemia fue 'estamos en guerra'”, dice Andreas Rödder, historiador de la universidad de Maguncia. “La de Merkel fue 'acuérdate de lavar la mascarilla a 60 grados'”.

Visto desde dentro de Alemania, tanto las primeras victorias del país como su actual malestar se explican más fácilmente por factores estructurales, prioridades culturales y de suerte: buena en 2020, mala en 2021.

Cuando Alemania decretó el primer confinamiento el 22 de marzo del año pasado tuvo la suerte de que, a diferencia de Italia, el virus aún no se había extendido silenciosamente por todo el país y en las residencias de ancianos. En este país tan descentralizado, la COVID-19 también se topó con un sistema político que estaba sorprendentemente bien preparado para hacer frente a los retos iniciales.

Dado que la sanidad es una de las competencias descentralizadas en los estados federados, Alemania cuenta con más de 400 autoridades sanitarias locales que ya tienen experiencia en la gestión de sistemas de rastreo de contactos. Además, una red competente de laboratorios regionales universitarios y privados daba al país una ventaja en la realización de pruebas.

“El federalismo alemán en su forma actual puede haber sido diseñado históricamente como una camisa de fuerza para un Estado notoriamente agresivo”, dice Siegfried Weichlein, historiador del federalismo en la Universidad de Friburgo. “Pero es una camisa de fuerza popular. En sus mejores momentos, como vimos al principio de la pandemia, es un sistema dinámico que puede llevar a una carrera hacia la cima y a una mayor aceptación media de las decisiones políticas.”

Si atendemos a otros parámetros, la gestión de Alemania sigue destacando: su cifra relativa de muertos por la pandemia sigue siendo considerablemente inferior a la de otros países europeos occidentales comparables, como Francia o el Reino Unido. Pero el miedo a perder prestigio en la carrera de la inmunización ha llegado a dominar la conversación nacional.

Los estados rezagados marcan el ritmo de vacunación

Un programa de compra conjunta de vacunas que confió demasiado en los candidatos equivocados ha creado un déficit de suministro en toda la UE. Sin embargo, la mayor economía de Europa ha tardado en administrar incluso las dosis que tiene en sus manos, inyectando vacunas en los brazos de los ciudadanos a un ritmo más lento que otros 13 Estados de la UE.

A principios de la semana pasada, las reservas de vacunas no utilizadas en Alemania ascendían a 3,5 millones de dosis, en parte, pero no solo, porque el Ministerio de Sanidad insiste en conservar entre el 20% y el 50% de las dosis para la segunda dosis, dependiendo del fabricante. En algunos casos, la campaña de vacunación ha convertido los aspectos positivos del federalismo en negativos. La ciudad de Wuppertal anunció el miércoles que disponía de 2.000 dosis de vacunas sin utilizar, porque había terminado de inocular a todos los residentes mayores de 80 años, pero las autoridades de Renania del Norte-Westfalia le habían impedido pasar al siguiente grupo de edad, ya que querían que todo el estado avanzara en sincronía.

Lejos de ser una carrera hacia la cima, el programa de inmunización había creado un escenario en el que “los rezagados están marcando el ritmo”, como dijo el jefe del grupo de trabajo de crisis de la ciudad.

“Tanto si se trata de un paciente con hemorragia como de una pandemia: la rapidez es más importante que la perfección”, dice Dahmen. “En Alemania, intentamos reinventar la rueda con el despliegue de la vacuna, para perfeccionar un sistema antes de ponerlo en práctica. Ese tipo de minuciosidad se está volviendo contraproducente”.

Los médicos de familia no pueden vacunar

Según Dahmen, la razón de que el programa se llevara a cabo únicamente a través de los centros de vacunación era, en parte, que se pensaba que las vacunas de ARNm, como las de BioNTech/Pfizer y Moderna, requerían instalaciones de almacenamiento de alta tecnología, pero también por temor a una descentralización excesiva: los médicos de familia, según las autoridades, podrían sentir la tentación de desviarse del orden de prioridad y administrar las preciadas vacunas a pacientes de su consulta privada o amigos.

Sin recurrir a los médicos de cabecera, cada estado alemán ha tenido que crear su propio sistema para encontrar a las personas adecuadas en los grupos de edad adecuados para una cita de vacunación, y algunos invitan a los pacientes por carta, mientras que otros dependen de que se les contacte a través de líneas telefónicas directas sobrecargadas y páginas web poco fiables.

En la Baja Sajonia, las autoridades han utilizado los registros de las oficinas de correos para buscar candidatos para la primera ronda de vacunaciones suponiendo la edad de las personas a partir de sus nombres de pila.

El miedo a cometer errores ralentiza al país

Aunque estos problemas pueden ser de índole local, la indignación de la población también está llegando a las puertas de la cancillería de Berlín. El pragmatismo prudente ha sido muy útil para Merkel durante la mayor parte de sus 15 años en el poder. Pero entre un 90% de ciudadanos no vacunados, muchos piden ahora un liderazgo más audaz.

Las esperanzas de que los consultorios médicos alemanes pudieran sumarse pronto a la iniciativa de vacunación se vieron frustradas a principios de este mes, cuando la autoridad encargada de las vacunas recomendó suspender temporalmente el uso de la vacuna de AstraZeneca debido a la información sobre trastornos de coagulación en un número reducido de pacientes.

La Agencia Europea del Medicamento (EMA) sigue aconsejando el uso de AstraZeneca sin límite de edad porque no ha encontrado una relación clara entre los trombos y la vacunación y considera que los beneficios de protección contra el coronavirus son mayores que los riesgos de efectos secundarios.

Al contrario de lo que se especuló en la prensa anglosajona, la decisión de Merkel de hacer caso a la recomendación del organismo regulador tuvo poco que ver con los intentos de politizar la vacuna desarrollada en la Universidad de Oxford. Más bien, fue lo contrario: una afirmación de la creencia de que una cultura de gestión burocrática puede seguir ganando al virus. No detener el despliegue de la vacuna a pesar de la advertencia del regulador médico habría constituido una decisión política, pero un riesgo que muchos alemanes habrían perdonado a su canciller.

“En lugar de cometer un error, parece que hemos preferido quedarnos parados”, señala Dahmen. “Si se quiere una gestión eficaz de la crisis, el miedo a cometer errores se convierte en una actitud tóxica”.

Traducido por Emma Reverter