El presidente Donald Trump y su gobierno han prometido anunciar lo que, irónicamente, llaman el “acuerdo definitivo” para Israel y Palestina. Es una propuesta de 'paz' que viola los requisitos más básicos para una solución justa y sostenible, incumple las leyes internacionales y contradice el consenso mundial sobre la paz (que ya en sí mismo significa para los palestinos ceder muchísimo), e incluso disiente con las políticas declaradas de varios gobiernos previos estadounidenses.
El “acuerdo definitivo” contiene muchos fallos desastrosos e ideas equivocadas que varios gobiernos estadounidenses no han podido reconocer. El espíritu del pueblo palestino no puede romperse ni someterse. Tampoco cederemos nunca ante la presión externa o el chantaje. Esperar que entreguemos nuestros derechos y nuestra libertad a cambio de una supuesta “paz económica” entra dentro del terreno de la fantasía.
La amistad del Gobierno de EEUU con el Gobierno de ocupación israelí llegó a su punto máximo cuando Trump reconoció Jerusalén como capital de Israel y entonces, en otro acto de provocación, trasladó la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. Esta decisión fortaleció a las fuerzas de derechas, racistas, etnosectarias y ultranacionalistas de Israel y le dio al Gobierno israelí luz verde para colonizar aún más territorio palestino. A todos los efectos, le dio el golpe de gracia a la solución de dos Estados que ya agonizaba. La incapacidad para reconocer que Jerusalén es el corazón histórico, cultural, geográfico y demográfico de Palestina ya determina que el “acuerdo definitivo” nunca funcionará. Jerusalén es el eje sobre el cual se articula la paz.
La misma ideología que violó a Jerusalén está detrás del ataque del Gobierno estadounidense a los refugiados palestinos y su derecho a regresar a su tierra, un derecho reconocido universalmente que no puede ser negado sólo para acomodarse a las políticas de exclusión y exclusividad de Israel. El gobierno de Trump atacó a los refugiados palestinos al recortar la financiación de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (la UNRWA) y negarles acceso a la sanidad, la educación y los servicios sociales.
Los refugiados palestinos llevan 70 años intentando regresar a sus hogares, tras haber sido violentamente desplazados y expulsados de su territorio ancestral. Negarles sus derechos y aplastar sus esperanzas de llevar una vida digna es de una crueldad extrema. Una injusticia de esa naturaleza sólo avivará las llamas del extremismo y la violencia, aumentando la inestabilidad y el conflicto regional. Además de ser moralmente censurable, una política así es extremadamente peligrosa e irresponsable.
El “acuerdo definitivo” no pretende ofrecer una solución sino reinventar la ocupación como un sistema de control militar que no rinde cuentas a nadie y legitima el continuo robo y fragmentación de nuestra tierra, relegándonos a vivir prisioneros en territorios aislados a merced del control de las fuerzas de seguridad israelíes. Además, el acuerdo se basa en la ilusión de que los palestinos se olvidarán de su profundo compromiso histórico, cultural y nacional hacia Jerusalén y renunciarán a los derechos de los refugiados.
Estados Unidos debería abandonar la equivocada noción de que alguien –ya sea de la región o de fuera de ella– puede “entregar” al pueblo palestino o firmar un acuerdo en su nombre. Esta perspectiva, elaborada por un equipo de supuestos “mediadores” estadounidenses, es unilateral, errada y totalmente ajena a los principios genuinos de una verdadera mediación por la paz. Lo único que han logrado es confirmar que Jared Kushner, Jason Greenblatt y el embajador de Estados Unidos en Israel, David Friedman, son extensiones de la extrema derecha que representan al Gobierno de coalición de Israel y los grupos de presión y donantes de campaña en Estados Unidos. Habría que estar delirando completamente para esperar un intento real de paz o justicia de parte de estos “mediadores”, que son cómplices del financiamiento ilegal de los asentamientos israelíes que se han construido por la fuerza sobre territorio palestino.
La Solución de dos Estados con las fronteras de 1967 es el marco reconocido internacionalmente para trabajar una resolución del conflicto. En este contexto, la Iniciativa de Paz Árabe (API, por sus siglas en inglés) ha intentado ofrecer una fórmula para la paz integral regional. No se puede poner a la API patas arriba en pos de una solución propuesta “desde fuera” que busca ofrecerle a Israel pagos por adelantado y recompensas, normalización y reconocimiento, mientras que perpetua la ocupación y opresión de un pueblo entero.
En 1988 ya hicimos una dolorosa concesión al aceptar el 22% de la Palestina histórica. Cualquier intento de seguir reduciendo el territorio a manos del expansionismo ilegal israelí o cualquier otro engaño como un pequeño Estado de Gaza o una entidad fragmentada en Cisjordania sólo será otra receta para el desastre. El gobierno de Trump puede continuar por este camino destinado al fracaso o puede por fin enfrentarse a la realidad y ajustarse a los requisitos más básicos para la paz. Por decirlo de forma simple, cualquier acuerdo de paz debe basarse en la Justicia y las leyes internacionales, preservando la dignidad, la libertad y los derechos humanos.
Si hay algo que Estados Unidos no debe hacer, es subestimar la resistencia del pueblo palestino. A pesar de este capítulo oscuro en nuestra historia, seguiremos comprometidos a lograr una vida de libertad, dignidad y paz y continuaremos luchando por la justicia y la redención histórica.
La Dra. Hanan Ashrawi es una líder y política palestina. Es miembro del Comité Ejecutivo de la OLP y del Consejo Legislativo Palestino.
Traducido por Lucía Balducci