Hace apenas unas semanas, Irina trabajaba en la administración de ocupación rusa en Kupiansk, una gran ciudad del norte de Ucrania que quedó bajo control ruso días después de que Vladímir Putin iniciara la invasión.
Cuando los soldados rusos huyeron de la ciudad y el Ejército ucraniano recuperó los territorios ocupados en el norte del país, ella y su familia huyeron de lo que esperaban que fuera un duro castigo por colaborar con las fuerzas de invasión rusas.
De las pruebas que están emergiendo de los territorios recuperados recientemente por las fuerzas ucranianas se desprende que el Ejército ruso utilizó con regularidad la violencia para reprimir cualquier disidencia de los habitantes de las ciudades ocupadas y mantener su control. Al mismo tiempo, algunos dicen que celebraron la llegada de los rusos y los ayudaron. Otros se creyeron las promesas de los cargos designados por el Kremlin, que repitieron una y otra vez que habían llegado para quedarse, y decidieron cooperar o, simplemente, trataron de vivir tranquilos bajo el dominio ruso.
Para los aliados de Moscú en las ciudades ocupadas, la repentina retirada de las fuerzas rusas, que en los últimos días han cedido varios pueblos y ciudades sin apenas resistencia, es un giro que roza la traición.
“Todo el mundo nos había asegurado que se habían instalado, que no teníamos nada que temer”, dice Irina, al recordar las promesas de los cargos enviados por Moscú. Ella aceptó un trabajo en el departamento de contabilidad de la nueva administración local instaurada por Rusia. “Hace solo unos días nos decían que nunca se irían. Y poco después empezaron los bombardeos... Y no entendemos nada [de la ofensiva]. No entendemos qué sentido ha tenido todo esto entonces”, lamenta, en referencia a la operación militar rusa.
“Rusia nunca se irá”
Durante meses, Rusia aseguró a los habitantes de las regiones ocupadas de Ucrania que estaba allí para quedarse. Se introdujo el rublo, a los jubilados se les prometió que cobrarían pensiones rusas y los vecinos prorrusos fueron contratados como funcionarios de la nueva administración.
“La realidad es muy obvia: Rusia nunca se irá”, dijo Andrei Turchak, líder del partido gobernante ruso Rusia Unida, durante una visita a Kupiansk en julio. “Rusia nunca se irá de aquí. Y se proporcionará toda la ayuda necesaria”.
Esa promesa, junto con la amenaza de utilizar la violencia en caso necesario, fue decisiva para proyectar una imagen de poder ruso en los pueblos y aldeas de Ucrania, y sirvió para transmitir a los habitantes de la zona la percepción de que nunca se verían en la tesitura de ser castigados como traidores o colaboradores.
Ahora, el repliegue del Ejército ruso ha supuesto un golpe devastador para la imagen de las fuerzas armadas rusas y del Kremlin entre algunos de sus más firmes partidarios en Ucrania.
Ucrania ha prometido capturar a los habitantes que colaboren con el Ejército ruso o cooperen con los gobiernos instaurados por Rusia. Los cargos pueden conllevar una pena de prisión de hasta 15 años. El pasado miércoles, el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, afirmó que el Ejército del país estaba tratando de acabar con “lo que queda de las fuerzas de ocupación y de los grupos de sabotaje” en las ciudades y pueblos recuperados de la región de Járkov.
“Nadie entiende qué ha pasado”
En Belgorod, región rusa fronteriza con Járkov, la oficina del gobernador ha señalado que casi 1.400 personas están alojadas en un campamento temporal tras cruzar la frontera desde Ucrania. Muchas son familias con niños que han huido de los combates. Otros cientos de personas se alojan probablemente en apartamentos alquilados o en casa de familiares.
En un pequeño centro de distribución de ayuda en la ciudad, media docena de ucranianos que han huido recientemente a Rusia aseguran estar estupefactos por la incapacidad de Moscú para mantener el control sobre la región de Járkov y resistir la exitosa contraofensiva ucraniana que ha retomado miles kilómetros cuadrados de territorio en solo varias semanas.
“La gente de allí creyó a los soldados rusos, les dijeron que no los abandonarían, que habían sufrido muchas bajas y que no los abandonarían”, dice Alexander, de 44 años, que huyó de un pueblo cercano con su mujer y su hijo. “Luego se retiraron de repente. Necesitaron varios meses para hacerse con todo este territorio y luego lo abandonaron en dos días. Nadie entiende qué ha pasado”.
Alexander, soldador de tuberías de formación, explica que no ha estado trabajando para Rusia y que, de hecho, no trabaja desde el inicio de la guerra. Decidió huir de su pueblo, que cayó rápidamente bajo control de Rusia en los primeros días de la guerra, porque “no tenía ni trabajo ni escuela” para su hijo, y necesita “procurarle ropa y una educación”. Tenía previsto encontrarse con un hermano en Polonia, pero entonces Alexander resultó herido por un proyectil, y optaron por huir a Rusia, donde tiene un pariente.
Cuenta que optaron por marcharse no porque se opusieran a la vuelta al Gobierno ucraniano, sino por el peligro de la guerra. “Nos estaba llevando a la histeria”, dice. “Aguantamos todo lo que pudimos”. Como otras personas, prefiere que no se le identifique por su apellido. Teme que se le considere un traidor por haber huido a Rusia. Explica que tiene la esperanza de poder regresar a casa para ver a sus padres.
Pérdida de confianza
Los intentos de Moscú por integrar los territorios ofreciendo públicamente limosnas mientras imponía una cultura del miedo en la Ucrania ocupada se consideraron el preludio de una anexión formal que en algunas regiones se esperaba que se materializara este otoño. Sin embargo, la falta de seguridad que supone la repentina retirada de Rusia de una vasta extensión de territorio ha hecho tambalear la confianza que algunos tenían y dificulta los planes en los territorios que siguen bajo control de Moscú.
“Tendríamos que habernos ido antes”, dice Sergei, el novio de Irina, que trabajaba en la red local de ferrocarril. Explica que ahora es difícil encontrar un lugar donde alojarse en Belgorod, adonde se han trasladado miles de personas desde el comienzo de la guerra.
Irina y Sergei afirman que siguen apoyando a Rusia en la guerra, pero ya no tienen la misma confianza en que pueda proteger a sus partidarios en Ucrania. “Me preocupan los habitantes de Jersón y Zaporiyia”, dice Irina, en referencia a las regiones del sur de Ucrania también ocupadas por Rusia. “También se les dice: 'No nos vamos a ir'. Pero si vemos lo que ha pasado cerca de Járkov, nadie puede saber qué va a pasar mañana”.
Según muchos testimonios, las propias tropas rusas y algunos de los principales promotores del Kremlin han salido a decir que Rusia corre el riesgo de perder sus partidarios en la Ucrania ocupada. “La población está esperando que actuemos. Que les golpeemos tan fuerte que acaben de espaldas. Es decir, un noqueo”, dijo Alexander Sladkov, un corresponsal de guerra ruso, en un reportaje televisado.
“Es muy difícil ganar por puntos. Estamos perdiendo un gran número de personas, tenemos heridos”. Y, reponiéndose, añadió: “Y tenemos grandes éxitos”.
Rusia no ha tenido muchos éxitos últimamente. Y sus problemas pueden aumentar a medida que las ciudades que han estado en sus manos desde las primeras semanas de la guerra empiecen a salir del aislamiento y a contar historias de la vida bajo ocupación.
Cruzar la frontera
La retirada provocó un éxodo de personas hacia la frontera. A principios de la semana pasada, Yulia Nemchinova, una activista local que reparte ayuda a los refugiados ucranianos en Rusia, grabó un vídeo de algunos de los cientos de coches que habían huido de la región de Járkov en la frontera rusa.
Un alto cargo ucraniano describió uno de esos convoyes, procedente de la región de Lugansk, como colaboradores que “empacan su botín, empacan a sus familias y se van”. Nemchinova, que es prorrusa, confirma que muchos residentes que siguen en ciudades ucranianas que fueron ocupadas por los rusos temen ser etiquetados como colaboradores. En su opinión, “solo intentaban vivir”.
“Les dijeron que Rusia había llegado para quedarse”, dice. “Ahora se han quedado en estado de shock. Se han quedado literalmente en blanco. Pregunté a muchos de los que se marchaban a dónde iban y me decían que a Rusia. Sin un destino concreto. Solo a cruzar la frontera”.
En el centro de ayuda, la mayoría asegura que solo volvería a Ucrania si Rusia retomaba el territorio. Otros afirman que no volverían nunca, aunque Rusia volviera a hacerse con el control de esos territorios. “Nunca volveremos”, dice Sergei, el novio de Irina, cargado con una pequeña bolsa con zapatos y jerséis del centro de ayuda. “No nos queda nada por lo que volver”.
Traducción de Emma Reverter.