El salón está abarrotado, los trípodes de las cámaras, preparados, la multitud de ansiosas personas del mundillo político –incluyendo una pequeña cantidad de asistentes, aspirantes y periodistas– está en su sitio, listos para que comience el evento. Ya ha pasado la hora prevista de inicio, pero está bien: de hecho, si es un evento de campaña, el retraso es casi un signo positivo. Transmite la idea de que el orador está tardando porque en el evento anterior la multitud no lo dejaba partir. Se genera expectativa. Días antes de unas elecciones, así deberían ser las cosas.
Que se entienda bien: esto era un evento de campaña a pocos días de las elecciones europeas en Reino Unido, que se celebran este jueves. Excepto que cuando Sajid Javid finalmente llega al salón de Westminster –el sitio alquilado al Sindicato de Madres por el Centro de Estudios Políticos– queda claro en seguida que las elecciones en cuestión no son las de este jueves, una votación que ni el ministro de Interior ni el hombre que lo presenta siquiera mencionan.
Unos 400 millones de europeos tienen derecho a votar esta semana, pero nadie en este salón está pensando en estas elecciones. Todos están pensando en otra, que se lee entre líneas en el corto discurso de Javid y que tiene un electorado mucho más reducido: 313 parlamentarios conservadores y unos 100.000 miembros del partido decidirán quién sucederá a Theresa May como líder del Partido Conservador y jefe o jefa de Gobierno.
Este miércoles han aumentado las presiones internas sobre la primera ministra para forzar su dimisión. La propuesta de ley del Brexit presentada por May el martes para contentar a parlamentarios de la oposición no ha hecho más que enfadar a muchos de sus compañeros de partido. May prometía que si los parlamentarios aprobaban el acuerdo, tendrían la oportunidad de votar sobre la posibilidad de convocar un segundo referéndum, así como la opción de una “unión aduanera temporal” con la UE. Esta última cuestión es el principal obstáculo para la aprobación del acuerdo de retirada negociado entre la Unión Europea y Theresa May, que ya ha sido rechazado en la Cámara de los Comunes en tres ocasiones y la primera ministra lo quiere llevar de nuevo al Parlamento el próximo 7 de junio.
De hecho, el Comité 1922, formado por miembros del grupo parlamentario de los tories, se reunió este miércoles para tratar de cambiar las normas de la formación y poder volver a someter a May a una cuestión de confianza interna. La líder conservadora salió airosa, por un ajustado nueve contra siete, de una votación en diciembre y la normativa actual establece que debe transcurrir un año hasta que pueda volver a convocarse otra. El jefe del comité se reunirá con Theresa May este viernes para transmitirle lo acordado. Además, este miércoles también ha dimitido la líder conservadora en la Cámara, Andrea Leadsom. “Ya no creo que nuestra estrategia vaya a cumplir el resultado del referéndum”, ha señalado en una carta a la primera ministra.
La campaña de la sucesión es la que cogerá impulso a medida que se acerque el momento de la salida de May. Mientras los británicos votan en unas elecciones en las que no querían participar, los colegas de gabinete de la primera ministra decidirán su futuro político.
Volviendo al principio, Javid está aquí para dar un informe sobre pequeñas empresas, una excusa que ha convocado a las tropas de prensa de Westminster que siempre están buscando un ministro de gabinete que hable de algo aparte del informe que debe dar.
Entonces, cuando Javid comienza su discurso con elogios a Margaret Thatcher y luego sigue con lo que en Westminster llaman su historia de origen (“Seguro todos ya me han oído hablar en algún momento de mi padre, que era chófer de autobús…”), para después ofrecer un relato autobiográfico menos conocido, explicando que su padre se hizo chófer solamente para poder ahorrar dinero para abrir su propio comercio, primero un puesto de ropa femenina en un mercado. Cuando Javid hace todo esto, todos dan por supuesto que está haciendo lo mismo que otros conservadores que han dado entrevistas a revistas, exhibiendo a sus parejas o sus casas o ambas cosas a la vez.
La suposición es que él, y ellos, están de campaña, y no es para las elecciones europeas. Están compitiendo en la carrera por el liderazgo conservador. Por esto ha venido la prensa: a pocos de los periodistas que están aquí les importa el informe de Javid sobre las pequeñas y medianas empresas.
El Ministro del Interior decepciona en ese sentido, evitando hacer la jugada que Boris Johnson realizó el mismo día al anunciar que se presentará como candidato. Javid ni siquiera acepta preguntas de la prensa. Cuando the Guardian lo acorrala al preguntarle por qué está en un salón de Westminster en lugar de en los eventos de la campaña por las elecciones que son en menos de una semana, él insiste en que ha estado “trabajando en la campaña” y que está seguro de que sus colegas también.
Cuando the Guardian le responde que en realidad no ha habido ni un sólo evento importante del Partido Conservador por estas elecciones, Javid no se rinde: “Pues yo he trabajado por la campaña. He salido, he salido a hacer campaña. Y a Peterborough, allí también vamos a ir pronto”. Ah, pero ésa es una elección parcial por un escaño en Westminster. Eso es otra cosa. ¿Qué pasa con las elecciones europeas? “En Peterborough habrá dos elecciones”, dice el Ministro del Interior antes de salir del salón.
Luego, un asesor especial de Javid aclara que en realidad no ha participado en ningún evento de la campaña por las elecciones europeas. Pero eso no lo diferencia de los demás miembros de la cúpula del Partido Conservador. Al contrario: ninguno ha hecho nada por lograr ser elegido como parlamentario europeo. Cuando el lunes Esther McVey lanzó su grupo Conservadurismo Obrero, una vez más, las elecciones europeas ni siquiera fueron mencionadas. En pocas palabras: de cara a las elecciones del próximo jueves, los conservadores han llevado a cabo una campaña invisible.
Incluso esa descripción es demasiado halagüeña, pues da a entender que hubo algún tipo de actividad aunque no se haya visto. Pero ésta no ha sido una campaña sigilosa, una de esas que pasan desapercibidas. La triste realidad es que no ha existido campaña alguna del partido gobernante del Reino Unido para lograr escaños en el Parlamento Europeo.
“¿Cómo podemos detener estas elecciones?”
Incontables votantes de todo el país afirman que han recibido folletos del Partido del Brexit, de los Liberal Demócratas, los Verdes y los Laboristas, pero nada del Partido Conservador (Escocia es una excepción, ya que “el equipo del Conservadurismo Escocés de Ruth Davidson” ha repartido folletos). Esto ha sucedido incluso en regiones que son bastiones de los conservadores, desde Devon hasta Wiltshire, desde el Sussex Oriental de Amber Rudd hasta el Essex de Mark Francois.
Una publicación de Twitter demuestra que existe un folleto del Partido Conservador del Reino Unido para las elecciones europeas, pero casi ningún votante lo ha visto. Tampoco es que si se hubiera visto habría provocado una estampida hacia las urnas. El segundo párrafo comienza así: “¿Cómo podemos detener estas elecciones?”
Y allí está, en una frase, la explicación de la no-campaña. Básicamente, los conservadores no querían que estas elecciones se llevaran a cabo en el Reino Unido. De hecho, unas de las tantas promesas del Brexit de Theresa May que luego acabó incumpliendo fue exactamente eso: a la vez que juraba una y otra vez que el Reino Unido abandonaría la Unión Europea el 29 de marzo, también repetía que el Reino Unido no participaría de las elecciones europeas del 23 de mayo, que sería un desastre si eso ocurría. Claramente, cuando ese casi-nunca-visto folleto de campaña se imprimió, todavía debía existir la esperanza de evitar estas elecciones. Pero aquí estamos.
Es difícil hacer campaña a plena voz para unas elecciones en las que prometiste no participar, para conseguir escaños en un organismo que prometiste abandonar. Ése ha sido el dilema de May. El resultado fue que no hubo carteles, ni programa, ni autobús de campaña, ni discursos.
Mientras Nigel Farage sale a sus mítines o a que le tiren batidos, mientras Jeremy Corbyn se enfrenta a Andrew Marr o Vince Cable declara con torpeza “¡a la mierda con el Brexit!”, Theresa May no ha organizado ni un solo evento público por estas elecciones.
Lo cual no quiere decir que no haya habido ningún evento público. El pasado viernes, quizá para que no se diga que no hizo literalmente nada, la primera ministra se presentó en algo que la BBC obedientemente describió como un “acto de campaña en Bristol”. Anunciado como un “lanzamiento”, aunque solo faltaban seis días para el día de votación, May ingresó en una sala del estadio Ashton Gate, sede del equipo de fútbol Bristol City, donde no había ni forofos del club ni gente del público, sino solamente dos camarógrafos, dos fotógrafos y un solo periodista de Sky News, cuyo trabajo luego sería “compartido” al resto de la prensa. Acompañada por los cuatro candidatos conservadores por la región suroeste, la primera ministra leyó una declaración escrita y respondió una sola pregunta del único periodista presente.
Para un espectador desprevenido, podría haber parecido un acto de campaña, aunque tampoco así tenía buena pinta. Como bromeó un conocedor de Westminster, May eligió “un lanzamiento de campaña de tipo ‘la familia de la víctima pide la aparición de testigos’”. Pero al margen de la pinta, el acto fue una farsa. Fue la definición de un fiasco.
“Nadie quiere tener nada que ver con esto”, le dijo un veterano trabajador del Partido Conservador a The Guardian en el evento de Javid. “Todos saben que va a ser un desastre”. Los ministros del Gabinete sienten que si son vistos haciendo campaña, luego tendrán que asumir parte de la culpa por el fracaso. Mejor conservar las manos limpias y prepararse para la autopsia incluso antes de que suceda el fallecimiento. ¿Incluso cuando los sondeos predicen que los conservadores no lograrán llegar a los dos dígitos y quedarán en quinto lugar, detrás de los Verdes? “Aceptas el resultado y sigues adelante”. Las encuestas dan una victoria al Brexit Party del ultranacionalista Nigel Farage.
“Creo que todo el partido preferiría no hacer campaña. Ser visto en campaña por estas elecciones es un incómodo recordatorio de nuestra traición a los que hicieron campaña por el Brexit y que Theresa May consintió sin vergüenza”, escribió un exministro. Allí está el verdadero quid de la cuestión: los conservadores que votaron a favor del Brexit no le perdonan a May sus promesas incumplidas y los conservadores que votaron en contra del Brexit no le perdonan que haya hecho esas promesas.
El martes pasado, la situación se tensó aún más cuando May dio lo que podría considerarse lo opuesto a un discurso de campaña, uno que parecía casi diseñado para espantar votantes conservadores. Mientras hacía un último intento por sacar adelante su acuerdo, jugó con la posibilidad de convocar un segundo referéndum. No lo hizo de forma lo suficientemente firme como para atraer a votantes contrarios al Brexit, pero sí fue lo suficientemente clara como para arrojar a los votantes a favor del Brexit a los brazos del Partido del Brexit de Nigel Farage. Y lo hizo a 48 horas de que abran los centros de votación. La consecuencia es que el Partido Conservador se enfrenta a lo que seguramente será su peor resultado electoral a nivel nacional en toda su historia.
Hay un solo sitio donde queda un poco de compasión por la primera ministra saliente. Durante el fin de semana, mientras visitaba la comuna de Maidenhead, se la elogió por su resiliencia, por supuesto, y por su capacidad de trabajo, incluso como parlamentaria. En las puertas de la sede local del Partido Conservador, Alan Stiles, un trabajador de un almacén de 52 años, dijo que la culpa de todo no la tiene May, sino David Cameron. “Él ha sido el que montó todo este jaleo”.
Hannah Bouckley, una mujer de 40 años, empleada de una empresa de telecomunicaciones, tampoco quiso hablar mal de May. La primera ministra siempre ha estado muy presente: visitó tres veces el colegio del hijo de Bouckley. Y no podía quejarse de la vida en Maidenhead: “Es el castillo de Windsor de los pobres”, dijo con una sonrisa. Pero esta vez May y su partido habían sido invisibles: “No hubo folletos, ni actos en la sede del partido, nada. Creo que nos dan por muertos, pero se equivocan”.
El Partido Conservador se ha ocultado durante toda esta campaña extraña e indeseada. Pero todo acaba este y cuando se cuenten los votos ya no tendrán dónde esconderse.
Traducido por Lucía Balducci