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La campaña de Le Pen obliga a Francia a afrontar el debate de la identidad nacional y el racismo

Angelique Chrisafis

Aulnay-sous-Bois —

En su piso en un suburbio al norte de Paris, Hanane Charrihi mira una foto de su madre Fátima. “Su muerte nos demuestra que ahora más que nunca necesitamos tolerancia”, afirma. “En Francia hay tolerancia, pero a veces parece que aquellos que están en contra de ella gritan más fuerte y obtienen mayor difusión”.

Fatima Charrihi, una abuela musulmana de 59 años, fue la primera de las 86 personas asesinadas en el ataque terrorista en Niza el verano pasado, cuando un hombre al volante de un camión atropelló a la gente que estaba viendo los fuegos artificiales del Día de la Bastilla. La mujer había salido de su piso para ir al paseo marítimo a tomar un helado con sus nietos. Llevaba un hiyab y fue la primera persona a la que el conductor golpeó en ese horroroso ataque que el ISIS se atribuyó.

Un tercio de los muertos en el ataque en Niza eran musulmanes. Sin embargo, la familia de Fátima Charrihi, con algunas mujeres con el cabello cubierto por el pañuelo tradicional musulmán, recibió insultos de los transeúntes, que les gritaban “terroristas” mientras se agachaban junto al cuerpo de su madre cubierto por una manta en el lugar del ataque. “No os queremos aquí”, dijo un hombre a Hanane a las puertas de una cafetería momentos después del ataque.

Hanane Charrihi, una farmacéutica de 27 años, se sintió tan afectada de que, incluso después de la muerte de su madre, el supuesto “problema” del islam en Francia fuera un tema tan importante en el debate político que escribió un libro, Mi madre patria. El libro es una llamada a vivir juntos, en armonía con la diversidad.

El partido de extrema derecha Frente Nacional sumó un montón de nuevos miembros después del ataque en Niza y, ahora, la presencia de Marine Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales tras haber obtenido 7,6 millones de votos en la primera, ha colocado el Islam y la identidad nacional en lo más alto de los temas de campaña.

“Soy francesa, amo a mi país y parece que la gente me quiere decir: ‘No, es imposible que tú ames a Francia’”, se lamenta Hanane Charrihi. “Me parece que esta insistencia de los políticos en debatir sobre la identidad nacional es una pérdida de tiempo. Podrían dedicarlo a ocuparse del paro, el empleo y la vivienda.”

La segunda vuelta entre una Le Pen de extrema derecha y contra la inmigración y el centrista independiente Emmanuel Macron ha subido el tono de los debates sobre el islam y la identidad nacional. En 2015, Le Pen fue juzgada y absuelta de incitar al odio religioso al comparar los rezos musulmanes en las calles con la ocupación nazi.

Macron ha insistido en que Le Pen todavía representa al “partido del odio”. Esta semana, en un mitin en París, dijo: “No permitiré que se insulte a la gente sólo por creer en el islam”. Después de que más de 230 personas murieran en ataques terroristas en Francia en los últimos dos años, Le Pen ha señalado el fundamentalismo islámico como un “peligro mortal para Francia” y ha acusado a Macron de tener una “actitud indulgente” hacia el terrorismo. Él la acusó de dividir a Francia y promover una “guerra civil”.

“Marine Le Pen presidenta genera miedo”

Las propuestas de Le Pen incluyen prohibir los símbolos religiosos, como el pañuelo con que se cubren el cabello las musulmanas, de todos los lugares públicos. También prohibiría los rituales en la matanza de animales, es decir la práctica islámica del halal, aunque también se verían afectadas las prácticas kosher de los judíos.

Cuando Jean-Marie Le Pen, padre de Le Pen y cofundador del partido, llegó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 2002, la clase política se unió espontáneamente en una campaña contra el racismo y marcharon en las calles para bloquear el voto a Le Pen padre.

Esta vez, las manifestaciones contra Le Pen han sido menores, más reducidas y fragmentadas. Hubo menos personas con carteles contra el racismo, y el Frente Nacional los ha aceptado como parte del paisaje político. El tema de la diversidad y las divisiones en Francia —entre la ciudad y el campo, los ricos y los pobres, los supuestos “franceses nativos” y los inmigrantes— han sido los temas principales de la campaña.

En el mercado de Aubervilliers —ubicado en Seine-Saint-Denis, una zona en el noreste de París, tradicionalmente de izquierdas y muy diversa a nivel étnico— los jóvenes se quejan de que la discriminación ha aumentado el paro juvenil.

Ezzedine Fahem, de 62 años, está preocupado por la creciente división en la sociedad. “En algunos sitios, Le Pen tiene cada vez más votantes, pero aquí la idea de Le Pen presidenta genera miedo”, afirma este exempleado de un restaurante. “Para mí, ella tiene como objetivo a los musulmanes, la religión y los extranjeros. Todo lo que habla sobre integración... mira este sitio: todos los extranjeros acabaron aquí en una especie de gueto. Incluso si has nacido aquí y eres francés, siempre te definen por tu origen. Eres francés pero siempre serás árabe, siempre serás negro, siempre serás judío”.

En el mercado, Alexandre Aidara está repartiendo folletos de Macron. Es uno de los pocos candidatos parlamentarios ya elegidos para presentarse a las elecciones legislativas de junio por En Marche! (“¡En marcha!”), el movimiento “ni de derechas ni de izquierdas” de Macron.

Aidara, de 49 años, es un ingeniero nacido en Senegal que estudió en Francia. Entró en la elitista Escuela Nacional de Administración y ha trabajado en altos cargos en diferentes ministerios. Dice que el hecho de que Macron haya elegido más candidatos parlamentarios provenientes de minorías étnicas es una apuesta por la renovación de la clase política. Aunque Seine-Saint-Denis es una de las zonas más diversas a nivel étnico en toda Francia, sólo uno de sus 13 representantes en el Parlamento no es blanco. De los 577 parlamentarios franceses, sólo cuatro provienen de minorías étnicas.

La importancia de la movilidad social

La postura de Le Pen respecto de los abarrotados suburbios que rodean a las ciudades francesas es que lo primero es la seguridad. Macron opina que la discriminación es un problema cada vez mayor y que la clave es generar oportunidades de empleo. El candidato ha dicho que quiere “movilidad social” y que dará un bono de 15.000 euros en tres años a las empresas que contraten personas residentes en 200 barrios pobres elegidos.

“Sobre temas de diversidad, Emmanuel Macron quiere mostrar que hay modelos a imitar”, señala Aidara. “Los modelos a seguir aquí son raperos y jugadores de fútbol. Eso es bueno: el arte y la cultura son muy importantes. Pero también puedes tener éxito estudiando, como lo he hecho yo, que soy ingeniero. La discriminación representa una gran pérdida económica para el país y para el Estado”, añade.

Macron ha argumentado que su postura contra el terrorismo es buscar las “raíces” del conflicto que hace que niños nacidos en Francia acaben atacando a su propio país cuando crecen, una cuestión que indigna no sólo a Le Pen sino también a los socialistas. “Cuando una persona nacida en Francia ataca a Francia, significa que la integración ha fallado. Hay que estudiar eso, hay que trabajar en el empleo, en la educación, en la integración y en las escuelas. Por eso queremos reducir la brecha social en zonas específicas”, explica Aidara.

Macron también ha intentado resolver un capítulo inconcluso de la historia francesa: el pasado colonial y la guerra en Argelia. En febrero, cuando visitó Argel, dijo que el pasado colonial de Francia era un “crimen de lesa humanidad”. Luego moderó sus comentarios, pero insistió: “Debemos enfrentarnos a nuestro complejo pasado si queremos salir adelante y vivir en armonía.” Esta semana, Le Pen lo acusó de mancillar la “gloriosa historia” de Francia.

Sara, de 22 años, coge un folleto de Macron. Para esta estudiante de tecnología que lleva el cabello cubierto con un hiyab, estas son sus primeras elecciones como votante. En la primera vuelta votó por Jean-Luc Mélenchon, “porque hablaba de que todos en Francia podamos vivir juntos y en armonía”. Cree que el sentimiento anti-islam se ha convertido “casi en un lugar común” en Francia. “No estoy segura de que Macron realmente comprenda eso”, añade, pero está dispuesta a votar por él para que no gane Le Pen. Le gustó que Macron no quiera prohibir el hiyab en las universidades, una idea propuesta por la derecha que respaldó incluso el antiguo primer ministro socialista Manuel Valls.

Durante años, el principio francés de laicismo ha sido cuestionado por los que creen que se ha convertido en una herramienta política. La república francesa se construyó sobre la base de la separación entre el Estado y la Iglesia, con el propósito de ofrecer igualdad a todos los credos.

Pero las polémicas —como la prohibición del traje de baño musulmán “burkini” en las playas francesas el verano pasado— han fortalecido la advertencia, que ha llegado incluso a los tribunales, de que al dar un supuesto trato especial a los musulmanes se estaría “violando las libertades fundamentales”. Macron ha dicho que su postura ante el laicismo en Francia está basada en la “tolerancia”, provocando que Le Pen le acusara de “permisivo”.

“Racismo, racismo, racismo. A eso le temo yo en Francia”, dice una funcionaria francesa de 49 años nacida en Túnez. “En la primera vuelta no voté, pero el domingo voy a llevar conmigo a todos los que pueda, los sacaré de la cama y los llevaré a votar por Macron. En otras circunstancias no votaría por Macron. ¿Pero ahora qué opción tenemos? No está todo dicho en estas elecciones. El resultado todavía está por verse. Me preocupa que gane Le Pen. Si gana, creo que sería capaz de irme de Francia mientras esté ella en el poder”.

Traducido por Lucía Balducci