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OPINIÓN

No permitamos que uno de los legados del coronavirus sean las muertes por enfermedades prevenibles

Edward Parker

médico e investigador del Centro de Vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres —

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En El prestidigitador y el ratero, un cuadro del siglo XVI del pintor flamenco Jheronimus van Aken, el Bosco, un espectador observa absorto un truco de magia. Se inclina hacia delante, fascinado por el espectáculo, sin percatarse de que el hombre que tiene detrás le está robando lo que tiene en el bolsillo. En la Semana Mundial de la Inmunización de 2020, todas las miradas están puestas en la epidemia de la COVID-19. En todo el mundo, los investigadores han respondido con una rapidez y un ingenio sorprendentes. Se están desarrollando más de cien posibles vacunas y también han empezado varios ensayos clínicos con humanos. Aunque todavía quedan muchos retos por superar, podemos ser optimistas y pensar que de todos estos esfuerzos saldrá una vacuna.

¿Pero qué hay de los peligros a los que no estamos prestando atención? Las vacunas existentes evitan una larga lista de enfermedades que representan una amenaza a la vida. Los niños pequeños, que afortunadamente escapan de los peores efectos del coronavirus, sí son en cambio el mayor grupo de riesgo de muchas de muchas enfermedades que pueden prevenirse con una vacuna. Si no se hacen esfuerzos sistemáticos para mantener los programas de vacunación, uno de los posibles legados del coronavirus podría ser un aumento alarmante de la mortalidad infantil.

La historia reciente nos previene de las consecuencias de la interrupción de los programas de vacunación. Las crisis humanitarias, la guerra en Siria, la hambruna en Etiopía en 2000 y el tsunami del Océano índico del 26 de diciembre de 2004 fueron seguidos de brotes agresivos de sarampión. El año pasado, sacudida por el mayor brote de ébola, la República Democrática del Congo se vio afectada por una epidemia de sarampión. Hasta ahora, se han registrado por lo menos 310.000 casos y más de 6.000 muertes, más del doble de las muertes por ébola. Las epidemias continúan, y a ellas se ha unido la de la Covid-19 a principios de marzo. Un trauma agravado por otro.

De hecho, ni siquiera es necesaria una crisis para echar por tierra décadas de esfuerzos en inmunización; todo lo que se necesita es miedo. En 2002, se acarició la posibilidad de erradicar la poliomielitis en África: sólo se registraron 202 casos en todo el continente. Los rumores sobre los riesgos de la vacuna oral antipoliomielítica comenzaron a extenderse por Nigeria en 2003, lo que llevó a cinco países a boicotearla temporalmente. Los efectos se extendieron por todo el continente durante varios años. Nigeria registró 782 casos de poliomielitis en 2004, y el virus se exportó a seis países vecinos anteriormente libres de poliomielitis. Se tardó cerca de un decenio en reducir las cifras a los niveles de 2002.

Los países más ricos de Europa y América del Norte no están exentos de estas amenazas. Se necesitan tasas de vacunación de al menos el 95% para suprimir el sarampión, y son demasiados los países que se quedan cortos. El año pasado se registraron 1.282 casos en Estados Unidos; la cifra más alta desde 1992. El Reino Unido registró más de 800 casos y en agosto perdió la calificación de país “libre de sarampión”. Dondequiera que haya lagunas en la vacunación, la amenaza del sarampión se mantiene.

Las directrices de vacunación publicadas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 26 de marzo reflejan esta situación: “La interrupción de los servicios de inmunización, incluso durante breves períodos, dará lugar a un aumento del número de personas vulnerables y aumentará la probabilidad de que se produzcan enfermedades que son prevenibles si la población se vacuna”.

Las medidas de confinamiento, esenciales para proteger la salud pública, podrían causar el cese de los programas de vacunación. En el Reino Unido, el programa oficial de vacunación infantil es considerado de “alta prioridad” y no se interrumpirá independientemente de la magnitud o duración de la pandemia. Sin embargo, a pesar de esas directrices, sigue preocupando el efecto sobre las tasas de vacunación infantil. Aunque debemos prestar atención a los consejos de permanecer en casa siempre que sea posible, vacunar a los niños es una de las citas que debemos mantener.

Los desafíos en otras partes del mundo son más difíciles de superar. En los países de ingresos bajos y medios, las campañas de vacunación masiva constituyen un complemento crucial de la inmunización rutinaria en las clínicas. Estas campañas incluyen visitas puerta a puerta así como la vacunación en lugares públicos como escuelas, iglesias, mezquitas y mercados; lugares incompatibles con las medidas de distanciamiento social. Como ha explicado Seth Berkley, jefe de la alianza para la vacunación Gavi, nos enfrentamos a “un dilema endiablado”.

¿Continuamos con las campañas masivas y nos arriesgamos a avivar las llamas de una pandemia, o detenemos estos programas y dejamos a millones de niños en riesgo de contraer enfermedades que representan una amenaza para sus vidas? Por ahora, se ha considerado que el potencial devastador que tendría una pandemia no controlada de coronavirus representa la mayor amenaza.

La OMS ha recomendado que se suspendieran temporalmente las campañas de vacunación masivas “en aquellos lugares en los que no haya un brote activo de una enfermedad que se pueda prevenir con una vacuna”. Los países deben hacer lo posible por mantener los programas de vacunación rutinarios, preparándose al mismo tiempo para responder rápidamente con campañas masivas en caso de que se produzcan brotes.

No hay que subestimar los retos que plantea mantener los programas de vacunación en el contexto de una pandemia. Los países deben hacer frente a la interrupción de la cadena de suministro de vacunas, al déficit de material de protección para los trabajadores de la salud y al riesgo de exposición al coronavirus en clínicas desbordadas. Si se producen brotes de enfermedades como el sarampión, se verán agravados por problemas que afectan a las poblaciones más vulnerables del mundo, como la malnutrición.

Admiramos los esfuerzos de los investigadores que intentan desarrollar una vacuna contra el coronavirus. Nuestros esfuerzos para que las vacunas que ya están disponibles se sigan poniendo deben ser igual de ingeniosos. Puede que nos enfrentemos a un nuevo enemigo, pero los que ya teníamos están al acecho. Debemos encontrar formas de seguir vacunando.

Edward Parker es un doctor e investigador del Centro de Vacunas de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres

Traducido por Emma Reverter