El pino perdido de las sufragistas que ahora inspira a una nueva generación

Isabella Kaminski

15 de octubre de 2021 22:31 h

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En un soleado jardín trasero al nordeste de Bath se alza un pino de 30 metros, con extensas ramas que sirven de hogar para ardillas, urracas y trepadores. Cada año, al terminar el verano, se desprende de sus hojas, que cubren el césped a sus pies. En sus 100 años de vida, ha sido testigo de enormes transformaciones políticas y sociales, y si es por las mujeres que acuden a visitarlo, aún le faltan muchas por ver.

Hace 43 años, cuando la matrona Eileen Paddock se mudó al pueblo de Batheaston, a sus dos hijos pequeños les faltó tiempo para subirse al árbol de la casa nueva. Pero Paddock no sabría nada de la historia del pino hasta 30 años después, cuando la profesora canadiense de historia del arte Cynthia Hammond se puso en contacto con ella.

Hammond, de la Universidad de Concordia, llevaba tiempo fascinada por Bath, una ciudad con una historia de feminismo y activismo de la que quería saber más. Tras descubrir una “colección increíble de fotos históricas” con mujeres plantando árboles en la ciudad, se propuso averiguar más, llegando a ofrecer plantas de hoja perenne a los vecinos para obtener información.

Al final, una mujer de 89 años llamada Mary Frayling, que llevaba toda la vida en la zona, tenía una respuesta. Gracias a ella, Hammond se enteró de que la sufragista Rose Lamartine Yates había plantado en 1909 el pino negro de Batheaston en los terrenos de la cercana Casa del Águila. Por aquel entonces, la casa era propiedad de los Blathwayt, una familia que simpatizaba con el movimiento de liberación de la mujer y abría sus puertas a activistas de todo el país.

Buscando refugio en la jardinería, muchas mujeres plantaron árboles en los extensos terrenos de la casa, que pasarían a ser conocidos como el bosque de las sufragistas, o el Arboretum de Annie, en honor a la activista de clase trabajadora Annie Kenney.

Se plantaron al menos 47 árboles: acebos en homenaje a las mujeres que luchaban por el derecho al voto; y coníferas en honor a las que habían sido encarceladas por su militancia. Yates plantó el pino después de que la arrestaran por manifestarse en las cercanías del Parlamento exigiendo el derecho al voto.

En el momento álgido de la lucha por la liberación femenina, el Arboretum de Annie se convirtió en un lugar de referencia para las mujeres y hombres del movimiento sufragista. A pesar de ello, en los años 70 lo destruyeron para construir viviendas. El único árbol que sobrevivió fue el pino de Batheaston. “Mary y su hermano se adelantaron a las excavadoras para salvar las pequeñas placas en el suelo junto a cada uno de los árboles con el nombre de la sufragista por la que se había plantado”, explica Hammond.

En 2011, Hammond coprodujo un cuadernillo sobre el Arboretum para acompañar una exposición local y es una de las que vienen a menudo para ver Bath, a Eileen Paddock y al pino. No es la única. Hasta que llegó la pandemia, todos los años se celebraba en Batheaston una vigilia de artistas y ecologistas que venían a cantar, a conectarse y a reflexionar bajo la protección de sus ramas.

Un nuevo bosque

Shelley Castle, Anne-Marie Culhane, Lucy Neal y Ruth Ben-Tovim se conocieron en 2018 en Encounters, un proyecto de arte participativo de Devon en torno al centenario del movimiento sufragista, y congeniaron en seguida. 

Castle, que es artista visual, lo recuerda: “Una de las preguntas que nos surgió fue pensar qué defenderían las sufragistas si estuvieran hoy aquí; nosotras pensamos que podría ser la justicia climática y la justicia social, que por supuesto están entrelazadas”.

Castle ya conocía la historia del Arboretum de Annie cuando un caluroso día de verano estaba bajo un pino en Batheaston. “Escuché el sonido de las piñas rompiéndose y me di cuenta de que estaban soltando semillas; y pensé ‘¿y si estas semillas pudieran germinar?”.

Resultó que podían. Las cuatro amigas lograron que las semillas del pino de Yates germinaran, algo que no es sencillo, y ya tienen a su cargo media docena de arbolitos sanos. Su proyecto de diez años Walking Forest, que combina arte con ecologismo y con feminismo, aspira a tener en 2028 un “bosque intencional”, similar al Arboretum de Annie, como homenaje a las mujeres que defienden y protegen el mundo natural.

“Me interesa mucho volver al pasado para fundamentar el presente y mirar hacia el futuro”, dice Ruth Ben-Tovim, artista con formación teatral que ayudó a promover la declaración de emergencia climática medioambiental desde el mundo de la cultura. “La idea del bosque intencional es un poco como la del Arboretum; era un lugar donde se plantaban árboles, sí, pero claramente también era un lugar al que las sufragistas acudían para descansar, para recuperarse”.

El grupo también ha entregado semillas del pino de Yates en ceremonias que buscan inspirar a personas ya implicadas en el cambio medioambiental. Entre ellas, Farhana Yamin, abogada especializada en clima; Jojo Mehta, presidenta de la Fundación Stop Ecocide; y delegadas de las conversaciones sobre el clima de la ONU en 2018 en la ciudad polaca de Katowice como Patricia Espinosa, actual secretaria ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Planean hacer algo similar en la Conferencia sobre Cambio Climático COP26 que se celebrará en Glasgow en noviembre.

“La COP es un centro de conferencias enorme con luces de neón y todas las plantas en macetas de plástico”, dice la dramaturga y escritora Lucy Neal. “El mero hecho de llevar esta pequeña semilla con la historia de un árbol plantado por una mujer que hace más de 100 años luchó por cambiar las cosas ha tenido un impacto silencioso y extraordinario en todas las personas con las que nos hemos cruzado”.

Otro de los pilares de Walking Forest está echando raíces este otoño. El grupo organiza un taller para mujeres como parte de los actos de Coventry por ser la ciudad de la cultura este año en Reino Unido. Según Ben-Tovim, el objetivo es ofrecer un espacio creativo a mujeres de orígenes diferentes para que puedan reflexionar sobre lo que es importante para ellas y expresarlo.

En una de las actuaciones, un grupo de mujeres llevará por las calles de Coventry un árbol talado.

“Walking Forest nos está sirviendo para llevar a la esfera pública algunos de nuestros propios intereses”, dice Ben-Tovim. “Para mí, una gran parte de esto gira en torno a encontrar una voz para expresar con claridad y defender como mujeres aquello que nos importa, lo que somos”.

Walking Forest también forma parte de un nuevo estudio interdisciplinar de las universidades de Bangor y de Birmingham sobre la memoria cultural depositada en los árboles. Lo financia la beca Treescapes de los consejos de investigación del país, que aspira a fortalecer las reservas de árboles en el Reino Unido.

Mientras tanto, el pino negro de Yates sigue ejerciendo su poder físico y metafórico. Según la artista y activista Anne-Marie Culhane, cuya obra gira en torno al ecologismo, descubrir el Arboretum de Annie fue “un momento luminoso ... y luego también de angustia cuando entiendes que todo fue arrasado, que estaba completamente abandonado”.

Cuando las activistas por los derechos de la mujer plantaron el Arboretum de Annie a principios del siglo XX, dice Culhane, no sabían si su campaña fructificaría. “En el momento en que ponen estas semillas bajo tierra, hay un futuro completamente incierto que ellas están imaginando; pasarían cuatro o cinco años antes de que vieran siquiera un atisbo de la posibilidad de conseguir el voto”.

“Creo que las que ahora somos capaces de ver la realidad de nuestros tiempos, las terribles circunstancias en las que nos encontramos a menos que hagamos cambios radicales, podemos sentir lo mismo que ellas”.

La pandemia puso fin a las visitas del grupo a Batheaston pero ellas esperan volver a reunirse pronto bajo el pino negro. Paddock, que se ha jubilado como matrona, se unirá al grupo. Ya ha conseguido una orden de preservación para proteger el pino. “No es mi árbol”, dice. “Es el árbol de todos, yo simplemente lo cuido, como si fuera un bebé”.

Traducido por Francisco de Zárate