La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

¿Cuánto queda para el apocalipsis del hielo?

Tamsin Edwards

He estado enganchado a la historia del 'hundimiento del barranco de hielo' de la Antártida desde que Rob DeConto y Dave Pollard publicaron el año pasado sus polémicas predicciones. Ambos insinuaron que la desintegración de la capa de hielo a causa del cambio climático podría dejar acantilados de hielo costeros tan altos que serían inestables y que se derrumbarían constantemente en el océano, causando así un rápido y sostenido aumento del nivel del mar.

Me alegro de que Eric Holthaus escriba sobre el impacto del cambio climático, que es algo innegable –el nivel del mar aumentará en todo el mundo, da igual lo que hagamos– y extremadamente importante –nos debemos adaptar–. Comprendo sus preocupaciones sobre el futuro, pero creo que su artículo es demasiado pesimista: exagera la posibilidad del desastre. Demasiado pronto y demasiado convencido.

Admitiré que lo mío es una fascinación personal. A finales de 2015, Catherine Ritz y yo dirigimos un estudio sobre el futuro de la Antártida y nuestras predicciones, aunque indudablemente eran malas noticias, eran mucho menos extremas. ¿Qué pruebas tenemos de que la capa de hielo de la Antártida podría desaparecer en este siglo?

Primero es importante determinar lo que ya se conoce. Sí, la placa de hielo de la Antártida es vulnerable al cambio climático. No porque se vaya a derretir con el aire caliente como un cubo de hielo, sino porque las placas de hielo que hay por las costas actúan de base para los glaciares. Cuando la superficie de una placa de hielo se derrite, puede desintegrarse y el flujo del hielo hacia el océano puede acelerarse: lo vimos con Larsen B en 2002. Nuestras emisiones de gases de efecto invernadero hacen que esto sea más probable.

Sí, los científicos han planteado que la desintegración de las placas de hielo puede desencadenar dos tipos de 'hundimientos' que pueden haber causado en el pasado una drástica reducción de las partes 'marinas' de la capa de hielo de la Antártida (apoyada sobre el lecho de roca bajo el mar), aumentando así el nivel del mar varios metros.

De forma algo confusa, son denominados el 'hundimiento de la capa de hielo marina' y el 'hundimiento de los acantilados de hielo marino'. En términos generales, ambos se basan en la idea de que cuanto más grueso sea el borde de la capa de hielo, más rápido se puede perder el hielo en los océanos. Ambos están estrechamente relacionados y se alimentan mutuamente. Las partes marinas de la capa de hielo son más gruesas en el centro que en los bordes, así que una vez que empiecen estos hundimientos previstos, se extenderán hasta que se acabe el hielo. Como dice Holthaus, esto supondría un aumento de más de tres metros en el nivel del mar.

Sí, puede que uno de esos hundimientos ya esté ocurriendo. En 2014, nuevas pruebas sugirieron que el hundimiento de la capa de hielo marina ya podría haber empezado en la zona del Mar de Amundsen, cuarenta años después de ser pronosticado por primera vez.

Pero Holthaus se equivoca al decir que la “dotación de hielo” de la Antártida se ha desequilibrado por la quema de combustibles fósiles. No solo ya se había desequilibrado antes, como la desintegración de la Antártida Occidental que ahora nos preocupa, sino que la razón de los cambios en el Mar de Amundsen, donde se pierde la mayor parte del hielo, es que el anillo de aguas cálidas profundas alrededor de la Antártida ha brotado hasta la placa continental y está derritiendo el hielo desde abajo. No sabemos si la actividad humana ha hecho este fenómeno más probable.

“No hablemos del apocalipsis como algo inevitable”

Hasta donde yo sé, los científicos están de acuerdo en que la teoría básica del hundimiento de los acantilados de hielo marino de Jeremy Bassis y Catherine Walker es sólida (es una pena que la contribución de Catherine en ese importante documento de 2011 no se mencionase). El hielo no es lo bastante fuerte como para formar un escarpado acantilado de más de 100 metros por encima del nivel del mar. Y, de hecho, no hay acantilados de hielo superiores a 100 metros, lo que nos da una prueba indirecta de que sus cálculos son correctos.

También tenemos el reciente estudio liderado por Matthew Wise sobre las marcas que han dejado viejos icebergs en el lecho rocoso, lo que apunta a este tipo de desintegración de acantilados en un pasado lejano.

Sin embargo hay poco consenso en la comunidad científica sobre cómo puede comportarse esta inestabilidad. Esto es porque hay una gran diferencia entre identificar un problema y predecir las consecuencias reales. Aunque las señales de desprendimiento en los icebergs son importantes, no pueden decirnos cuándo, con qué rapidez o durante cuánto tiempo. Rob DeConto y Dave Pollard han sido los primeros en intentar descifrar el enigma, pero otros pueden llegar a conclusiones distintas. Ted Scambos mencionó “pilas de icebergs” que funcionan como barreras de hielo.

¿Podría ralentizar el proceso el agua dulce de los icebergs derretidos? ¿Puede que los glaciares se derrumben de manera parcial y no catastrófica? ¿Puede que un modelo más preciso prediga menos glaciares de gran tamaño? Holthaus señala que el ritmo de derrumbe es conservador en comparación con el del glaciar Jakobshavn en Groenlandia, pero que no deja de ser comparar peras con manzanas: la rápida pérdida de hielo de ese glaciar de gran tamaño se debe principalmente a su velocidad de desplazamiento, inusual, más que al ritmo al que desaparece la capa de hielo.

Tan importante como el detonante inicial: ¿cómo son de sensibles las plataformas de hielo al cambio climático? En el estudio de DeConto y Pollard se desintegran rápido y pronto: las predicciones de otros son algo menos pesimistas.

Holthaus explica esto describiendo su situación más probable como una “situación normal”, pero en realidad es una “situación fuera de lo normal”. Bajo la legislación actual, nos abocamos a un calentamiento menor que el de este supuesto y si las promesas nacionales del Acuerdo de París se mantienen, disminuiría aún más el calentamiento (aunque no se llegaría al objetivo de limitar el aumento de la temperatura global un máximo de dos grados).

Incluso DeConto y Pollard tenían muchas predicciones para esta hipótesis -desde una reducción de 30 centímetros en el nivel del mar a una subida de dos metros- y en un principio describieron su modelo como “especulativo”. Así que no está justificado usar frases tan tajantes como “la destrucción será imparable”.

Me preocupaba en particular algunos de los plazos de tiempo e impactos descritos. Cosas como: “Enterrando poco a poco cada línea de costa... creando cientos de millones de refugiados climáticos... podría ocurrir en unos 20-50 años” (podría empezar entonces, pero tardaría muchísimo más tiempo). O que la subida de “tres metros” podría haberse desarrollado para el 2100 (Rob y Dave predicen que para mediados del próximo siglo). Que las ciudades “serán borradas del mapa” (nos adaptaremos, porque los costes estimados para proteger las líneas de costa son mucho menores que los de las inundaciones).

Por supuesto que tenemos que preocuparnos por los riesgos climáticos y reducirlos, pero pensar en términos de blanco o negro y simplificar al extremo no ayuda a gestionar el riesgo. Por el contrario, lo hace más difícil.

¿Está “toda la comunidad científica en situación de emergencia”? Somos cautos e intentamos aprender más. La predicción climática es un juego extraño. Se necesitan décadas para poner a prueba las predicciones, así que la sociedad tiene que tomar decisiones en base a los mejores indicios pero siempre con incertidumbres. Entiendo que un científico climático en Estados Unidos se sienta particularmente pesimista. Pero tenemos que tener cuidado de no hablar del apocalipsis como si no fuese evitable. 

Traducido por Javier Biosca y Marina Leiva