Querido Papá Noel:
Todos los años, a principios de diciembre, colocamos nuestro árbol de Navidad en su sitio y lo decoramos. A nuestros gatos les encanta quedarse debajo del árbol y jugar con las bolas y los adornos. No lo quitamos hasta mediados de enero, cuando mi hermana decide que es hora de guardarlo. Según ella, es para “mantener la alegría y el espíritu navideños, y sentirnos felices todos los años”. Soy musulmán. A los musulmanes de Gaza les encanta la Navidad. Cristianos y musulmanes se reúnen cada año para celebrar esta feliz fecha y encender un enorme árbol navideño en el centro de la organización juvenil YMCA.
No estoy seguro de que hayas recibido las listas actualizadas de los niños de Gaza. Tienes que saber que este año muchos niños de Gaza han muerto. No, Papá Noel, no eran traviesos. En una ocasión, Angelina Jolie dijo en un discurso que le resultaba difícil entender que otra mujer, con mucho más talento que ella y capaz de hacer mejores películas, se encontrara en un campamento de refugiados, sin poder conseguir comida para sus hijos y sin voz. Al igual que esa mujer, los niños de Gaza solo han cometido el pecado de nacer en Gaza, enfrentándose a la muerte cada minuto.
Una vez leí que “el alma se sana en compañía de los niños”. No nuestros niños, Papá Noel. El alma nos duele al ver de cerca su sufrimiento. El otro día, hablando por teléfono con mi amiga, que es madre de dos niños adorables, me dijo que tengo suerte de no tener ninguno. “Mis hijos están tristes todo el tiempo, tienen frío y miedo. Mi hijo me dijo que quiere comer su chocolate favorito una vez más antes de morir”.
En realidad, sus hijos son afortunados porque han encontrado un lugar donde refugiarse. En esta época tan fría, muchos niños están en tiendas de campaña, los padres de algunos de ellos son tan pobres que no pueden permitirse comprarles nada. El mes pasado hubo un alto el fuego y nos sentimos aliviados temporalmente, pero ahora se ha acabado y la situación es muy difícil. Nadie está a salvo.
Este año, si vienes a Gaza –y, por favor, ven–, ¿podrías traer regalos diferentes? Sé que tanto tú como los elfos trabajáis todo el año para prepararlos, pero las prioridades han cambiado. No traigas muñecas ni bicicletas para los niños. Trae, en cambio, mantas, porque tienen frío. Y aunque quiero mucho al hijo de mi amiga, no le traigas su chocolate favorito; llévale algo de comida y harina, porque los niños de Gaza pasan hambre.
Además, ¿puedes traer una inyección de insulina para la mujer que tiene un hijo diabético y busca una a cualquier precio? ¿Puedes traer leche para la hija de dos años de nuestra amiga? ¿Puedes embotellar dosis de protección y esperanza, y llevárselas a nuestros hijos? Y si te quedan algunas gotas, ¿nos las podrías regalar a los adultos?
No verás árboles de Navidad, no porque los niños hayan dejado de creer en ti o no quieran darte la bienvenida, sino porque las familias han quemado los árboles como leña para calentarse por la noche. Y no habrá chimeneas, así que, por favor, ve a las escuelas donde hay miles de desplazados. Busca las tiendas de campaña, allí también encontrarás niños.
Sentirse vivo
Papá Noel, si vienes a Gaza, no la reconocerás. Los edificios han desaparecido y los lugares que fueron testigos de momentos felices ya no existen. No hay electricidad. Recientemente, he estado recordando una cita que leí hace años en un libro titulado The Perks of Being a Wallflower [Las ventajas de ser un marginado]: “Ese instante en el que sabes que no eres el protagonista de una triste historia. Estás vivo. Y te levantas y ves las luces de los edificios y todo lo que te maravilla”.
¿Me creerías si te dijera que ver luces sobre los edificios es como darme cuenta de que estoy vivo? Mi amiga me dijo que su mayor sueño es que alguien la llame y ella pueda decir, despreocupada: “No estoy haciendo nada. Estoy en mi casa, descansando”.
Este año, se está poniendo a prueba todo: nuestra capacidad de supervivencia, nuestra paciencia, nuestra fe y nuestra humanidad. Estamos agotados, aterrorizados y no sabemos si sobreviviremos. La muerte nos rodea, es omnipresente, no tenemos la capacidad de llorar a nuestros seres queridos, de abrazarlos por última vez o de hacer el duelo. Maya Angelou dijo: “No hay mayor agonía que llevar dentro una historia no contada”.
La gran cantidad de sentimientos y experiencias embotellados en mi cabeza, mi corazón y mi alma podrían llenar el mundo entero en el que vivimos. ¿Te imaginas la agonía de todos los niños, madres y padres de Gaza en estos momentos? Cuántos han muerto ya sin siquiera compartir sus sueños con el mundo. ¿Cuántos han perdido su futuro sin tener una oportunidad justa de alcanzarlo?
Hace unos días, estaba con el hijo del vecino de la familia de acogida a la que también evacuamos. Oímos hablar de un hombre que vende madera, así que caminamos más de una hora para encontrarlo. Como no teníamos contenedores ni bolsas donde meter la leña, ató los trozos con un alambre para mantenerlos juntos. De camino, empezó a llover a cántaros. Los evacuados, en busca de artículos de primera necesidad, aún con ropa de verano, tiritaban. Todos nos quedamos a un lado de la carretera esperando a que dejara de llover.
Miré al chico y le dije que creo en el poder de la oración, especialmente cuando llueve. Le dije que rezara por algo. Papá Noel, no rezó por el partido del que había hablado durante casi una hora conmigo, ni pidió ropa. Dijo que rezaba para que toda esta pesadilla terminara y para que él y sus hermanos estuvieran a salvo.
Me pregunto si el 25 de diciembre esta pesadilla habrá terminado. ¿Estaré vivo, podré estar con mis amigos, intercambiar regalos y cantar juntos Jingle bells?
Te mando amor desde Gaza.
Traducción de Emma Reverter