Los ritmos de salsa a todo volumen que llegan desde un bar cercano no perturban al Sheik Munir Valencia mientras se inclina durante la oración en una casa familiar convertida en mezquita en la pobre y violenta ciudad colombiana de Buenaventura. Sus rezos terminan, Valencia se quita la túnica marrón, se sienta en una mesa de plástico y relata cómo es ser el líder espiritual de una atípica comunidad islámica.
La pequeña comunidad musulmana afrocolombiana en la principal ciudad portuaria del Pácifico en Colombia ha adoptado en los últimos años las enseñanzas de la Nación del Islam, del islam suní y también de la interpretación chií.
Al principio atraídos por la fe de las promesas del poder negro, los musulmanes de Buenaventura aseguran que han encontrado en el islam un refugio de la pobreza y la violencia que carcome la ciudad. Buenaventura tiene una de las tasas de asesinatos más elevadas de Colombia.
El islam llegó aquí a finales de los años 60 de la mano de Esteban Mustafa Meléndez, un marinero afroamericano originario de Panamá, que difundió las enseñanzas de la Nación del Islam –un grupo nacido en EEUU que mezcla elementos del islam con nacionalismo negro– entre los trabajadores del puerto.
“Habló de la autoestima de los negros y esto causó un gran impacto. Esas enseñanzas llegaron a las cabezas y a los corazones de mucha gente”, cuenta Valencia, añadiendo que el mensaje llegó durante un periodo de profundo cambio social. La visita de Meléndez se produjo en un momento en el que muchos campesinos colombianos estaban migrando a las ciudades. Así lo explica Diego Castellanos, un sociólogo que ha estudiado diferentes religiones en Colombia, un país eminentemente católico.
Una ola de conversiones políticas
La primera ola de conversiones fue más política que espiritual. En sus oraciones (en inglés o español) leían más panfletos políticos que el Corán, y tenían un precario conocimiento de los postulados centrales del islam, comenta Valencia.
La atracción de la Nación del Islam fue disminuyendo gradualmente a medida que los viajes de Meléndez se hicieron menos frecuentes y el mensaje de supremacía negra comenzó a sonar hueco en una comunidad que –aunque sí que ha sido víctima de una importante discriminación estructural basada en su raza– nunca ha sufrido el mismo odio racial y las leyes segregacionistas que habían existido en EEUU.
Siguiendo el ejemplo de Malcolm X –que rompió con la Nación del Islam y abrazó el sunismo antes de su muerte en 1965– un miembro de la comunidad de Buenaventura viajó a Arabia Saudí a estudiar el islam y regresó para convencer al grupo de que abrazase una fe más ortodoxa.
“Fue así como nos hicimos suníes”, narra Valencia, que fue criado en el catolicismo y planeaba convertirse en sacerdote antes de convertirse al islam. “Aprendimos a leer árabe; ahora leemos el Corán y dejamos de fijarnos en EEUU para mirar hacia Arabia Saudí”.
La comunidad musulmana de Buenaventura se dirigió a grupos suníes en el país para conseguir apoyo, pero estos dos mundos no podrían ser más diferentes.
Los musulmanes de Buenaventura, asentados entre las vastas extensiones de jungla y el Océano Pacífico en el suroeste de Colombia, son negros, pobres y relativamente poco conocedores de las creencias y tradiciones del islam. La comunidad suní colombiana establecida era de herencia árabe, formada por prósperos comerciantes y se ubicaba en su mayoría en Maicao, una bulliciosa ciudad comercial situada en el desierto del noreste, en la frontera con Venezuela.
Becas para estudiar el Corán en Argentina e Irán
Aparte de algunas donaciones de alimentos de la comunidad árabe, las relaciones eran distantes. La revolución islámica de 1979 en Irán dio un soplo de aire fresco a la comunidad de Buenaventura. Las misiones chiíes contactaron con el grupo y ofrecieron becas y apoyo financiero. Valencia consiguió una beca para estudiar en la mezquita de At-Tauhid en Buenos Aires y después continuó sus estudios en la universidad de Qom en Irán.
A mitad del relato, suena el teléfono del Sheik. Su tono de llamada es un cántico árabe. Valencia responde: “Salaam alekum”, e inmediatamente después entabla una conversación en el trepidante español de la costa pacífica de Colombia.
Retratos de Malcolm X y del ayatolá Alí Jamenei adornan las paredes de los muros de la habitación trasera de la casa, la que sirve como centro comunitario y mezquita para aproximadamente 300 personas. Un mural colorido cubre otra pared, en el que se puede ver un frondoso árbol genealógico titulado “Genealogía islámica de los profetas”. Cualquier viernes se presentan entre 40 y 50 personas para la oración.
Valencia cuenta también que los vínculos con Irán han sido objeto de investigaciones secretas y no tan secretas por parte de los servicios de inteligencia tanto de Colombia como de EEUU. “No tengo nada que esconder”, asegura. “Los iraníes nos apoyan, pero no somos yihadistas”.
Valencia también dirige dos escuelas privadas subvencionadas donde 180 niños procedentes de los vecindarios más pobres de la ciudad no solo aprenden el ABC sino también el alfabeto árabe. Alojada en la planta baja de un edificio de tres plantas mal cuidado, la escuela de Silvia Zaynab se encuentra en uno de los vecindarios más violentos de Buenaventura, donde las bandas criminales luchan por control del territorio y los vecinos, a menudo, se ven atrapados en el fuego cruzado.
La escuela ofrece un pequeño refugio de esta realidad. Los estudiantes dan la bienvenida a los visitantes con canciones en árabe sobre la grandeza de Alá. En español cantan sobre los “cinco profetas de la creación”: Noé, Abraham, Moisés, Jesús y Mahoma. Un estudiante de segundo grado corre a la pizarra para escribir con orgullo un número de tres dígitos en árabe.
Solo cinco de los niños que asisten a estas escuelas son miembros de la comunidad musulmana. “No tratamos de convertir a nadie; solo les enseñamos a los niños a respetar otras religiones y otras tradiciones”, defiende.
Traducido por Cristina Armunia Berges