El célebre constitucionalista y jurista AV Dicey (1835-1922) creía que un referéndum era un mecanismo para que el pueblo pueda defenderse de las locuras de la clase política. Lo consideraba “el veto del pueblo; la nación es soberana y puede decretar que la constitución no debe ser modificada sin la aprobación directa de la nación”.
Los herederos intelectuales de Dicey han señalado en repetidas ocasiones que desde el referéndum de 1975 sobre la adhesión a la CEE, Bruselas y la legislación europea han ido concentrando poder, y afirman que a los ciudadanos se les debe una consulta desde hace tiempo. Hasta cierto punto, el primer ministro británico, David Cameron, y el ministro de Finanzas, George Osborne, están de acuerdo con este análisis.
El tratado constitutivo de la Unión Europea y su sucesor, el Tratado de Lisboa, “sacaron al genio del referéndum fuera de la botella” (siguiendo la metáfora utilizada por Osborne) y sentaron las bases de la declaración del primer ministro en el discurso pronunciado en la sede de Bloomberg en Londres en enero de 2013 en el que se comprometió a convocar un referéndum antes de que terminara 2017.
Un cisma llamado 'Brexit'
Cameron está convencido desde hace tiempo de que los tories se hicieron un flaco favor electoral con su insistencia obsesiva sobre Europa. Cuando deberían estar hablando de educación, salud o gasto social, se dedicaron a discutir sobre cuántos Bill Cash (conocido diputado tory contrario a la UE) caben en la cabeza de un alfiler. Obsesionarse con la UE también reveló la fractura dentro del partido, en un inicio entre eurófilos y euroescépticos y más recientemente entre los euroescépticos que quieren permanecer en la UE y los que son partidarios de una salida, conocida comúnmente como “Brexit”.
Cameron anunció el 5 de enero que los miembros del Gobierno no estarán sujetos a la disciplina de partido y serán libres de defender sus posturas personales en la campaña de referéndum para permanecer o salir de la UE, en una maniobra que es más un gesto de pragmatismo político que una cuestión de principios.
En 1970 el entonces primer ministro, el laborista Jim Callaghan, se percató de que el referéndum sobre la adhesión a la CEE era como “un descenso en una balsa por unos rápidos a la que tal vez algún día debería subirse todo el partido”. De hecho, cinco años más tarde el propio Callaghan, Roy Jenkins y Denis Healey hicieron campaña a favor del sí mientras que otros destacados miembros del partido laborista, como Michael Foot y Tony Benn, abogaron por desvincularse del mercado común.
Cameron y su círculo de confianza seguramente consideraron la opción de una única posición oficial del partido durante la campaña del futuro referéndum. Pero no por mucho tiempo. Chris Grayling, líder de la Cámara de los Comunes, dejó claro al primer ministro que no podía permanecer en el Ejecutivo si se imponía ese criterio. Iain Duncan Smith, ministro de Trabajo y de Pensiones, y Theresa Villiers, titular de la cartera de Irlanda del Norte, también se hubieran encontrado ante una tesitura similar ya que defienden la salida de la UE.
La clave del problema era y es que el núcleo duro de dirigentes del partido conservador mantienen todas las opciones abiertas mientras Cameron volaba por todo el continente europeo buscando concesiones (en la renegociación con la UE). La lista es extensa: Theresa May (ministra de Interior), Michael Gove (ministro de Justicia), Boris Johnson (alcalde de Londres), Oliver Letwin, Sajid Javid, Justine Greening, John Whittingdale, Priti Patel y muchos otros.
Conscientes de lo que está en juego, estos políticos quieren jugar sobre seguro. Cameron se enfrenta a la posibilidad de que todos o muchos de ellos apuesten por la salida de la UE cuando él cierre las negociaciones en curso. Eso ya es bastante malo para él (asumiendo que al final Cameron no nos sorprenda a todos pidiendo también la salida).
Imponer que su gabinete hablara con una sola voz hubiera sido un desastre y podría haber provocado una dimisión masiva a la que pocos gobiernos pueden sobrevivir. Solo tenemos que imaginar el quebradero político que habría si Cameron y Osborne tuvieran que enfrentarse a Boris Johnson en ese debate. La situación todavía podría empeorar más si el alcalde de Londres desafiara la línea oficial desde dentro del Gobierno. Mejor dejar en suspenso estas obligaciones, esquivar tanta metralla como sea posible y recoger los pedazos después.
Cruce de navajas en el Partido Conservador
¿Está Cameron fuera de peligro? De ninguna manera. Es importante tener presente que el anuncio de este martes es un ejercicio político para controlar los daños; nada más que eso. En principio, significa que el Partido Conservador puede continuar en el Gobierno tras la celebración del referéndum, de nuevo unido y con una relación aparente de perfecta armonía.
Evidentemente, el desenlace será muy distinto, con un panorama desgarrado por la batalla, y muchas de las cicatrices continuarán visibles durante años. De la misma forma que el referéndum de 1975 allanó el camino para la separación entre la izquierda laborista y el Partido Social Demócrata (SDP), el próximo referéndum creará tantos problemas como los que resuelva, por ejemplo, causando heridas en la contienda por el liderazgo del partido antes de las elecciones de 2020.
El momento escogido por Cameron para su anuncio sugiere que tiene la intención de finalizar las negociaciones (con la UE) en febrero y convocar un referéndum cuanto antes. Le gustaría obtener una victoria incontestable, una rápida vuelta a la normalidad y que Osborne se afiance como su claro sucesor. ¿Pero qué pasará si pierde? ¿Puede un primer ministro sobrevivir a una derrota así? Para eso, no hay una respuesta obvia, sólo las duras reglas de la política real.
¿Y qué pasaría si Boris Johnson decide asumir el protagonismo en la campaña a favor de la salida de la UE y contribuye a que esta sea la vencedora? ¿Quién se colocará como favorito? En estos momentos Cameron hace todo lo que está en sus manos para minimizar los riesgos inherentes del referéndum. Lo que tiene por delante es evidentemente peligroso.
Traducción de: Emma Reverte