Después de los polacos, los rumanos forman ya el segundo grupo más numeroso de ciudadanos no británicos viviendo en Reino Unido. Más de 400.000 rumanos viven en el país, lo que multiplica por más de dos el número que había antes de 2014, cuando el mercado laboral británico levantó las restricciones que impedían su ingreso (Rumanía entró en la Unión Europea en 2007).
Sin embargo, y a pesar de estas cifras, el plan de los rumanos no es “inundar” el Reino Unido. La multitud de rumanos que está dejando su país lo hace para trasladarse a cualquier lugar donde haya una oportunidad. En Italia y en España, países latinos con lenguas cercanas, hace tiempo que los rumanos son el grupo más numeroso de no nacionales.
De acuerdo con Naciones Unidas, hay 3,6 millones de rumanos en el extranjero y unos 20 millones en Rumanía. Es la cuarta mayor diáspora entre los países de la Unión Europea, por detrás de las de Reino Unido, Polonia y Alemania. Se estima que para el 2050 Rumanía habrá perdido más del 15% de su población. La tasa anual de crecimiento de su diáspora está entre las más altas del mundo.
¿De qué huyen los rumanos? Como consecuencia del ingreso a la Unión Europea se esperaba prosperidad y una mejor calidad de vida. Pero 11 años después de la adhesión, los rumanos siguen huyendo de la pobreza. De acuerdo con Eurostat, casi la mitad de los niños del país son pobres y más de un tercio de los rumanos corre riesgo de caer en la pobreza y en la exclusión social. Según los datos de la ONG Visión Mundial Rumanía, más de 225.000 niños se van a dormir con hambre. En las zonas rurales, la situación es desesperada.
Cuando preguntan a los emigrantes por qué han dejado sus hogares, la mayoría responde que lo hizo para dar una vida mejor a sus hijos. El coste personal para los padres y madres que se van es grande: los investigadores han descubierto recientemente que la depresión profunda (un mal que ahora se conoce como “el síndrome italiano”) es común entre las mujeres rumanas empleadas en Europa Occidental para el servicio doméstico y para el cuidado de personas.
Si no logran mantener a sus hijos quedándose en Rumanía no es porque sean vagos: los rumanos no salen de pobres aunque trabajen duro. Casi un tercio de los empleados rumanos percibe el salario mínimo y otra quinta parte firma contratos precarios en los que se cobra aún menos.
Tras el colapso del comunismo en 1989, Rumanía se convirtió en el típico país periférico europeo: atraía a los inversores extranjeros con mano de obra barata y un fácil acceso a los recursos naturales y a las exenciones fiscales. En aquellos días, ese era el modelo con el que persuadían a muchos países de Europa del Este. Desde entonces, en Rumanía no ha habido ningún intento serio de cambiarlo.
La mala gestión del país ha sido evidente a lo largo de gobiernos de distinto signo político. El dinero de la Unión Europea ha sido malgastado y la planificación a largo plazo no es más que un concepto teórico. Dejaron que se descompusiera la educación y la salud pública, junto con otros sectores clave.
Sin el sector público, la vida en Rumanía es violenta para los más vulnerables: imagine no poder enviar a sus hijos al colegio porque no puede pagar el material escolar, ir a hospitales donde tiene que comprar sus propias vendas y medicinas, o no poder calentar su casa. Son cosas que no pasan solo en Rumanía, pero están a la orden del día en mi país.
Es difícil no pensar que los políticos llegan al poder con el objetivo exclusivo de llenarse los bolsillos. El partido socialdemócrata gobierna hoy el país. A su líder, Liviu Dragnea, lo acusaron en 2017 de fraude (para quedarse con unos fondos europeos). Uno más en la larga lista de políticos de alto nivel que en todo el espectro político han sido acusados o condenados por corruptos.
La emigración masiva no ha hecho sino empeorar los problemas. Un ejemplo claro es la sanidad pública: decenas de miles de trabajadores sanitarios rumanos ejercen su profesión en el extranjero, incluidos los 3.775 que trabajan para el NHS (la sanidad pública británica). Esto ha dejado a los rumanos con una grave escasez de personal y de fondos en las clínicas del país.
En 2010, durante la crisis económica, los trabajadores rumanos fueron golpeados con algunas de las medidas de austeridad más duras de Europa, entre las que hubo recortes del 25% para los salarios del sector público. Fueron tiempos sombríos en los que, una vez más, muchos decidieron irse.
Años después parecía que los rumanos exigían un nuevo tipo de política cuando se organizaron las masivas movilizaciones de protesta por una mina de oro en Rosia Montana, por el incendio en la discoteca Colectiv, y finalmente, por la corrupción. Pero las esperanzas de aquel momento dieron paso al escepticismo. Las alternativas políticas están tardando en nacer y los socialdemócratas en el gobierno, la fuerza política predominante, coquetea con el antiliberalismo. La confianza en los políticos y en las instituciones está en su punto más bajo.
Los que se van suelen ser los más jóvenes y activos. Al irse, dejan a la sociedad, economía y política de Rumanía sin el idealismo y la energía que tanto se necesita en este momento. Cualquier nueva fuerza política que de verdad quiera mejorar la situación debe encontrar formas de detener el éxodo. La principal perjudicada por los 400.000 rumanos en Reino Unido es la propia Rumanía.
Traducido por Francisco de Zárate