El mes pasado, a escasos metros de la caseta de los socialdemócratas en la plaza de Rinkeby, donde Kersten Aggefors repartía folletos del partido que ha salido primero en todas las elecciones suecas desde 1917, jóvenes enmascarados prendieron fuego a cinco coches.
Unos días antes, ocho hombres no identificados habían atacado la nueva comisaría del pueblo, aún a medio construir, rompiendo la puerta y lanzando rocas y petardos a los guardias de seguridad, aparentemente como represalia por un golpe contra el narcotráfico. En enero, dos hombres armados entraron a una pizzería llena de gente y mataron a un hombre, en lo que la policía definió como una ejecución mafiosa.
Rinkeby, símbolo de la socialdemocracia escandinava cuando se constituyó en los años 70, tiene mala reputación, pero, según cuenta Aggefors, es una reputación no merecida. Aggefors vive en este suburbio, situado a 20 minutos en metro de la capital, desde hace 47 años.
“Sí, es cierto que hay que mejorar ciertas cosas”, indica. “Pero los residentes somos gente decente, no hacemos nada malo. Quizá yo sea estúpida pero siempre me he sentido a salvo. Lo que hay es una minoría delictiva muy pequeña”, añade.
Tawfiiq, que llegó desde Somalía hace 15 años, está de acuerdo: “Este sitio está bien, es un buen lugar”, asegura frente a un centro islámico. “Hay algunas personas malas, como en cualquier sitio”. Tomas Beer, maestro local, se muestra entusiasmado por una “comunidad realmente comprometida, activa y generosa”.
Sin embargo, este suburbio de unos 16.000 habitantes, de los cuales el 90% nació en otro país o tiene padres extranjeros y sólo la mitad tiene empleo, se ha convertido en sinónimo de desigualdad, exclusión social, crimen e inmigración.
Tres años después de la crisis migratoria europea que sacudió el país, una serie de titulares sobre coches carbonizados, ataques con granadas y tiroteos (129 en Estocolmo el año pasado, de los cuales 19 tuvieron víctimas fatales) –principalmente en suburbios de alta vulnerabilidad social y alto nivel de población inmigrante como Rinkeby– ha mantenido a la inmigración y la integración como uno de los temas principales de la agenda política.
400.000 solicitantes de asilo en seis años
A menos de una semana de las elecciones del 9 de septiembre, en un país que hace mucho que se enorgullece de ser quizá el país más liberal y abierto a los inmigrantes de toda Europa, parece que los temores populares por la inmigración harían que los Demócratas Suecos, un partido populista de extrema derecha y contra la inmigración, logren alcanzar el 20% de los votos.
“Por supuesto que el tema es la inmigración”, afirma Paula Bieler, miembro de la junta ejecutiva del partido, hablando desde su oficina en el Riksdag (la Asamblea Legislativa sueca). “Pero la inmigración impacta en muchos otros aspectos. Otros partidos no establecen esas conexiones porque no es algo agradable. Es básicamente como decirles a los votantes que son estúpidos”.
Anders Sannerstadt, especialista en el partido de extrema derecha de la Universidad de Lund, está de acuerdo en que para muchos votantes del partido ultra, la inmigración “permea en todo: la vinculan al delito, a las listas de espera en la Sanidad, a problemas educativos y a las pensiones”.
Al igual que otros partidos de extrema derecha en Italia, Alemania, Francia, Austria y los Países Bajos, los Demócratas Suecos se beneficiaron ampliamente de la crisis de 2015 que sobrecargó los servicios sociales y que generó tanta furia que algunos centros de refugiados fueron incendiados.
Aun así, Sannerstadt indica que una nación que alguna vez se autoproclamó una “superpotencia humanitaria” ahora se encuentra dividida por el tema de la inmigración.
“Desde principios de los 90, los sondeos de opinión han mostrado que cada vez más gente quiere reducir los números de la inmigración, en lugar de aumentarlos”, afirma. “Pero eso nunca se ha reflejado en las políticas oficiales”, añade.
En los últimos seis años, unas 400.000 personas –163.000 en 2015– han solicitado asilo en Suecia, el número más alto per cápita de Europa. Esta cifra total ayudó a que la población del país superara los 10 millones el año pasado.
La economía va bien: la tasa de paro es la más baja de la última década y el crecimiento se calcula en un 3% para este año. Pero el apoyo a las políticas de los Demócratas Suecos, que incluyen frenar completamente las solicitudes de asilo, sólo aceptar refugiados provenientes de países nórdicos, medidas más duras contra el delito y mayor poder para la policía, ha crecido muchísimo.
Niklas Bolin, especialista en la extrema derecha en la Universidad de Mid Sweden, señala: “Hay dos argumentos que han sido muy efectivos. La inmigración es una amenaza para la sociedad porque es difícil integrar personas que provienen de otros contextos culturales; y el costo está ahogando el estado del bienestar sueco. Ese argumento económico ha tenido un gran impacto”.
Rechazado –con excepciones ocasionales y rápidamente corregidas por la derecha– por todos los otros partidos suecos por sus raíces en el movimiento nazi, la formación ultra también ha relacionado la inmigración con el crimen violento, aunque las cifras oficiales muestran que la relación significativa es mínima.
Liderado desde 2005 por Jimmie Åkesson, un joven y elocuente comunicador que se ha deshecho de la mayoría de sus socios y políticas más extremas, la estimación de votos de los Demócratas Suecos ha crecido rápidamente.
En 2010, el apoyo se duplicó de 5,7%, cuando los Demócratas Suecos hicieron su debut parlamentario, a 12,9% en 2014, y desde entonces ha continuado creciendo rápidamente, de modo que en las próximas elecciones podrían quedar desde primeros a terceros, con más de 70 escaños.
Giro a la derecha de partidos moderados
En respuesta, tanto el partido de centro-izquierda como el de centro-derecha, los Socialdemócratas que están en el Gobierno y el partido Moderado, en la oposición, han dado un giro a la derecha. La coalición roja y verde que dejará el Gobierno endureció radicalmente las leyes de inmigración, reduciendo el número de ingresos a 26.000 el año pasado. Stefan Löfven, el primer ministro, afirmó que ese número debería reducirse a la mitad.
Los Socialdemócratas quieren penas más duras contra los crímenes armados y contra el acoso sexual, poner fin a las ayudas económicas a los extranjeros indocumentados y deportaciones más rápidas para los extranjeros a quienes se les deniega la solicitud de asilo. Los Moderados han prometido recortar las ayudas a los refugiados.
Pero durante varios años cruciales, los Demócratas Suecos tuvieron “básicamente campo abierto” como el único partido que criticaba la inmigración, señala Ann-Cathrine Jungar, especialista en la extrema derecha en la Universidad de Södertörn. “Y ahora los partidos tradicionales no pueden recuperar los votantes que han perdido”, destaca.
Esperando los peores resultados de su historia, con un 25% de los votos, los Socialdemócratas admiten que han cometido errores. “Obviamente, subestimamos los problemas de integración antes del 2015”, afirma Anders Ygeman, exministro de Interior que ahora lidera el grupo parlamentario del partido. “Quizá la gente no quería discutir los temas de la inmigración para no colaborar con la extrema derecha”, añade.
El partido ahora necesita políticas fuertes sobre inmigración y contra el crimen, afirma Ygeman, “quizá no para recuperar votantes, pero para no seguir perdiendo más”. Todavía no está claro si lo podrán lograr.
En Suecia, los gobiernos no necesitan mayoría para gobernar, sólo deben evitar enfrentarse a una. Pero si los partidos de centro-izquierda y de centro-derecha dominantes se unen en el Parlamento y juntos alcanzan el 40% de los votos, cualquier Gobierno que se forme tendrá que negociar con la oposición o con los populistas para poder aprobar legislación.
Parecen posibles diversas coaliciones tanto en la izquierda como en la derecha. Los Socialdemócratas y los Moderados podrían formar gobiernos minoritarios de un solo partido. Aunque parece improbable, Suecia podría incluso tener una gran coalición al estilo alemán, con la unión de los dos bloques tradicionales.
Pero en la mayoría de los escenarios posibles, algunas de las leyes propuestas dependerán del voto de los Demócratas Suecos, obligando al Gobierno a por lo menos tenerlos en cuenta. Todavía no se vislumbra ningún pacto formal, dijo Bolin, pero “a largo plazo, poco a poco, será imposible no incluirlos de alguna forma”.
Bieler está totalmente de acuerdo. “Uno de cada cinco, quizá uno de cada cuatro votantes, nos elegirá a nosotros”, explica. “Hoy en Suecia, todos conocen a alguien que apoya a los Demócratas Suecos…No podrán excluirnos para siempre”.
Traducido por Lucía Balducci