En julio de 2015, Ruqia Hassan escribió en Facebook: “¡Saludos a todas las chicas que están celebrando el Eid (el final del Ramadán) en pijama!”. Era una de esas indirectas que a sus seguidores les encantaban, un reconocimiento sarcástico de que los pequeños placeres, como estrenar ropa en el Eid, eran imposibles desde que Raqqa –una ciudad pequeña en la orilla norte del río Éufrates– cayó en las oscuras manos del Estado Islámico. También era uno de esos comentarios por los que su familia temía que estuviera atrayendo un tipo de atención equivocado. Llevaban razón: semanas después, fue arrestada y encarcelada; dos meses después, estaba muerta.
Su familia cuenta que, en persona, esta chica de 30 años era tímida y callada. Sin embargo, en las redes sociales no mostraba ningún miedo. Documentaba con una honestidad brutal cómo es la vida bajo el ISIS y nunca trató de ocultar la repulsión que eso le provocaba. Bajo el seudónimo Nissan Ibrahim, su página de Facebook se convirtió en una forma de resistencia que le permitía exponer las condiciones miserables de la ciudad, cuyos habitantes son atacados desde todos los frentes: atrapados bajo el gobierno despiadado del ISIS sobre el terreno, apaleados por los ataques del régimen de Asad y golpeados desde el aire por los ataques aéreos de Rusia y de la coalición.
Sus posts podían ser desoladores. “Nadie nos ha dado muestras de compasión, salvo los cementerios”, escribió una vez con amargura, o “Nadie nos quiere tanto como los cementerios”. Pero también capturaba con viveza la ansiedad en las calles mientras la gente intentaba seguir con sus vidas en zona de combate: “En el mercado se chocan unos con otros como si fueran olas. No por el número... sino porque no despegan la vista del cielo... sus pies se mueven de forma inconsciente”.
Cuando informaba de los ataques aéreos, descargaba su ira hacia aquellos que estaban desatando la violencia a su alrededor. “Hay un dron en el cielo ahora mismo, y hemos oído una explosión. Que Dios proteja a los civiles y se lleve a los demás”. Pero lo que más preocupaba a sus amigos era sus referencias claras al ISIS: “Hoy (la policía del ISIS) ha lanzado detenciones aleatorias... Dios, te lo ruego... acaba con esta oscuridad y... derrota a esta gente”.
Hassan, licenciada en Filosofía por la Universidad de Alepo, nació y se crió en Raqqa. Antes de las revueltas en Siria, esta ciudad modestamente próspera tenía un ambiente tranquilo, de ciudad pequeña, y su población estaba estrechamente vinculada a la agricultura. Era una ciudad en la que la tradición pesaba más que la religión. Hassan venía de una familia de kurdos sirios de un pueblo cercano a la ciudad de Kobane, ricos y religiosos. Su padre era el dueño de cuatro fábricas de ladrillos y otras propiedades en Raqqa e iba todos los días a la mezquita a rezar. Tenía dos esposas, por lo que Hassan y su hermana, médica, tenían cinco hermanos de padre.
'Están Masacrando Raqqa en Silencio' (RIBSS, Raqqa is Being Slaughtered Silently) es un grupo de activistas que se dedican a dar difusión a la situación de la ciudad. Uno de sus fundadores, Abu Mohammed, cuenta que Hassan participó en protestas contra el régimen de Bashar Al Asad “desde las primeras manifestaciones”. A medida que las revueltas se extendieron, Raqqa atrajo a decenas de miles de sirios que huían de otras ciudades y durante un tiempo fue conocida como el “hotel de la revolución”. En 2013 fue tomada por el Ejército Libre Sirio (FSA) y grupos islamistas como Jabhat al Nusra, la franquicia de Al Qaeda en Siria.
Cuando Al Nusra empezó a enfrentarse al FSA, la familia de Hassan dejó de estar segura. “Cuando tuvieron lugar los primeros ataques en Raqqa, los kurdos fueron deportados”, relata su primo Yehya Ali, “así que Ruqia y su familia vinieron a Kobane y se quedaron con mi familia tres meses”. Otro primo, Abdullah (no es su nombre real) la recuerda como una persona inteligente y apasionada: “Ruqia era una chica especial. Era sensible y sentía el dolor de la injusticia. Yo soy profesor de filosofía y nos sentábamos muchas noches a hablar sobre la naturaleza humana y la libertad”.
En un momento dado, la madre de Hassan, preocupada por la posibilidad de perder sus negocios, decidió volver a Raqqa. “La suya era una de las pocas familias kurdas que se quedaron”, cuenta Ali. En 2014, el ISIS conquistó Raqqa y la declaró capital del califato proclamado. Combatientes extranjeros y seguidores del ISIS acudían en masa a la ciudad, que se convirtió en una cárcel para los cientos de miles de civiles que estaban atrapados dentro.
“Lo que hacía Ruqia era muy valiente y peligroso”
Raheb Alwany, médica de 27 años que huyó a Reino Unido hace un año, creció en Raqqa al igual que Hassan. “No conocía a Ruqia, pero lo que hacía era muy valiente y muy peligroso”, valora. “En Raqqa, cuando éramos niñas, podías ponerte la ropa que quisieras. La gente siempre quería pasarlo bien, les encantaba salir con los amigos. Iban a pescar o a nadar al río. Mis amigos y yo íbamos a restaurantes, cafeterías o simplemente a caminar por los parques”, recuerda.
Con el ISIS, el ambiente empezó a ser sofocante. “Todo cambió: las mujeres no podíamos salir sin cubrirnos con abayas y niqabs negros que tapaban incluso las manos”, lamenta Alwany, y continúa: “Todas las tiendas tenían que cerrar a las horas del rezo. Si desobedecías las normas, los castigos eran duros: podían azotarte, arrestarte o multarte. Yo era la única mujer trabajando a tiempo completo en el hospital y me hacían la vida imposible”.
Las crueles ejecuciones, que incluían crucifixiones, se desarrollaban en la glorieta principal de la ciudad. Estaban ilegalizados los cigarrillos, la música y, para las mujeres, viajar sin un 'guardaespaldas' masculino. Los colegios estaban cerrados y los muros, pintados de negro. “Ahora las cosas están tan mal que ni siquiera se puede salir de la ciudad sin permiso”, relata Alwany, que concluye: “Hay dos opciones para las personas que se quedan atrás: intentar evitar al ISIS, lo cual te hace la vida imposible, o rendirles lealtad, solo para sobrevivir”.
Hassan no hizo ni una cosa ni la otra. Al contrario: sus críticas se hicieron cada vez más duras. “Todos los días prohíben, prohíben, prohíben...”, escribió con sorna, “Estoy esperando el día en que finalmente permitan algo”. Como los periodistas no podían acceder a la ciudad, documentar lo que ocurría en Raqqa era cada vez más importante. Según Abu Mohammed, en 2014 Hassan se puso en contacto con el colectivo RIBSS. Aunque Hassan no entró en su red de unos 18 periodistas ciudadanos, compartía sus objetivos. “Estaba interesada en saber sobre nuestro proyecto y lo que hacemos”, afirma.
Para ese momento los combatientes extranjeros se habían instalado ellos mismos en la ciudad. La vida de los civiles se convirtió en una pesadilla, pero el ISIS empezó a bombardear con propaganda que la vendía como una utopía de la yihad. Los milicianos extranjeros y las mujeres occidentales que se unieron al grupo terrorista difundían fotos en las que salían bebiendo batidos, zampando M&Ms y viendo atardeceres.
El yihadista británico Siddhartha Dhar, que ahora se presenta como Abu Rumaysah al Britani, publicó el año pasado una desenfadada “breve guía sobre el Estado islámico”, de 47 páginas, en la que describía las comidas deliciosas, las infraestructuras educativas y la fraternidad global que se puede encontrar en Raqqa. “No puedo más que pensar que pronto estaremos comiendo curry y tallarines chinos en las calles de Raqqa”, escribía, entusiasta. “Asombrosamente en Raqqa... los ciudadanos tienen ahora la fantástica oportunidad de estudiar Medicina”, decía.
Hassan no percibía la vida en la ciudad de esa manera. “Hoy, una combatiente tunecina me ha llamado la atención por mi forma de vestir. La he ignorado y he seguido adelante, pero hubiese deseado tener una pistola para disparar. Quería terminar con esta humillación, estos tipos reafirman su poder a nuestra costa. Estoy harta de ellos y de su poder. Por favor, Dios, ayúdanos”.
“Los extremistas solo memorizan un verso del Corán”
Oponerte a las opiniones del Isis puede acarrear un riesgo fatal. En mayo de 2014, asesinaron por primera vez a un periodista de RIBSS en una de las plazas públicas de la ciudad. Más tarde, se ejecutó a aquellos sospechosos de trabajar para la organización y sus muertes eran filmadas como aviso para los demás. El ISIS no mostraba muchos reparos a la hora de asesinar a mujeres. Abu Mohammed reparó en que el primer asesinato de una mujer activista –Iman al-Halabi– tuvo lugar en 2013. A pesar de eso, Hassan no se autocensuró.
“La única cosa que un hombre laico recuerda del Corán es que Dios es el más misericordioso y todo viene de ahí”, escribió. “La única cosa que los extremistas islámicos memorizan es un verso –ser duros con los infieles y misericordiosos con los creyentes–, pero para los extremistas, todo el mundo es infiel, ya sea musulmán o no”.
Abu Mohammed confiesa que no se imagina un final feliz para la situación en Raqqa. “Tememos que la destrucción de la ciudad sea inevitable. Los habitantes de Raqqa no tienen lugar al que huir. Están rodeados por otras ciudades tomadas por el ISIS, el régimen o los kurdos”.
A veces, Hassan parecía estar frustrada con la complejidad de la situación. “Si no queremos al Daesh, ni que la coalición internacional ataque al ISIS, y no queremos que el Ejército Libre Sirio luche contra el ISIS, entonces, ¿qué queremos?”, se preguntaba. A la vez que comenzaron los ataques aéreos en la ciudad, el ISIS intensificó su control en los accesos a la red –obligando incluso a sus propios combatientes a utilizar cibercafés para rastrearlos–. El aislamiento en Raqqa aumentaba, mientras que la población local era incapaz de asegurarse de que sus familiares y amigos se encontraban a salvo, estuviesen donde estuviesen. Hassan intentó mantenerse optimista. “Lloramos por Internet, pero en Alepo lloran por la falta de agua”, escribía, antes de bromear: “Adelante, cortad Internet, nuestras palomas mensajeras no se quejarán”.
“Yo traté personalmente de alertarla antes de su arresto”, revela Abu Mohammed. “Filtré un mensaje a través de sus amigos diciéndole que fuese más cauta y que publicase las cosas bajo un seudónimo y sin fotos de ella”. Yehya Alí cuenta una historia similar. “No me gustaban sus publicaciones”, admite. “Le avisé de que sería identificada, pero se enfadó conmigo y me eliminó de Facebook. Era muy testaruda y quería contar la verdad de lo que estaba sucediendo, a cualquier precio”. Su primo Abdullah también habló con ella. “Me dijo que no le importaba si el ISIS la asesinaba. Que su vida no tenía ningún valor sin libertad y dignidad”, relata.
Después de la detención de Hassan, su familia se dirigía consternada a la prisión día tras día, desesperados ante la falta de noticias. Jamás les permitieron verla. En vez de cerrar su página de Facebook, los milicianos la utilizaron como trampa para atrapar a sus amigos –se conocen por lo menos cinco casos de personas que han sido detenidas por este procedimiento, según Abu Mohammed–. Pasaron meses hasta que la familia de Hassan se enteró de su destino. “Mantuvimos la esperanza de que la liberaran”, dice Ali. “Pero en Año Nuevo, su hermano se presentó ante el ISIS de nuevo y le dijeron que la habían ejecutado junto a cinco mujeres más. No quisieron devolver el cuerpo a la familia”.
Desde entonces, los primos de Hassan han sido incapaces de contactar con su familia en Raqqa. En su último post de Facebook, Hassan escribió: “Estoy en Raqqa y he recibido amenazas de muerte. Está bien si el ISIS me captura y me mata, porque aunque me estén cortando la cabeza mantendré mi dignidad, y eso es mejor que vivir humillada”.
Abdullah confía en que su prima sea una inspiración: “Ha enseñado a mucha gente una lección que nunca olvidarán. Nos ha enseñado a no temer a los tiranos... estoy seguro de que habrá más Ruqias a partir de ahora”. Ali tampoco podría estar más orgullosa de su prima. “Se ha convertido en una heroína para nuestro pueblo por su valor y por ser la portavoz de la verdad. No tenía miedo a nada... una pequeña chica kurda de Kobane que hizo frente a una organización brutal y la sacó a la luz. Nunca será olvidada”.
Traducción de: Jaime Sevilla y Mónica Zas