'Holodomor' [la hambruna que mató a millones de personas en Ucrania a principio de los años 30] es una de las palabras más terroríficas jamás acuñadas: no hay película o libro que pueda expresar su horror. ¿Ha intentado imaginar alguna vez una hambruna masiva? Millones de muertes lentas, agónicas, dolorosas. Es difícil concebirlo siquiera, pero está ahí: en los archivos históricos.
Imagínelo: personas aferrándose a la vida con todas sus menguantes fuerzas. Comen hierba, botas de cuero, corteza de árbol. Mezclan plantas de armuelle con mazorcas de maíz machacadas. Trituran cáscaras de mijo con hierbajos, solo para durar un día más. La comida apenas es masticable, y el cuerpo humano no puede digerirla, por lo que la gente tiene dolores de estómago continuos. Hace que las piernas se hinchen y la piel se agriete. Los cuerpos yacen en las calles; a algunos de ellos les falta carne. Las madres pierden la cabeza al ver a sus hijos morir.
Un infierno hace 90 años
Ucrania, durante siglos el bien alimentado granero de Europa, se transformó en un infierno hace 90 años. Después de conquistar nuestro país, no por primera vez, los rusos fracasaron, una vez más, a la hora de someter a su pueblo.
Entre 1929 y 1932, una ola de revueltas campesinas barrió Ucrania, entonces bajo dominio soviético, y el imperio se vengó. Respondió con crueldad y cinismo, quitando la comida a aquellos que la producían. Años más tarde, con la misma crueldad y cinismo, las autoridades soviéticas sentenciaron a muerte por inanición a los ciudadanos de Leningrado. Es cierto que la ofensiva y el bloqueo germano-finlandeses se llevaron muchas vidas por delante, pero el régimen soviético no fue menos culpable: el bloqueo no impedía el reparto desde las numerosas instalaciones militares de Leningrado a las líneas del frente, pero por alguna razón el suministro a la ciudad era escaso.
'Kholodomor'
En noviembre, Ucrania hizo un alto para conmemorar el 90º aniversario del Holodomor [que significa literalmente 'muerte por inanición']. Ahora, un nuevo terror acecha nuestras tierras: el Kholodomor. Escrito con una sola letra más, esta palabra significa “muerte por congelación”. Las palabras “hambre” y “frío” suenan de forma parecida en ucraniano, y el resultado es el mismo. ¿Ha intentado alguna vez imaginar muertes en masa por congelación? Millones de muertes lentas, agónicas, dolorosas. Tampoco hay película o libro que pueda expresar este horror, y tampoco queremos ni tratar de imaginarlo.
Pero este es exactamente el destino que los rusos están preparando para Ucrania ahora. Desde hace semanas, con el invierno aproximándose a toda velocidad, están acribillando la infraestructura energética civil de Ucrania con cientos de misiles.
Una letra más no cambia el objetivo. Que hayan pasado 90 años no cambia nada. La esencia es la misma: el genocidio. La destrucción de Ucrania como Estado independiente, como nación, como pueblo libre. Pero una vez más, los intentos del Kremlin de engullir nuestro Estado, pedazo a pedazo, como hizo hace un siglo, están fracasando.
Repelimos el ataque a Kiev. Hicimos retroceder a los invasores de Járkov. Recuperamos Jersón. Ahora vemos tropas rusas presas del pánico construyendo fortificaciones en Crimea, por un miedo justificado de que también la recuperaremos. Donetsk y Lugansk volverán igualmente a Ucrania.
La invasión del Estado agresor ha sido tan patética que ahora ha optado por el camino del terror total. Expulsados de los campos de batalla y huyendo del combate militar, los terroristas rusos uniformados ahora golpean las infraestructuras críticas de Ucrania. La red eléctrica es su objetivo principal. Un flagrante crimen de guerra.
En los medios occidentales a veces leemos que la estrategia del Kremlin es un intento de forzar a Ucrania a pedir la paz. Este análisis no es del todo acertado. Putin no quiere solo que Ucrania capitule; quiere que roguemos piedad. Necesita algo más que un simple fin de la guerra. Quiere un triunfo que humille a los enemigos de Rusia; no solo a Ucrania, sino también a sus aliados occidentales. La amenaza de un desastre humanitario que conllevan esos misiles rusos sirve al mismo propósito que el Holodomor hace 90 años: someter a Ucrania, acabar con su capacidad de resistencia.
Las autoridades rusas creen equivocadamente que los ucranianos saldrán al Maidán (¡oh, sí, siempre salimos al Maidán!) a manifestarse para pedir que acabe la guerra. Las autoridades rusas se han consolado durante demasiado tiempo con el mito de “un solo pueblo”, que los ucranianos son básicamente rusos. No entienden que los ucranianos somos diferentes. Nos lanzamos a la calle contra las injusticias y por el deseo de libertad. No nos lanzamos a la calle para pedir vivir un futuro bajo el yugo de la opresión.
El annus horribilis de Ucrania ha dado un giro aun más sombrío. Estamos a un paso de apagones masivos a medida que se acerca el gélido invierno. Nuestras fuerzas armadas interceptan la mayoría de los misiles rusos, pero son muchos –varias decenas en cada salva– y aquellos que sí acaban impactando son suficientes para dejar a millones de personas sumidas en la oscuridad y el frío. A veces, durante horas. A veces, durante días.
Pero la oscuridad siempre será mejor que la esclavitud. Para seguir siendo libres, necesitamos más ayuda de nuestros amigos y aliados. Inmediatamente. Ahora. Ayer. Necesitamos una protección fiable para nuestros cielos. Necesitamos recursos para restaurar las redes eléctricas. Necesitamos generadores para mantener caliente a nuestro pueblo mientras los trabajadores de los servicios de emergencias reparan la infraestructura dañada. En resumen: necesitamos un rayo de esperanza.
Rusia cree que, para acabar con la civilización ucraniana, puede bastar con interrumpir el suministro energético. Pero se equivoca. La civilización acaba en el momento en el que nace el mal. La civilización ha terminado para Rusia.
Andriy Yermak es jefe del gabinete del presidente de Ucrania.
Traducción de María Torrens Tillack.