Rusia y Turquía tenían mucho en juego en las conversaciones de paz de Astaná. Pero al final de la cumbre de dos días de esta semana sobre la guerra en Siria, los progresos fueron, literalmente, modestos. La reunión terminó con un predecible comunicado, apoyado por Irán, que pretende fortalecer el cese el fuego en vigor desde el 30 de diciembre.
Pero también durante la reunión surgieron otros temas. Primero, Rusia, uno de los principales protagonistas en una guerra que ya suma seis años, habla en serio sobre la negociación para acabar con el conflicto y está preparada para involucrarse más que nunca en ese aspecto. Segundo, aunque el régimen de Asad gana en el campo de batalla con el fuerte apoyo de Moscú e Irán, tiene una capacidad diplomática relativamente débil.
El esperado momento en el que Rusia tendrá que declarar sus intenciones respecto a Bashar al Asad está más cerca que nunca. También lo está el ajuste de cuentas del líder sirio con su otro patrocinador, Irán. Desde que las milicias apoyadas por Irán lideraron la toma de Alepo, Rusia y Turquía se han situado cada vez más en su contra.
Por primera vez, Rusia se ha separado del régimen de Asad en Astaná, a quien ha criticado por afirmar que al Qaeda estaba liderando el asalto a la zona de Wadi Barada, cercana a Damasco, y sugiriendo que eran las fuerzas sirias y las iraníes, no la oposición, las que estaban vulnerando el alto el fuego. Rusia también ha legitimado abiertamente a dos grupos calificados desde hace tiempo por las autoridades sirias como grupos terroristas: el conservador Ahrar al Sham y Jaish al Islam, ambas fuerzas importantes de la oposición armada.
Antes de las conversaciones, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, fue sorprendentemente directo sobre la intervención rusa, asegurando que Damasco estaba a tan solo tres semanas de caer cuando Vladímir Putin envió su fuerza aérea para salvar a Asad en septiembre de 2015.
El mensaje colectivo es claro: habiendo asegurado el país y llevado a la oposición a la mesa de negociaciones, Putin ahora quiere un resultado que pueda atribuirse. Negociar el final del conflicto más complicado del siglo XXI sería enormemente significativo para un líder ruso que intenta dar forma a un nuevo orden mundial. Y hacerlo cuando Estados Unidos lo ha intentado y fracasado sería doblemente gratificante.
Las autoridades rusas creen que Donald Trump centrará su política en Oriente Medio únicamente en proteger a Israel y derrotar a ISIS. Esta última misión probablemente la lleve a cabo de la mano de Putin y otros actores internacionales. Rusia calcula también que Trump tiene poco interés en las causas originales del conflicto y las que lo han mantenido vivo desde entonces, dejando a una Rusia renaciente que imponga sus condiciones.
La relación restablecida entre Rusia y Turquía ha seguido fortaleciéndose en las negociaciones de Astaná, y ambas partes coinciden cada vez más en los pasos futuros. Los turcos han sido una pieza fundamental en el nuevo tono adoptado por Moscú hacia la oposición, especialmente con el grupo Ahrar al Sham, a quien Ankara ha apoyado durante la guerra.
Turquía también ha mantenido alejados a los kurdos y ha cedido respecto a Asad, afirmando que su destitución inmediata no es un asunto central para la solución. Esta es la postura que sigue manteniendo Rusia a pesar de su lenguaje cambiante, cuyo sentido es avisar a Asad de que es prescindible si se alinea en exceso con Irán, que tiene una visión muy diferente de la Siria postconflicto.
Las autoridades turcas han hablado en repetidas ocasiones durante las últimas semanas sobre sus preocupaciones respecto a un Irán “profundamente ideológico” y temen que se abra pronto una nueva falla si no se discute detalladamente sobre la solución política. Irán, a cambio, sigue acusando a Turquía de alimentar los combates y de apoyar a los yihadistas, que han tomado un papel central en buena parte del norte de Siria.
Las conversaciones eran importantes para todos los involucrados. Este fue el primer encuentro de las partes en conflicto desde hace más de dos años y, más importante, la primera vez que las autoridades sirias y los líderes de la oposición se han sentado en la misma mesa de negociaciones. La elección del lugar fue también reveladora, lejos de la calma ordenada de la Europa occidental alineada con la OTAN y dentro del corazón del antiguo bloque soviético.
El comunicado final se centra en gran parte en los combates en curso en Wadi Barada, una zona que abastece de agua a Damasco. Se supone que un mecanismo trilateral, liderado por Turquía, Irán y Rusia, tiene el objetivo de asegurar el cese el fuego. La oposición y el régimen se negaron a firmar, pero que lo hayan hecho sus patrocinadores es más importante.
Tras 18 meses de enfrentamientos continuos en Wadi Barada, a la oposición le queda pocas batallas por librar. Tampoco hay voluntad entre sus defensores para continuar apoyando un conflicto que está perdiendo intensidad. La transición de Rusia de beligerante a fuerza diplomática es fundamental. La oposición sabe que su apuesta por controlar Siria ha fracasado y Asad está avisado de que, después de haber dirigido los esfuerzos para salvarle, Rusia quiere una solución en su nombre.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti