Estoy en Moscú intentando no llamar la atención y evitar a los servicios de seguridad rusos, el FSB. Estoy agotado por el estrés. Es mi sexta vez en el país y siempre que he venido ha sido para apoyar a los activistas LGTB+ que intentaban celebrar un desfile del orgullo y un festival. En cada ocasión, las autoridades reprimieron estas actividades, a veces de forma violenta. Me han detenido dos veces y otra me pegaron una paliza que me dejó casi inconsciente.
Ahora estoy aquí por el Mundial, pero a diferencia de los miles de aficionados, yo no estaré animando en esta fiesta del fútbol. No puede haber relaciones deportivas normales con un régimen que no es normal, como el de Vladímir Putin. La comunidad LGTB+ y muchos otros rusos sufren una persecución promovida por el Estado y la violencia de la extrema derecha. A estos abusos hay que plantarles cara. Por eso estoy en Moscú.
La ley antigay rusa de 2013 contra la llamada “propaganda homosexual” se ha utilizado para aplastar protestas pacíficas LGTB+, despedir a profesores LGTB+ y reprimir organizaciones benéficas que apoyan a adolescentes de este colectivo. Los desfiles del orgullo llevan prohibidos en Rusia cien años. Defender públicamente la igualdad o dar consejos a los jóvenes LGTB+ es un delito. El Gobierno ruso apenas ha tomado medidas para frenar a los extremistas homófobos, que engañan a gente LGTB+ a través de redes sociales y aplicaciones de citas para quedar y posteriormente someterles a un trato degradante y, en ocasiones, violento.
Incluso peor, en Chechenia, que es parte de de la Federación Rusa, el año pasado se vivió una caza de brujas sin precedentes contra los gays. Esto incluye secuestros, detenciones sin juicio, torturas e incluso asesinatos. El cantante Zelim Bakaev desapareció en Chechenia en agosto de 2017 y nadie le ha visto desde entonces.
El presidente Putin no ha condenado estas purgas homófobas, no digamos ya tomar acciones. Putin afirma ridículamente que no hay pruebas, pero las víctimas y las organizaciones de derechos humanos están detallando los abusos.
En la víspera del Mundial, grupos ultranacionalistas y de extrema derecha han amenazado con golpear y apuñalar a los aficionados LGTB+. Las autoridades no han tomado medidas claras contra los autores de estas amenazas criminales.
Conozco por experiencia personal la actitud no intervencionista adoptada por el Kremlin. En 2007 recibí una fuerte paliza a manos de neonazis cerca del Ayuntamiento de Moscú mientras la policía no hacía nada. Cuando estaba a punto de quedarme inconsciente fui detenido y a mi agresor se le permitió salir de allí libremente. Más tarde se le vio enseñando el carné de identidad y le permitieron pasar a través de las filas de policías, lo que hizo pensar que el agresor era un policía de paisano o alguien de extrema derecha que actuaba con complicidad de la policía.
Además, como activista defensor de los derechos humanos no puedo ignorar el continuo bombardeo indiscriminado de zonas civiles en Siria. Se trata de un crimen de guerra bajo la legislación internacional. Los aviones rusos han bombardeado casas, colegios, hospitales y mezquitas. Miles de civiles inocentes, incluidos mujeres y menores, han muerto o resultado heridos por el fuego aéreo de Putin. El Kremlin está apoyando a un dictador fascista, el presidente Asad. Su régimen masacró en 2011 a manifestantes pacíficos defensores de la democracia y desde entonces ha matado, mutilado y torturado a centenares de miles de civiles sirios y ha obligado a millones más a huir como refugiados. Rusia ha utilizado su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU para impedir u obstruir investigaciones sobre el uso de armas químicas y sobre sus ataques con bombas de barril contra objetivos habitados y no militares.
No solo manifiesto mi solidaridad con la comunidad LGTB+, sino también con la oposición democrática no violenta a la dictadura siria y a sus secuaces rusos.
El Estado ruso no es el único culpable. También hay que cuestionar a la FIFA por su decisión de conceder el Mundial de 2018 a un país que viola los derechos humanos como Rusia. Su torneo está organizado por un país donde los aficionados al fútbol LGTB+ son amenazados en público por gente de extrema derecha y fanáticos religiosos que han avisado que cazarán, pegarán y apuñalarán a los homosexuales. Y la FIFA ha preferido seguir con esta farsa con el Mundial de 2022 en Qatar, donde las violaciones de derechos humanos son incluso peores que en Rusia, también contra disidentes y trabajadores inmigrantes.
La FIFA defiende de boquilla la diversidad y la igualdad al tiempo que premia a regímenes tiranos con el prestigio de acoger uno de los eventos deportivos más celebrados del mundo. Esto es una traición irresponsable y vergonzosa a las víctimas de abusos de derechos humanos y a aquellos que mostraron la valentía para defenderles. Si alguien duda de la forma en que malvados dictadores pueden manipular un evento como este, ya hemos visto la repugnante imagen del líder checheno, Ramzan Kadirov, exhibiéndose con uno de los mejores jugadores del mundo, Mo Salah.
He venido a Rusia esta semana porque no se debería dejar a Putin anotarse un tanto de relaciones públicas gracias al Mundial. La mayoría de la gente LGTB+ en Rusia tiene demasiado miedo como para protestar abiertamente contra su persecución, y es comprensible. Temen ser arrestados y golpeados por extremistas. Yo también tengo miedo, pero para ganar la libertad en ocasiones tenemos que estar preparados a asumir riesgos.
No estoy aquí para decir a los rusos lo que hay que hacer. Estoy apoyando a los defensores rusos de la comunidad LGTB+ y otros defensores de derechos humanos. Ellos quieren que el presidente Putin cumpla la Constitución de Rusia y sus obligaciones internacionales de derechos humanos, como el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que Rusia firmó y prometió defender. Tengo miedo al arresto y a un ataque violento, pero estoy decidido. Inspirado por las campañas y el heroísmo de la comunidad LGTB+ de Rusia, actúo en solidaridad con su batalla por los derechos humanos.
No se debería permitir a Rusia disfrutar de la gloria del Mundial al tiempo que comete abusos contra la comunidad LGTB+ y crímenes de guerra en Siria, la gran crisis humanitaria de nuestro tiempo.
ACTUALIZACIÓN: unos minutos pasadas las 11 de la mañana, la cuenta de Twitter de Peter Tatchell publicaba un tuit en el que confirmaba su detención por la policía rusa. Tatchell fue trasladado a la comisaría de Tverskaya y fue liberado poco después.
Peter Tatchell es un activista de derechos humanos.
Traducido por Javier Biosca Azcoiti