Sesenta años de la histórica Marcha de Washington contra el racismo: “Presencié lo mejor de EEUU”

David Smith

Washington —
28 de agosto de 2023 22:56 h

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“Si hubiéramos sido nosotros los que asaltamos el Capitolio hace un par de años, nos habrían disparado”, dice Ted Dean. “Piénsalo, nos habrían disparado”, añade el hombre de 85 años de Flomaton, Alabama.

Dean está comparando la pacífica Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad, de la que que este lunes 28 se ha cumplido el 60 aniversario, con el letal ataque que una turba de simpatizantes de Donald Trump dirigió contra el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021.

Dean recuerda la marcha sobre Washington como una mezcla heterogénea en la que había negros y blancos, ancianos y jóvenes. “Había toda clase de gente; cualquier tipo, todos estaban allí; nadie tenía miedo y todos se llevaban estupendamente. Yo quise formar parte de aquello porque lo llevaba en los genes”.

Dean ha asistido a todas las Marchas sobre Washington desde aquella primera ocasión. Pero teme que la marcha programada para este sábado sea la última para él, con oradores como Martin Luther King III y como el líder de los derechos civiles Al Sharpton.

La Marcha sobre Washington original tuvo lugar el 28 de agosto de 1963, 100 años después de que Abraham Lincoln firmara la Proclamación de Emancipación otorgando la libertad a las personas esclavizadas en los estados del sur. Fue la mayor manifestación jamás celebrada en Washington .

Entre las figuras clave detrás de aquella marcha figuran A. Philip Randolph, que llevaba desde los años cuarenta pensando en algo así; y Bayard Rustin, pacifista homosexual, activista por los derechos civiles y cerebro de las protestas no violentas. Randolph dirigió aquella marcha que Rustin había pasado meses planeando cada detalle (este noviembre se estrena una película biográfica sobre Rustin).

En el barrio neoyorquino de Harlem, Eleanor Holmes Norton formaba parte del grupo que trabajaba en la sede nacional de la marcha. Se encargó de que los manifestantes se subieran a los autobuses y trenes con destino a Washington. “Yo fui la última persona en esa casa de arenisca de Harlem desde la que se organizó la marcha y por eso no tuve que venir en autobús ni en tren”, recuerda Holmes Norton, con 86 años, durante una conversación telefónica. “Vine en avión y pude ver, mientras el avión volaba hacia Washington, que la marcha iba a ser un éxito, por muchas dudas que tuviéramos de que así fuera; me alivió saber que la marcha iba a ser un éxito”.

En un día prácticamente sin nubes y con una temperatura que superaba los 26,6 grados, una multitud formada por 250.000 personas se juntó en la Explanada Nacional de Washington para pedir justicia social, salarios justos, oportunidades económicas y el fin de la segregación racial. En la húmeda y somnolienta capital de aquel agosto caluroso, fue una llamada de atención que se escuchó en todo el mundo.

“Nunca se había celebrado una marcha así de grande y no sabíamos qué esperar; aunque teníamos nuestras dudas, a la marcha terminaron acudiendo 250.000 personas para congregarse en la escalinata del Monumento a Lincoln”, dice Holmes Norton, que ahora representa al Distrito de Columbia en el Congreso de Estados Unidos. “Vino la policía, pero no hubo ningún tipo de disturbio; el ambiente en la marcha era de mucha paz y alegría” añade.

“Lo que más llamaba la atención de la marcha era la diversidad: negros, blancos, personas de todas las edades... Era como si la gente estuviera respondiendo al llamamiento de la Marcha por la Paz y la Libertad. El Congreso no podía ignorarlo, no cuando había acudido tanta gente a Washington”.

El papel de las mujeres

Pese a que en su mayoría fueron excluidas del programa oficial, las mujeres desempeñaron un papel fundamental en la organización de la marcha. La única mujer que habló en el Monumento a Lincoln fue Daisy Bates, presidenta de la delegación en Arkansas de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color [NAACP, por sus siglas en inglés] y asesora de “Los nueve de Little Rock” [el grupo de estudiantes negros que el 4 de septiembre de 1957 fueron a clase a Little Rock Central High School].

La activista y artista Lena Horne solo pudo gritar una palabra por el micrófono (“¡Libertad!”) y la multitud se quedó sin escuchar a Dorothy Height, considerada como la “madrina del movimiento por los derechos civiles” y una de las principales organizadoras de la marcha.

Según Holmes Norton, aquello fue un reflejo del machismo que entonces imperaba en el movimiento por los derechos civiles. “No había razón para que [Height] no hablara”, dice. “Representaba a un gran número de personas, mujeres según parece, y formaba parte de los Seis Grandes; a todos los demás se les permitió hablar, pero a ella no; tal vez ese haya sido el único fallo de la marcha”.

Hasta su muerte en 2020, el congresista John Lewis era el último de los oradores de aquella marcha aún vivo y activo en la militancia. Entonces era un joven de 23 años y su plan era decir lo siguiente: “Marcharemos a través del sur, a través del corazón de Dixie [los Estados Confederados de América, en el sur de EEUU], como hizo [el general del ejército nordista] Sherman”, y preguntaremos “de qué lado está el gobierno nacional”. Por petición de King y de otros organizadores, Lewis suavizó su discurso en el último minuto.

Según Holmes Norton, “se armó un auténtico debate en torno a las declaraciones de John Lewis”. “Eran más radicales que las de otros y el espíritu era que la marcha se mantuviera en un nivel que todo el mundo pudiera respaldar”.

“John Lewis modificó un poco sus comentarios después de que se armara un revuelo sobre algunas de las cosas que iba a decir”, añade. ¿Se alegra de que lo hiciera? “Sí, porque no queríamos desavenencias entre los llamados Seis Grandes, las personas que organizaron la marcha”.

King, por el contrario, preparó un discurso más bien formal y comedido. Estaba a punto de sentarse cuando la cantante de gospel Mahalia Jackson le gritó: “¡Háblales de tu sueño, Martin! Háblales de tu sueño”. King usó entonces algunos de sus discursos previos, entre los que figuraba el estribillo “Tengo un sueño”, y añadió frases nuevas instando a los estadounidenses a imaginar un mundo sin racismo.

Según Holmes Norton, “Tengo un sueño” se convirtió en la frase “inolvidable” de la marcha. “Hubo varios discursos memorables pero, fiel a su estilo, el discurso que destacó fue el de Martin Luther King Jr. Ahora no recuerdo la letra, pero creo que fue el único discurso que la gente pudo recordar por su extraordinaria elocuencia” dice. “No había nadie como él; recuerden que era ministro bautista, así que tenía mucha práctica, no solo para escribirlo, sino también para pronunciarlo”, dice.

Los 16 minutos del discurso de King, que el Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana expone ahora por el 60 aniversario ayudaron a consolidar el peso que la marcha tuvo en la política de Estados Unidos. Se le atribuye el mérito de presionar al gobierno de John F. Kennedy para actuar en favor de los derechos civiles, con la aprobación de la Ley de Derechos Civiles en 1964 y de la Ley del Derecho al Voto en 1965.

Participación del Gobierno

Pero cuando el presidente Kennedy y su hermano, el fiscal general Robert Kennedy, se enteraron por primera vez de los planes para la marcha su reacción inicial fue de preocupación. Hasta que decidieron que trabajar junto a los organizadores era más práctico que enfrentarse a ellos.

Kathleen Kennedy Townsend, hija de Robert Kennedy, así lo explicó hace poco ante un grupo de expertos del American Enterprise Institute en Washington. “Cuando se enteraron de que Martin Luther King quería hacer la Marcha sobre Washington tuvieron que elegir entre resistirse o trabajar juntos. La decisión de John Kennedy y de mi padre fue 'trabajemos juntos'”, dijo.

Según Kennedy Townsend, su padre formó un grupo dentro del Departamento de Justicia para trabajar sobre el tema. “Se reunían todas las mañanas y todas las tardes para ver cómo podían ayudar a que la Marcha sobre Washington saliera bien; probablemente trabajaron muy activamente con Bayard Rustin”, dijo.

“Se aseguraron de que el sistema de altavoces funcionara correctamente. Pusieron a Jerry Bruno, que era la mejor persona de la campaña de Kennedy, a trabajar en el tema. Trajeron de Nueva York a policías negros porque en Washington DC no había policías negros. Se aseguraron de que no hubiera alcohol para que tampoco hubiera cristales”, añadió Kennedy Townsend, que fue vicegobernadora de Maryland.

“En un momento dado temieron que no hubiera gente suficiente. John Kennedy trajo a líderes sindicales para asegurarse de que en la marcha hubiera muchos blancos y garantizar que fuera una marcha con integración racial” dijo.

“Había una serie de cosas que verdaderamente querían conseguir. Querían una gran marcha y querían que hubiera integración racial. Revisaron algunos de los discursos para asegurarse de que no fueran demasiado radicales, algo que molestó a muchos negros”.

“Malcolm X estaba muy enfadado porque consideraba que se estaban apropiando de la marcha. No le gustaba la idea de que negros y blancos jugaran juntos en el estanque reflectante [del monumento a Lincoln]. Pero John Kennedy quería que la ley de derechos civiles fuera aprobada y pensaba que habría más oportunidades de lograrlo si parecía que la gente la apoyaba, con una gran multitud de negros y blancos a favor de la ley de derechos civiles”, afirmó Kennedy Townsend.

“Conseguir la mayor cantidad de gente posible para esa marcha, que funcionara lo mejor posible y que fuera lo más pacífica posible fue muy importante para la Casa Blanca, para el presidente Kennedy y para Robert Kennedy”.

Todo el que participó de aquella marcha tiene sus propios recuerdos del día. El fotógrafo Frank Stewart tenía entonces 14 años y su madre, dueña de una Kodak Brownie, lo llevó a la marcha y le pidió que usara la cámara. Stewart hizo unas fotos que luego revelaron en una farmacia. Dice que aquella fue su primera incursión en la fotografía.

Blancos y negros, juntos

Las fotos se exhiben actualmente en la Phillips Collection de Washington. “Fue la primera vez que vi marchar juntos a blancos y negros para hacer algo, eso nunca se veía cuando yo era niño”, dice Stewart desde el museo de arte de la capital estadounidense.

“Cuando crecí en Memphis, había leyes no escritas llamadas códigos negros, como el de la mirada temeraria: no se podía mirar a los blancos a los ojos (...) no podías hablar con los blancos cuando venían por la calle; tenías que bajarte de la acera para dejarlos pasar; tenías que sentarte en la parte de atrás del autobús, donde había un cartelito que se movía; los negros no podían mover el cartel, pero los blancos sí”, explica. “La primera vez que vi a todos esos blancos marchando por una causa común junto a negros fue una revelación”.

Para otras personas, el viaje fue tan importante como el destino. Mera Rubell, la conocida coleccionista de arte y cofundadora de Museos Rubell, tenía 19 años y estudiaba en el Brooklyn College de Nueva York cuando se celebró la marcha. En el autobús hacia Washington que fletó su universidad también viajaba el cantante y activista por los derechos civiles Harry Belafonte, que durante todo el trayecto tocó la guitarra mientras los estudiantes cantaban

“Fue extraordinario, como si te metieran en un lugar donde sentías que estabas cambiando las cosas en Estados Unidos; había jóvenes participando en las marchas por la libertad; todo eso salía en las noticias”, dice desde Miami Mera, que hoy tiene 79 años.

“Estar en ese autobús, con él y cantando esas hermosas canciones sobre la igualdad de los seres humanos... no sabía qué esperar. Yo no tenía un compromiso político; estaba ocupada con mis estudios; cuando me enteré de que Harry Belafonte viajaba a Washington a escuchar a Martin Luther King, no entendí que era un gran momento histórico; a decir verdad, nunca se sabe qué momento va a ser histórico”.

Los recuerdos volvieron a Rubell cuando en 2009 regresó a la Explanada Nacional para la toma de posesión de Barack Obama como presidente. “No dejaba de pensar 'Dios mío, sí, así es como fue, ancianos y jóvenes, con muletas, en silla de ruedas, gente que sentía que simplemente tenía que estar allí; no era gente con un gran compromiso político sino gente de todos lados'; veía mi experiencia de la investidura de Obama a través del prisma de la Marcha sobre Washington”.

“Lo que viví fue algo muy pacífico. Supongo que fuimos testigos de la esencia de la democracia. No recuerdo que la gente llevara banderas estadounidenses, por ejemplo; era algo muy amistoso, muy alegre. Había una especie de camaradería y la sensación de que Estados Unidos estaba dando un paso adelante en algo importante”, dice Rubell sobre aquel soleado día de agosto de 1963.

“Sentí que estaba presenciando lo mejor de Estados Unidos; ahora, cada vez que voy a la Explanada pienso 'bueno, para esto sirve la Explanada Nacional, para que las personas vengan y expresen de manera pacífica las cosas que ansían'”.

Traducción de Francisco de Zárate