“Los matrimonios abiertos existen desde siempre pero a la larga nunca funcionan”. La afirmación de la antropóloga biológica Helen Fisher debe haber sido toda una noticia para Simone de Beauvoir, la famosa existencialista francesa conocida por su feminismo y por tener una relación poliamorosa.
Publicada recientemente en el periódico The New York Times, la opinión de Fisher también ha sido cuestionada por las numerosas celebridades que dicen tener este tipo de “arreglos”, y por el casi millón de compatriotas estadounidenses de Fisher que están dando una oportunidad a las relaciones poliamorosas.
“El único éxito indiscutible de mi vida”, decía De Beauvoir sobre su relación abierta con Sartre. En términos de duración, la pareja de existencialistas franceses nos gana a la mitad de nosotros: su relación, que les permitía tener amoríos sin dejar de ser pareja, duró 51 años, hasta la muerte de Sartre en 1980.
En la actualidad, 30 años después de la muerte de De Beauvoir, la mayoría de las críticas hacia el poliamor tienen la misma perspectiva opresiva de la sexualidad femenina que ella se esforzó por derrumbar. Tomemos como ejemplo el prejuicio de que “las mujeres solo aceptan una relación abierta para complacer a los hombres que buscan variedad”. Según admitió Anna North en un artículo acerca de por qué deberíamos sentirnos menos “perturbados” al hablar de poliamor, eso es lo que a menudo se piensa.
En un artículo para la revista The New Yorker, Louis Menand argumentó que Sartre era un “mujeriego” y que De Beauvoir era una “clásica facilitadora”. Llegó a decir Menand que la existencialista francesa había fingido bisexualidad con el único fin de complacer a su pareja, y que había escrito algunas partes de El segundo sexo como una súplica hacia Sartre. Así, Menand redujo uno de los trabajos intelectuales más extraordinarios del Siglo XX a una simple pelea conyugal.
Para Deirdre Bair, biógrafa de la escritora, De Beauvoir era “servil” con Sartre. También Hazel Rowley, en su libro Tête-à-Tête, se complace en mostrar una y otra vez a De Beauvoir llorando por las cafeterías. Pero en el centro de la suposición de que las mujeres no monógamas eligen el poliamor sólo porque es lo que el hombre quiere (y no lo que ellas quieren) existe una conjetura más generalizada sobre la sexualidad femenina: es el hombre el que tiene necesidades sexuales complejas, no la mujer.
Sin embargo la práctica del poliamor tiene un trasfondo que toma en cuenta a la mujer. Como argumenta Libby Copeland, “el amor libre se opuso a la tiranía del matrimonio convencional y, en particular, a la manera en que el matrimonio reducía la vida de la mujeres a tener hijos, encargarse de las monótonas tareas del hogar, quedar sin amparo legal y, con frecuencia, tener sexo sin amor”.
En un artículo sobre parejas heterosexuales con relaciones poliamorosas en Seattle, Jessica Bennett escribe en la misma línea: “La comunidad del poliamor tiene, sin duda, una inclinación feminista; las mujeres han sido esenciales para su creación, y la 'igualdad de sexos' es un principio públicamente reconocido de esta práctica”.
Según la actriz Mo’Nique, tener una relación abierta con su pareja fue una idea de ella. Simone De Beauvoir tampoco se veía a sí misma como alguien que acepta una relación poliamorosa en calidad de simple acompañante. Al sentirse atraída tanto por hombres como por mujeres, una relación abierta significaba no tener que elegir entre una cosa y otra. Sentía la “necesidad de probar todo tipo de experiencias”, creía que la capacidad de actuar por deseo era esencial para liberarse de la soberanía masculina, y esperaba encontrar la respuesta a la pregunta que hasta hoy nos resulta difícil: “¿Es posible un acuerdo entre fidelidad y libertad?”. Según Copeland, las relaciones poliamorosas no se tratan solo de sexo, sino de “rehacer el pequeño rincón del mundo de cada uno”, una perspectiva aterradora para todo el que quiere que el mundo se mantenga como está, en especial cuando se trata de los roles establecidos para cada sexo.
La forma más efectiva de socavar la fe en sí misma de una persona es decirle que su libertad es una ilusión. Según la antropóloga biológica Fisher, una ilusión es lo que estaría viviendo Mo'Nique. La historia sería diferente, dijo, “si pudiéramos hacer que (Mo’Nique) hablara acerca de cómo se siente ella o cómo se siente su esposo en verdad”,
Sí, los matrimonios abiertos también tienen dificultades. Como los matrimonios monógamos. Todas las relaciones los tienen. De Beauvoir lloraba de verdad en las cafeterías y a veces se sentía miserable. Según Ken Haslam, defensor del poliamor, este tipo de relaciones puede convertirse en una 'poliagonía'. La libertad puede ser abrumadora. Tal vez por eso la mayoría de nosotros no la elige a la hora del matrimonio.
Una biógrafa, un crítico cultural o una antropóloga no tienen por qué contar la historia del poliamor como les gustaría a sus protagonistas, es cierto, pero en muchas de las críticas que se le hacen a la práctica hay una resistencia a permitir que las mujeres tengan deseos sexuales complejos. Forma parte del deseo egoísta de hacer que todas las historias encajen dentro de formatos estructurados. Como escribió Dan Savage, “el matrimonio de Mo’Nique y Sidney Hicks les parecería inestable solo a quienes consideran que la monogamia, llevada a cabo de manera satisfactoria, es la única medida de estabilidad, amor y compromiso”.
Es como ver un Modelo T de Ford y analizar su valor como si se tratara de un cuadro. El Modelo T claramente no es un cuadro y jamás intentó serlo. El mes pasado, Sarah Bakewell se diferenció de otros escritores que escriben sobre la vida de De Beauvoir, con su libro At The Existentialist Cafe. La retrató como una persona con poder sobre su relación abierta, tal vez porque Bakewell buscó entender “el arreglo” desde el punto de vista de la filosofía de libertad que pregonaba De Beauvoir. Al analizar las relaciones poliamorosas, deberíamos preguntarnos si la pareja logró lo que se propuso, y no si es lo que queremos para nuestro matrimonio.
La historia de la mujer que solo quiere a un hombre para toda la vida es más fácil de contar, en especial cuando son los hombres los que la cuentan. Menand termina su artículo diciendo que, en verdad, De Beauvoir quería que “Sartre fuera solo de ella”. Con bastante desatino, toma como referencia “todas las páginas que ella escribió”. Claramente, “todas las páginas que Beauvoir escribió” se pueden leer de maneras muy diferentes, así como también hay maneras muy diferentes de amar y de vivir.
Traducción de Francisco de Zárate