Tras los letales ataques del domingo, el Gobierno de Sri Lanka ha decidido cortar el acceso a las redes sociales. Toda una muestra de cómo los supuestos beneficios de las redes no compensan frente a la desinformación, extremismo e incitación a la violencia que propagan y a los que las tecnológicas estadounidenses no son capaces de poner freno.
Además de Facebook, el gobierno de Sri Lanka bloqueó el domingo Instagram y WhatsApp -ambas propiedad de Facebook- para evitar el riesgo de que “las noticias falsas... que se difunden a través de las redes sociales” incitaran actos de violencia. El gobierno comunicó que los tres servicios seguirán suspendidos hasta que termine la investigación sobre las explosiones que acabaron con la vida de más de 200 personas. También fueron suspendidas otras plataformas como YouTube y Viber -estas no dependen del gigante de Mark Zuckerberg-, aunque son Facebook y WhatsApp las más usadas en el país.
Es notable el descrédito que ha sufrido Facebook, que hace menos de tres años era considerada por la revista Wired como “una de las instituciones más importantes del mundo para respuestas de emergencia”.
La gigantesca escala mundial de la red social, su complejo mapa de relaciones sociales, un “control de seguridad” activado mediante un algoritmo y el conjunto de herramientas que permitían difundir rápidamente informaciones y vídeos en directo eran considerados como una ayuda para la respuesta global a los desastres. Los supervivientes podían usar Facebook para decir que estaban bien; los gobiernos, para actualizar en vivo las informaciones; y la población local y las ONGs, para coordinar las tareas de rescate.
Y son las mismas características que hicieron útil a Facebook lo que lo han convertido en una herramienta increíblemente peligrosa: la desinformación viaja a la misma velocidad que la información fidedigna, cuando no más rápido.
En las últimas semanas ha habido numerosos ejemplos de lo perjudicial que puede resultar Facebook tras una crisis. El hombre armado que disparó y mató a 50 fieles musulmanes en Christchurch, Nueva Zelanda, retransmitió en directo su ataque por medio de Facebook Live, convirtiendo a la plataforma en un arma. Ni Facebook ni YouTube fueron capaces de impedir que el vídeo se propagara.
Esta misma semana, una nueva función de YouTube que tiene como objetivo frenar la desinformación terminó creándola. Por un error del algoritmo que debía proporcionar información adicional fiable, la plataforma agregó a los vídeos con el incendio de Notre Dame enlaces de la Enciclopedia Británica sobre los ataques terroristas del 11 de septiembre, creando así la falsa impresión de que el incendio de la catedral parisina tenía alguna vinculación con un acto terrorista.
No es la primera vez que Sri Lanka sufre la violencia de las masas debido a desinformaciones diseminadas por redes sociales. En marzo de 2018, el gobierno bloqueó Facebook, WhatsApp y otras plataformas durante una ola de fuertes ataques racistas, en parte alimentada por los discursos de odio y falsos rumores que corrieron por Internet de parte de budistas radicales contra la población musulmana. En aquella ocasión el gobierno de Sri Lanka criticó a Facebook con dureza por su incapacidad para controlar el contenido publicado en lenguas locales.
Riesgo de violencia frente a información libre
Según Vagelis Papalexakis, profesor asistente de ingeniería informática en la Universidad de California, las dificultades que Facebook enfrenta para atajar la desinformación pueden tener que ver con factores culturales y geográficos. A menudo, explica, las empresas -desde Estados Unidos- carecen de recursos locales y expertos en lenguas nativas capaces de comprender e identificar noticias falsas en tiempo real: “Lo que hay que abordar es que si se tiene un sistema muy bien armado para el caso del inglés y optimizado para los Estados Unidos, ¿cómo puede ser transferido con éxito a un contexto en el que no tengo tantos ejemplos ni usuarios de los que aprender?”.
A pesar de todo, y según Joan Donovan, bloquear las redes sociales no es la solución. Directora del proyecto de investigación sobre tecnología y cambio social del Kennedy’s Shorenstein Center, en la Universidad de Harvard, Donovan matiza que “en las crisis, todo el mundo se conecta a Internet para encontrar información”: “Cuando hay emergencias y muertes a gran escala, es muy importante que la gente pueda comunicarse y sentirse segura... Esta decisión deja en una situación todavía peor a personas que ya tienen un frágil acceso a la comunicación. Es un precedente peligroso”.
Prohibir de forma generalizada las redes sociales es una medida poco frecuente, pero no es la primera vez que los gobiernos la utilizan. Una manera de cortar el acceso es pedir a los proveedores de Internet que no permitan el tráfico de las direcciones IP asociadas al servicio, como hizo Rusia cuando trató de bloquear el servicio de mensajería encriptado Telegram.
Los usuarios de Internet de Sri Lanka habrían podido entrar en algunos de los sitios bloqueados mediante redes privadas que desvían el tráfico a otros servidores. En ese caso, podría tratarse de un bloqueo sobre las direcciones URL y no sobre los DNS o las direcciones IP. Lo que implica que quien trate de difundir noticias falsas podría encontrar maneras de lograrlo, mientras que los que buscan información fidedigna en la red continúan siendo alimentados con falsedades.
Como dice John Ozbay, máximo responsable la empresa de privacidad y seguridad Cryptee, “es un tema complicado”: “Entiendo los motivos del gobierno pero es triste que haya que poner en la balanza el acceso a la información libre ante la amenaza de la violencia racial”.
Para Donovan, la falta de conocimiento de las autoridades de lo que sucede en las redes sociales en tiempo real juega en contra: “Los gobiernos se encuentran en una situación difícil porque tienen que hacer esfuerzos enormes para poder actuar (…) Teniendo en cuenta que las empresas al mando de estas plataformas no están llevando a cabo un buen trabajo moderando los contenidos o evaluando las amenazas, cada vez que tengamos una crisis vamos a tener que dar marcha atrás hasta este escenario”.
Traducido por Francisco de Zárate