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ANÁLISIS

Cómo va a tratar Occidente con los talibanes: ayuda humanitaria con condiciones más que sanciones

Un avión de la fuerza aérea de EEUU en el proceso de evacuación en el aeropuerto de Kabul el 21 de agosto.
26 de agosto de 2021 21:56 h

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Tras algunos cambios de postura, Reino Unido y otros países del G7 han regresado a la familiar combinación de palo y zanahoria: ayuda humanitaria, reconocimiento internacional y sanciones como estrategia para mantener cierto grado de influencia sobre los talibanes.

El ministro de Exteriores de Reino Unido, Dominic Raab, amenazó explícitamente con sanciones en el Daily Telegraph, aunque desde la oficina del primer ministro ya habían advertido que tales amenazas no resultaban de ayuda cuando se requiere la máxima cooperación de los talibanes para las labores de evacuación. En la práctica, todos los líderes talibanes ya están sujetos a las sanciones.

Reino Unido, pese a los recortes al presupuesto para la ayuda humanitaria en el extranjero, está instando a otros Estados a duplicar la asistencia humanitaria en la región, pero ha dicho poco sobre cómo se debería administrar y hacer llegar esta ayuda.

La Unión Europea ha aumentado casi al cuádruple su presupuesto para la ayuda humanitaria, que pasó de 57 millones de euros a 200 millones de euros.

Demasiado pronto para sanciones

A los representantes de la UE no les entusiasman las sanciones y dicen que es demasiado pronto para discutir esta posibilidad y que todo depende de cómo se comporte el nuevo Gobierno.

Sin embargo, la UE ha señalado que la ayuda humanitaria estará sujeta a la manera en que el Gobierno talibán se ocupe del tráfico de drogas, del imperio de la ley, del trato a las mujeres, de la corrupción y de su compromiso con no permitir que Afganistán se transforme en una base terrorista. Los ministros de países miembros de la OTAN hablaron de condiciones similares la semana pasada.

La ayuda humanitaria dentro de Afganistán, a diferencia de la asistencia para el desarrollo, no sería delegada a los talibanes, pero en la práctica sí que exigiría su cooperación para permitir que la ayuda llegue a los más vulnerables, incluyendo a las mujeres.

Los préstamos del Fondo Monetario Internacional dependen de que el Gobierno sea reconocido. Es evidente que las necesidades a largo plazo son extremas. Afganistán ocupa el puesto 169 entre los 189 países y territorios incluidos en el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas.

Desplazados

Por otra parte, existe la necesidad de enviar ayuda a los afganos forzados a abandonar sus casas. Según la ONU, 50.000 personas se han visto obligadas a dejar sus hogares este año, sumándose a los 2,9 millones de personas registradas el año pasado, en su mayoría acogidas en Irán y Pakistán.

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que, sin contar a aquellos que emigran legalmente, entre 20.000 y 30.000 ciudadanos afganos, y entre 600 y 700 familias, emprenden su exilio cada semana, en su mayoría hacia el oeste, en dirección a Irán.

En apariencia, el intento de Occidente por aumentar su influencia no es diferente del que puso en práctica con el presidente Bashar al-Asad en Siria, donde la UE dio ayuda humanitaria pero se negó en reiteradas oportunidades a destinar fondos para la reconstrucción, a menos de que el país se comprometiera a llevar a cabo una reforma política.

Hay una diferencia crucial. Occidente espera que Rusia y China se sumen para intentar convencer a los talibanes para que no gobiernen de manera despótica y teocrática, lo que acaba fomentando la intolerancia y el terrorismo. Puede que las sanciones no sean necesarias si las zanahorias se apilan del lado correcto.

Eso esperan algunos exministros de Reino Unido, como Rory Stewart, que tuiteó: “Las sanciones –a menos que sean diseñadas muy cuidadosamente– solo traerán dolor a las inocentes comunidades afganas y tendrán un impacto mínimo para los talibanes. Si imponemos sanciones generales y detenemos la ayuda en Afganistán ahora, profundizaremos la catástrofe humanitaria y haremos que aumente la cantidad de refugiados”.

Espejismo de moderación

Los diplomáticos de Occidente se muestran sorprendentemente confiados en que los talibanes responderán a la presión ejercida, a pesar de que la moderación talibana durante la última década haya resultado ser un espejismo. Ciertamente, no es así como Al-Qaeda ve las consecuencias de la retirada estadounidense ni a los combatientes que forzaron la caída del Gobierno. Vencer a Estados Unidos en el campo de batalla para después perder contra ellos en el intercambio de bienes difícilmente sea la victoria que habían planeado.

El lunes pasado, el jefe del comité conjunto de inteligencia de Reino Unido, Simon Grass, habló por teléfono con el exministro de finanzas afgano, Omar Zakhilwal, para comprender la magnitud de las necesidades de los talibanes y cómo podría abordarse la cuestión de la ayuda humanitaria proveniente de Occidente.

Zakhilwal dijo que los talibanes, que aún no han formado un Gobierno, están bajo una enorme presión económica debido a las demandas humanitarias presentes por todo Afganistán. El país, que se apoyó fuertemente en la ayuda estadounidense durante más de una década, no puede sacarse la ayuda externa de encima de un día para otro.

El exdirector del banco central de Afganistán, Ajmal Ahmady, señala que las reservas eran de 9.000 millones de dólares, pero que, de esa cifra, 7.000 millones permanecen retenidos por el Banco de la Reserva Federal en Nueva York. Ahmady dice que el Gobierno dependía del envío de dólares físicos, pero que éste había sido cancelado por el Gobierno de Biden a medida que se avecinaba el colapso en Kabul. Asimismo, sugiere que los talibanes solo tienen acceso al 0,1% de sus propias reservas.

Pero el alcance de la influencia de Occidente también dependerá de la capacidad de los talibanes para asegurar otras fuentes de apoyo, incluyendo a China, Rusia e Irán. Teherán, por ejemplo, retomó el lunes pasado todas las importaciones de petróleo a Afganistán.

La financiación de los talibanes ha sido objeto de una gran cantidad investigaciones y de una especulación aun mayor. En un artículo para Lawfare, Jessica Davis, exanalista del servicio de inteligencia canadiense, señala: “Los talibanes cobran impuestos y extorsionan a prácticamente toda la actividad económica dentro de su área de dominio. Esto incluye los ingresos aduaneros, el impuesto a la tenencia de vehículos y a los recursos naturales y agropecuarios”.

Davis dice que el comercio de opio genera alrededor de 400 millones de dólares, por lo que resulta una lucrativa fuente de financiación.

Pero, mientras que puede que todo esto haya sido suficiente para financiar una insurgencia, no alcanza para sostener a un Gobierno endeudado, un sistema sanitario tocado, servicios educativos y campamentos de refugiados.

Hameed Hakimi, del programa Chatham House Asia, advierte: “Para que Afganistán supere estas crisis y el ostensible fracaso del Estado, el Gobierno de los talibanes debe hallar la manera de trabajar junto a una comunidad internacional de donantes liderada por Estados Unidos. Mucho de esto depende de quién dirija el nuevo Gobierno y de cuánto del capital humano previo pueda salvarse”.

Traducción de Julián Cnochaert

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