ANÁLISIS

Tres escenarios que no se deben ignorar sobre un posible futuro sin Putin

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La invasión de Vladímir Putin de Ucrania para derrocar al Gobierno de Kiev con el argumento absurdo de que está dirigido por “neonazis” está provocando la peor guerra que ha visto Europa en una generación y cobrándose un precio terrible entre los civiles. Las fuerzas armadas rusas han cargado contra hospitales, contra edificios de viviendas, contra un centro comercial y contra un teatro que funcionaba como refugio. Un sufrimiento inmenso que se ha visto agravado por los asedios a ciudades como la de Mariúpol, que en gran parte ha quedado reducida a escombros.

La guerra también ha obligado a millones de personas a abandonar sus hogares. Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, más de 3,8 millones de ucranianos han huido de su país y otros 6,7 millones se han tenido que ir de sus casas aunque siguen en el país. Entre unos y otros forman el 20% de la población de Ucrania, y los niños representan casi la mitad de ese total.

La conmoción y la indignación ante estas y otras terribles consecuencias de la invasión de Putin son comprensibles y hasta necesarias. La animadversión que en Occidente se siente hacia Putin y el deseo de hacerle pagar un precio muy elevado son profundos, hasta el punto que hay quien cree que para que termine la guerra el líder ruso debe abandonar el poder.

En Estados Unidos algunos especialistas en política exterior recibieron con agrado las perspectivas de un cambio de régimen en Rusia, y otros llegaron a opinar que ese debía de ser el objetivo de la política estadounidense, antes de echarse atrás en cuanto aparecieron las críticas a esa postura. El senador republicano por Carolina del Sur Lindsey Graham, que no se caracteriza por su sutileza, dijo que la guerra en Ucrania no terminaría hasta que alguien en Rusia decida “eliminar a este tipo”. La única solución, añadió, era que los rusos “se sublevaran” y crearan una “primavera rusa”, en alusión a los levantamientos de 2011 en el mundo árabe. Carl Bildt, que en Suecia fue primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, dijo que la paz en Europa requería un cambio de régimen en Rusia.

La Administración Biden ha rechazado la idea del cambio de régimen pero sus apelaciones directas al pueblo ruso son un intento evidente de enfrentarlo contra su Gobierno. Cuando el presidente Biden se salió del guion durante la visita a Polonia por la cumbre de la OTAN del 24 de marzo y dijo que Putin “no puede seguir en el poder”, hubo muchas conjeturas sobre su política hacia Rusia. Su equipo tuvo luego que explicar que el derrocamiento de Putin no estaba entre los objetivos.

Las protestas en Rusia contra la guerra de Putin, las críticas de magnates famosos y de otros personajes célebres del país, y la evidencia creciente de que las sanciones económicas occidentales están haciendo mucho más difícil la vida cotidiana por el aumento de los precios y la escasez de productos de primera necesidad, pueden reforzar la creencia de que este es el momento de derrocar a Putin y, tal vez, de terminar también con su autoritario sistema político.

¿Qué pasaría si cae Putin?

Supongamos por un momento que cae Putin, ¿qué pasaría después?

Una posibilidad: Putin es sustituido por un nuevo líder autoritario que retrocede con la guerra en Ucrania para salvar del desastre a la economía de Rusia y, por fin, intenta restablecer las relaciones con Occidente. 

Pero lo más probable es que en el actual sistema político de Rusia todos los posibles sucesores de Putin compartan su animadversión general hacia la OTAN y hacia Occidente, así como la actitud de comportarse con Ucrania como si fuera su propiedad. Por temor a que una derrota pusiera en peligro su posición antes de haber podido consolidarla, es posible que el sucesor (sería un hombre, sin duda) continuase la guerra con tácticas diferentes. 

Un segundo resultado es que, cansados de la guerra y enfurecidos por el daño económico creado por las sanciones de Occidente, los rusos se subleven y derroquen a su Gobierno dejando finalmente libre el camino hacia la democracia. Pero una rebelión puede fracasar y quienes confían en este resultado deben preguntarse si es responsable alentar una gran revuelta cuando no están en condiciones de proteger a los manifestantes de la enorme maquinaria represiva de Putin.

Hay un tercer escenario plausible: disturbios en Rusia y un caos prolongado que incluso termine con una guerra civil entre los que tienen un gran interés en la supervivencia del actual orden político y los que se oponen a ese orden y quieren tirarlo al cubo de la basura de la historia. Eso implicaría agitación política, derramamiento de sangre y desorden en la única otra superpotencia nuclear del mundo, con una superficie que casi multiplica por dos la de Estados Unidos, que tiene frontera terrestre con otros 14 países, y cuyo territorio se extiende desde Europa hasta el océano Pacífico.

Las teorías de la estabilidad nuclear siempre han asumido que los países que se disuaden mutuamente permanecen estables. No disponemos de un marco conceptual para entender, y menos aún para experimentar, cómo sería vivir con un país con armas nucleares donde reine la anarquía.

¿Pueden los partidarios de un cambio de régimen estar seguros de que el desenlace en Rusia será ese en el que confían? Estados Unidos y sus aliados tienen un historial pésimo a la hora de predecir el resultado de los cambios de régimen precipitados por ellos en Afganistán, en Irak y en Libia. Un motivo más que válido para la cautela, sobre todo porque las consecuencias de equivocarse pueden ser desastrosas.

Rajan Menon es director del programa de gran estrategia de Defense Priorities, miembro investigador del Instituto Saltzman de Estudios sobre la Guerra y la Paz de la Universidad de Columbia, y profesor emérito Anne and Bernard Spitzer de la Escuela Colin Powell del City College de Nueva York.

Traducción de Francisco de Zárate

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