Tulsa 1921: un mitin de Trump refresca la memoria sobre la peor masacre racista de la historia de EEUU
La decisión de Donald Trump de celebrar un acto de campaña en un estadio deportivo en Tulsa, Oklahoma, ha hecho aflorar la memoria sobre el que está considerado como el incidente más grave de violencia racista contra la población afroamericana desde la guerra civil norteamericana, en el que murieron alrededor de 300 personas. La visita de Trump ha servido para volver a impulsar un movimiento que reclama que se haga justicia y que se establezcan compensaciones económicas para los descendientes de las víctimas, residentes de una próspera zona de la ciudad conocida como el 'Black Wall Street' (Wall Street Negro).
Los hechos tuvieron lugar a tan solo unas diez calles del lugar elegido por el presidente de Estados Unidos para dirigirse a sus seguidores este sábado. El mitin de Trump alimenta el riesgo de agravar las tensiones raciales en un contexto en el que la gran mayoría de manifestaciones que se han celebrado para protestar por la muerte de George Floyd mientras estaba bajo custodia policial han sido pacíficas.
“La visita está movilizando a la comunidad”, señala Damario Solomon-Simmons, un abogado defensor de los derechos civiles que representa al último superviviente conocido de la masacre que vive en Tulsa. “Todos estamos muy preocupados por la visita de Trump ya que genera violencia y hostilidad entre sus partidarios, pero por otro lado ha permitido que la masacre vuelva a estar en el punto de mira”.
La masacre de Tulsa tuvo lugar durante las horas que transcurrieron entre la noche del 31 de mayo y el 1 de junio de 1921. El detonante del ataque fue un llamamiento a linchar a un hombre negro al que, sin pruebas sólidas, se acusó de haber agredido sexualmente a una mujer blanca.
Si se analizan los hechos desde un contexto mucho más amplio, en los años 20 del siglo pasado, el barrio de Greenwood se había convertido en una de las comunidades negras más dinámicas del país, y era la sede de muchos negocios prósperos, de ahí su apodo de 'Black Wall Street'. La ciudad estaba muy segregada, lo que provocó que los empresarios afroamericanos se vieran obligados a idear un sistema de mercado cerrado en el que los propios comerciantes negros, a menudo atendidos por proveedores negros, vendían a consumidores negros.
Pero las asignaciones de tierras en años posteriores a la Guerra Civil a miembros de la comunidad negra y a nativos americanos ayudaron a que la economía de los afroamericanos cogiera fuerza en Oklahoma, y especialmente en el distrito de Greenwood dando lugar al mito blanco de la mediocridad negra.
Estos éxitos tanto económicos como empresariales de los afroamericanos hicieron que aumentara el miedo y los celos de la comunidad blanca, por lo que los intereses corporativos y ferroviarios hicieron de las tierras de Greenwood un valor muy codiciado. El Ku Klux Klan también se hizo presente y los medios avivaron las llamas de esta discordia racial.
En la noche del 31 de mayo, con la complicidad e incluso la ayuda de las autoridades y los policías locales, una multitud formada por blancos se congregó en Greenwood y desató la violencia contra sus residentes afroamericanos. Se incendiaron casas desde el suelo y desde el aire, con aviones privados que lanzaban artefactos explosivos. Cuando tras horas de violencia volvió la calma, 35 manzanas del distrito habían sido arrasadas. Es posible que nunca se conozca el número exacto de personas negras que murieron –la búsqueda de posibles fosas comunes se ha retrasado debido a la pandemia– pero se cree que fueron al menos 300.
Peticiones de reparación
A medida que se acerca la visita de Trump, también se intensifica un movimiento que pide a la ciudad de Tulsa y al estado de Oklahoma que indemnicen a los supervivientes de la masacre y a sus descendientes. También exigen una compensación para la comunidad de Greenwood, lugar donde sucedió la matanza, y para sus actuales instituciones, incluyendo escuelas, negocios e iglesias.
Por otra parte, se están considerando una serie de medidas legislativas y de propuestas legales, entre ellas una iniciativa para que el Congreso establezca que las peticiones de indemnización no prescriban. “En este momento se están sopesando todas las opciones, legales y de cualquier otro tipo”, señala Solomon-Simmons.
Human Rights Watch también ha contribuido a volver a poner esta cuestión en el foco de la actualidad ya que la organización activista está apoyando la campaña con su gran capacidad de influencia. La organización ha publicado un informe en el que subraya que este acto de reparación es una cuestión de derechos humanos internacionales.
Quienes defienden la necesidad de un acto de reparación explican que el linchamiento masivo de 1921 fue sólo el comienzo de una trágica historia de socavamiento consciente de la comunidad negra. Durante el siglo pasado, los esfuerzos para reconstruir Greenwood para que volviera a ser un área prospera para los negocios de la comunidad afroamericana se han visto frustrados repetidamente por una combinación de leyes de zonificación, restricciones de construcción y diferentes actuaciones de tipo urbanístico; medidas que los lugareños consideran una campaña de “eliminación de los negros”.
La construcción de varias carreteras hizo que el barrio se fragmentara y dio lugar a zonas inconexas y poco funcionales. Como resultado de todo ello, la ciudad de Tulsa lidia en este momento con el problema de una gran brecha racial. El informe de Human Rights Watch estima que la tasa de pobreza de los habitantes negros es casi tres veces mayor que la de los blancos y la tasa de desempleo es más del doble. Por otra parte, la esperanza de vida de los negros es de 11 años menos que la de los blancos; los ciudadanos negros viven en promedio unos 70 años y los lugareños blancos, 81.
Una “masacre continua”
Los partidarios del movimiento creen que esas profundas disparidades son fundamentales para justificar las reparaciones. Solomon-Simmons califica las secuelas de la violencia de 1921 como una “masacre continua”.
En este sentido, explica que cree “que la gente está empezando a entender que Tulsa como ciudad y Estados Unidos como país no pueden seguir avanzando hasta que podamos analizar con honestidad no sólo la masacre de 1921, sino también cómo han ido las cosas en los últimos 100 años”. La opresión no terminó en 1921, continuó durante los casi cien años que han pasado desde entonces“.
Lessie Benningfield Randle, cliente de Solomon-Simmons, es una de los dos únicos supervivientes conocidos de la masacre y la única que sigue en Tulsa. Tenía cinco o seis años cuando se produjo el linchamiento masivo, y recuerda haber oído los disparos y también cómo unos hombres blancos llegaron a casa de su abuela y le prendieron fuego. Tuvo que irse de la ciudad y se refugió en las afueras. Recuerda que mientras salía del centro de Tulsa se iba encontrando cadáveres en la calle.
Según explica su abogado, la mujer reclama una pensión en concepto de indemnización por lo sucedido; de hecho, no la pide para ella, que ahora tiene 105 años, sino para sus descendientes. “Ya no pudieron volver a levantarse, nunca pudieron recuperarse de aquello”, lamenta Solomon-Simmons.
Nadie ha rendido cuentas por la masacre de 1921. Una comisión creada en 2001 para investigar la masacre recomendó que los supervivientes y sus descendientes fueran indemnizados, pero la ciudad ignoró esta recomendación.
Dos años después, un equipo de destacados abogados de derechos civiles demandó al ayuntamiento, al departamento de policía y al estado, exigiendo una restitución. Pero la demanda fue desestimada en los tribunales y el Tribunal Supremo de Estados Unidos no quiso pronunciarse sobre esta cuestión.
Los activistas que exigen una indemnización para las víctimas y que cuentan con el apoyo de Human Rights Watch quieren que además se invierta en servicios de salud, educación y desarrollo económico en las comunidades negras del norte de Tulsa, un área muy degradada. También reclaman que se levante un monumento que conmemore la masacre con motivo de su centenario el año que viene.
Traducido por Emma Reverter
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