El 24 de febrero, poco antes de que amaneciera en Moscú, Vladímir Putin pronunció el último de una serie de discursos televisados. En sus apariciones anteriores, las diatribas sobre Ucrania habían sido cada vez más ominosas. Finalmente llegó la culminación: la declaración de lo que el presidente ruso llamó eufemísticamente una “operación militar especial”.
Minutos después, se lanzaron misiles en dirección a Kiev, Járkov y muchas otras ciudades ucranianas. Para los ucranianos que se despertaron con el sonido del impacto de los misiles, y más tarde para millones de personas en todo el mundo que amanecieron con la noticia de la decisión tomada por Putin, la primera reacción fue de conmoción.
Incluso aquellos ucranianos en el Gobierno que habían pasado las últimas semanas ensayando qué hacer en caso de un ataque ruso se quedaron atónitos cuando la invasión se hizo realidad.
“Tuve 10 minutos de pánico en los que corrí por toda la casa y no tenía ni idea de qué hacer. Después me recompuse y me puse a trabajar”, dice Natalia Balasynovych, alcaldesa de Vasilkov, una ciudad a las afueras de Kiev que alberga una base aérea que fue atacada en las primeras horas de la guerra.
En poco tiempo, se improvisaron puestos de control por todo el país y voluntarios acudieron en masa para alistarse en las unidades de defensa territorial, e incluso algunos jubilados se pusieron a trabajar en la fabricación de cócteles molotov. Al mismo tiempo, millones de personas, la mayoría mujeres y niños, huyeron al oeste de Ucrania o cruzaron las fronteras hacia los países vecinos.
Durante los primeros días de la guerra existía la sensación de que había ocurrido algo terrible y crucial, algo que cambiaría los contornos de los asuntos mundiales de forma irreversible, pero también confusión sobre qué sucedería exactamente y qué significaría para el futuro de Ucrania, Rusia, Europa y el mundo.
Ahora que la invasión de Putin cumplió un mes el jueves, algunas de esas preguntas han sido respondidas, pero muchas aún penden de un hilo.
En la comunidad internacional se debate cuán firme debe ser la conducta que se debe seguir con Rusia, y dónde está la línea divisoria entre la obligación moral de apoyar a Ucrania y la posibilidad de que provocar a Moscú resulte en una escalada aún mayor, ya que, por primera vez desde principios de la década de los 80, Putin ha planteado la posibilidad de utilizar armas nucleares.
Se cree que el plan inicial de Rusia era que su operación fuese una especie de versión ligeramente más sangrienta de la anexión de Crimea de 2014, con los focos de resistencia derrotados y, acto seguido, un régimen títere ruso tomando el control. En muy poco tiempo quedó demostrado que el plan, que solo podía basarse en información sorprendentemente errónea respecto a los ánimos en Ucrania y al estado de su ejército, no tenía futuro.
El rápido avance sobre Kiev flaqueó y se convirtió en la triste lucha en los suburbios del oeste. Los intentos de tomar Járkov y otras ciudades del este fueron repelidos y resultaron en considerables pérdidas para Rusia.
Incluso en las pocas ciudades en las que los rusos han tomado el control sin derramamiento de sangre, en el sur del país, sus fuerzas se enfrentan a multitudes furiosas y han tenido poco éxito a la hora de cooptar a los políticos locales.
“Durante años se han mentido a sí mismos diciendo que la gente en Ucrania supuestamente estaba esperando que Rusia llegara”, dijo el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, en uno de sus frecuentes discursos en vídeo. “No encontraron colaboradores que entregaran la ciudad y el poder a los invasores”.
Fase más sombría
La falta de éxito ha llevado a una fase más sombría de la guerra. Rápidamente quedó en evidencia cuán ingenua era la idea de que las tácticas que Rusia puso en marcha en Siria serían moral y políticamente inaceptables para los dirigentes rusos, dados los lazos familiares entre millones de rusos y ucranianos. Rusia se mostró dispuesta a someter a Mariúpol, Járkov y otras ciudades de habla rusa a despiadados bombardeos aéreos y de artillería.
Para Ucrania, en medio del dolor y del derramamiento de sangre, existe la sensación de que está naciendo un nuevo sentido de identidad nacional, incluso cuando la amenaza de la erradicación del Estado por parte de los militares rusos está lejos de desaparecer.
Un país en el que muchas ideas diferentes sobre lo que significa ser ucraniano han convivido en una coexistencia por momentos incómoda ha hallado ahora una idea común en torno a la cual unirse.
“Supongo que esperaban que no fuera así, que la gente de a pie saliera sin armas para detener a los tanques y decirles que se vayan”, dice Gennady Trukhanov, el alcalde rusoparlante de Odesa, que alguna vez fue considerado un títere de Rusia. Añade que solo “un bastardo, un idiota o una basura” lanzaría bombas sobre Odesa.
Las horrorosas historias que están saliendo a la luz, contadas por los residentes de Mariúpol que han podido escapar en los últimos días, hacen que las alegaciones de Putin de hace un mes, sobre que su ataque estaba destinado a defender a los rusoparlantes del “genocidio” de Kiev, parezcan aún más perversas de lo que sonaron en su momento.
En 2014, Mariúpol estaba dividida entre facciones prorrusas y proucranianas, y fue testigo de violentos enfrentamientos callejeros, pero desde entonces había sido renovada y puesta a punto por las autoridades ucranianas. El terror del que han sido rehenes sus residentes durante las últimas semanas es una tragedia que probablemente sea recordada durante décadas.
Las opciones del Kremlin
Para la estancada y sangrienta campaña militar rusa, no parece haber ninguna posibilidad inminente de una retirada digna ni de un acuerdo de paz que pueda venderse como una victoria, pero tampoco hay una ruta clara hacia la victoria militar, excepto quizá mediante una intensificación de los bombardeos aéreos para destruir Ucrania en lugar de someterla.
Si esto resultaría aceptable para la élite que rodea a Putin es una cuestión clave, que tiene a los kremlinólogos tratando de entender el mundo cada vez más opaco del círculo íntimo de Putin.
Lo que está claro es que la decisión de Putin ha cambiado irremediablemente tanto a Rusia como a Ucrania. El presidente ruso construyó gran parte de su atractivo político sobre la base de proporcionar estabilidad y progreso económico, e incluso hasta hace poco disfrutaba en comparar su Gobierno con el de los turbulentos años noventa. Ahora, en cuestión de semanas, ha conseguido recrear esa inestabilidad, mientras disminuyen los vuelos, las marcas occidentales se marchan y el rublo se hunde.
A diferencia de lo ocurrido en 2014, cuando parte de la opinión pública internacional se mostró receptiva a los argumentos de Rusia sobre la anexión de Crimea, esta vez las acciones rusas han sido tan atroces que el Kremlin cuenta con pocos defensores a nivel internacional. Los representantes gubernamentales rusos se han visto sorprendidos por la fuerza y el alcance de la respuesta occidental, así como por la rapidez con la que se ha oscurecido el clima político en su país.
Es difícil saber si la guerra de Ucrania marca el principio del fin de Putin y su sistema, o simplemente el comienzo de un largo periodo mucho más oscuro que el anterior.
Los amantes de las sombras
Algunos miembros de la élite rusa —como la directora de Russia Today, Margarita Simonián, o la portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, María Zajárova— se regocijan en el nuevo y oscurecido clima. Zajárova, que apenas una semana antes de la guerra se mofaba de los periodistas occidentales por informar de las declaraciones de Estados Unidos sobre la posibilidad de una invasión rusa, la ha recibido con los brazos abiertos. En el mitin de Putin en el estadio Luzhniki de Moscú hace unos días dijo entre banderas rusas al viento que Rusia estaba “luchando contra el mal”.
Otros miembros de la élite están horrorizados por la guerra de Putin. La decisión parece haberles cogido a todos por sorpresa, excepto a unos pocos confidentes cercanos. Pero este malestar permanece silenciado por el momento, mientras la represión en el país va en aumento y un belicismo público cada vez más siniestro llena el aire.
También para el presidente de Ucrania, el último mes ha supuesto una transformación en su comportamiento y reputación. Zelenski, en vísperas de la guerra, a menudo parecía un hombre que se esforzaba por jugar la horrible mano que le había tocado. Hablaba con frases confusas e incoherentes, simultáneamente magnificando y subestimando la amenaza rusa, claramente alarmado por las advertencias de Washington y Londres, pero deseoso de salvar la economía ucraniana en caso de que Putin no invadiera.
Ahora, mientras Putin se refugia en su búnker, Zelenski habla con presidentes, primeros ministros y el Papa, se dirige a los parlamentos de todo el mundo y publica una serie de enérgicos y apasionados discursos en vídeo para su pueblo.
A pesar de los intentos poco inspirados de los blogueros rusos, que afirman que Zelenski hace tiempo que huyó de Ucrania y que todos los vídeos son falsos, está claro que el presidente y su círculo más cercano han permanecido en la capital, ignorando las ofertas occidentales de evacuación y las sugerencias de trasladar la sede del Gobierno a Leópolis, en el oeste, incluso cuando había informaciones creíbles de inteligencia sobre escuadrones de asalto enviados para asesinarlo.
En el proceso, Zelenski se ha ganado el apoyo de muchos ucranianos, incluso de aquellos que solían ser sus oponentes políticos. “Pueblo libre de una nación libre”, comenzó uno de los últimos discursos, lanzado el martes. “Cada día de esta guerra deja más en claro lo que su ‘desnazificación’ es”.
Con la mirada exhausta pero mucha pasión en su voz, Zelenski enumeró las últimas víctimas civiles de los ataques rusos y los últimos ucranianos a los que se les habían concedido medallas al valor.
“Ha sido un día de acontecimientos difíciles... pero ha sido un día más que nos acerca a la victoria y a la paz para nuestro Estado”, dijo Zelenski al finalizar su discurso.
Ucrania ha sufrido terribles pérdidas a lo largo del último mes, pero pocos esperaban que en cuatro semanas la campaña de Rusia contra su vecino le asegurara tan pocos resultados a Putin. Hasta el punto de que en las últimas horas parece haber rebajado sus expectativas.
Todavía queda un largo camino por recorrer hasta llegar a cualquier resultado que pueda considerarse una victoria para Ucrania, pero cada día que pasa son más los ucranianos que creen en Zelenski y en que algún tipo de victoria es posible.
Traducción de Julián Cnochaert.
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