El rechazo que muchos británicos sienten actualmente por la UE nace del impulso correcto, pero dispara la respuesta equivocada. Sin duda, Bruselas menosprecia la democracia y se regocija de no rendirle cuentas a nadie. Las concesiones vacías obtenidas por David Cameron no tienen ninguna relevancia para resolver ese problema. Sin embargo, al mismo tiempo, votar por la salida del Reino Unido o “Brexit” en el próximo referéndum, tampoco es la solución.
En su primera encarnación, la Comunidad Europea fue un proyecto magnífico. La construcción de esta Comunidad permitió la revitalización de las culturas nacionales bajo el espíritu del cosmopolitismo europeo, la desaparición de las fronteras, la implementación de instituciones en común y la prosperidad en conjunto. A pesar de los diferentes idiomas y de la diversidad de culturas, Europa empezaba a caminar hacia el mismo lado, en paz y con una ostensible armonía. Pero, lamentablemente, la serpiente estaba incubando su huevo en los cimientos de la unión que empezaba a surgir.
Los Estados normales, como el Reino Unido, evolucionaron a través de los siglos creando mecanismos políticos para contener los conflictos sociales y económicos entre las clases y los grupos antagónicos (por ejemplo, la monarquía, la aristocracia, más tarde los comerciantes, las organizaciones laborales). La UE y la burocracia de Bruselas no se desarrollaron de la misma manera.
La UE empezó como un conglomerado de industrias pesadas (carbón y acero, luego automotrices, y más tarde, cooptando a los agricultores, las industrias tecnológicas y otras). Como en todos los conglomerados, la idea era manipular los precios y redistribuir las ganancias resultantes a través de una burocracia con sede en Bruselas especialmente diseñada para ese fin.
Ese conglomerado europeo y los burócratas que lo administraban le tenían pánico al demos y aborrecían la idea de un gobierno hecho por el pueblo, como lo tienen los administradores del cartel petrolero de la OPEP o, a decir verdad, como cualquier corporación. De forma metódica y paciente, se instauró un proceso de despolitización de la toma de decisiones, cuyo objetivo era erradicar de forma implacable el “demos” de “democracia”, por lo menos en lo que respecta a la UE, y revestir a la formulación de políticas de un fatalismo pseudo-tecnocrático generalizado. La recompensa para los políticos nacionales fue más que generosa a cambio de consentir que la Comisión Europea, el Consejo de Europa, el Ecofin (ministros de finanzas de la UE), el Eurogrupo (ministros de finanzas de la Eurozona) y el Banco Central Europeo (BCE) se convirtieran en zonas libres de política y de democracia. A todo el que se opusiera a este proceso se le acusaba de “antieuropeo” y se le trataba como una disonancia que arruina la armonía.
En muchos sentidos, esa es la causa principal detrás del rechazo que instintivamente siente gran parte del Reino Unido hacia la UE. Tienen toda la razón: el precio por despolitizar las decisiones políticas no fue solamente la derrota de la democracia en la UE, sino también que se impusieran políticas económicas muy malas en toda Europa.
En la Eurozona, para mantener las incumplibles reglas fiscales, las “tecnocracias” de Bruselas y Frankfurt se aseguraron de que las economías que compartían el euro se fueran cayendo, de forma gradual, por el precipicio de la austeridad competitiva. Esto trajo como consecuencia recesión para los países más débiles y baja de inversiones para los centrales. Caunto más fallaban sus políticas, más autoritarios se volvían las tecnocracias y más irracionales las políticas que imponían.
Mientras tanto, Estados miembros como el Reino Unido que había tenido el buen tino de quedarse al margen de la Eurozona se vieron de todos modos afectados por la espiral hacia la deflación generalizada en Europa y están ahora distanciados, buscando inspiración y asociaciones con el otro lado del Atlántico, o con China, donde sólo encontrarán desilusión y grandes pérdidas de soberanía, como lo confirma cualquier lectura que se haga a los documentos de los tratados TTIP y TISA.
En la actualidad, desde todas partes de Europa, desde Helsinki a Lisboa, desde Dublín a Creta, desde Leipzig a Aberdeen, los europeos se sienten defraudados por las instituciones de la UE. A muchas personas les atrae la idea de romper con la UE, pero por desgracia se encuentran atrapados en el mercado único. Aquellos que hacen campaña a favor del “Brexit” prometen a los votantes que pueden mantener su soberanía y, además, tener acceso al mercado único europeo. No son sino falsas promesas.
Un verdadero mercado único, un campo de desarrollo nivelado, requiere solo un marco legal, industrias idénticas, estándares de protección ambiental y laboral, y tribunales que hagan valer esos estándares con la misma determinación en toda la jurisdicción. Pero, a su vez, esto requiere que haya un parlamento en común que redacte las leyes a implementar en ese mercado único, además de una rama ejecutiva que haga cumplir las decisiones de los tribunales.
Un pueblo como es el del Reino Unido, donde más allá de la ideología política, la idea de un parlamento soberano nacional es muy valorada, ni puede imaginar cómo sería la creación de una institución así. Tienen razón si prefieren sacrificar, por una causa más noble, la facilidad con la que se pueden comprar una segunda casa en Normandía o establecerse en una isla griega.
Sin embargo, ¿cuál es la alternativa? Si tanto retraerse en el caparazón de la nación como rendirse a la zona de desintegración libre de democracia conocida como UE son malas opciones, ¿hay una tercera alternativa?
La respuesta es que sí, la hay. Es la alternativa a la que la “Europa” oficial, y otras élites, se resisten con cada fibra de su mente autoritaria: un vendaval de democracia, orquestada por ciudadanos europeos que busquen recuperar el control de sus vidas de manos de los tecnócratas que no rinden cuentas, de políticos cómplices y de oscuras instituciones.
El 9 de febrero próximo, algunos de nosotros, convencidos de lo expuesto anteriormente, nos reuniremos en Berlín para fundar un nuevo movimiento: DIEM 25 (Movimiento de Democracia en Europa 2025). Venimos de todas partes del continente, incluido el Reino Unido, y estamos unidos por diferentes culturas, idiomas, acentos, partidos políticos, ideologías, color de piel, identidad de género, religión y noción de lo que es una buena sociedad.
Lo que nos motiva es una idea simple y radical: democratizar la UE con plena conciencia de que, de otra manera, se desintegrará, lo que acarreará un costo terrible para todos. Nuestra prioridad inmediata es la total transparencia en la toma de decisiones (transmisión en vivo por Internet de las reuniones de los consejos europeos, del Ecofin y del Eurogrupo; libre acceso a las negociaciones financieras, actas de las reuniones del BCE, entre otros), y la reorganización con carácter urgente de las instituciones de la UE existentes con el objetivo de alcanzar políticas que lidien con las crisis de las deudas, el sistema bancario, la inversión deficiente, el incremento de la pobreza y la migración.
Nuestro objetivo a mediano plazo es convocar a una asamblea constitucional, donde los europeos deliberarán la forma de llevar a cabo una democracia completamente europea, que ofrezca un parlamento soberano que respete la autodeterminación nacional y que comparta el poder con parlamentos nacionales, asambleas regionales y concejos municipales.
¿Es una utopía? Claro que lo es. Sin embargo, no es más utopía que la noción de que la actual UE pueda sobrevivir su arrogancia antidemocrática y su flagrante incompetencia, alimentada por no tener que rendirle cuentas a nadie. Ni tampoco es más utópica que la idea de que la democracia puede revivirse en el seno de una nación-estado, asfixiada por los mercados “únicos” transnacionales y los oscuros tratados de libre comercio.
Está claro que este movimiento nos parece utópico incluso a nosotros. No obstante, la única alternativa es la terrible distopía que se desarrollaría frente a nuestros ojos con la desintegración de la UE; David Cameron celebra la potencial exclusión de los beneficios de la seguridad social de algunos habitantes de Europa del este; la ambición se renacionaliza; surge la xenofobia; se construyen alambradas nuevos y más altos, provocando inseguridad en nombre de la seguridad.