El último pueblo reabierto de Fukushima da la bienvenida a sus primeros tres vecinos

Justin McCurry

Futaba (Japón) —
19 de febrero de 2022 22:43 h

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A finales del mes pasado, Yoichi Yatsuda durmió en su propia casa por primera vez en más de una década. Como residente de Futaba, un pueblo a la sombra de la central nuclear destrozada de Fukushima Daiichi, había una época en el que el simple hecho de pasar la noche en su casa familiar parecía un sueño imposible. Este hombre de 70 años fue una de las decenas de miles de personas que se vieron obligadas a huir y comenzar una vida en el limbo nuclear cuando la central sufrió una triple fusión en marzo de 2011.

Mientras Japón se tambaleaba tras el terremoto y el tsunami que mataron a más de 18.000 personas y desencadenaron la peor catástrofe nuclear del mundo desde Chernóbil, Yatsuda, su esposa Analisa y unos 160.000 vecinos más de la prefectura de Fukushima empacaron algunas pertenencias y se fueron, pensando que volverían en unas semanas.

“Si me hubiesen dicho al principio que tendría que esperar tanto tiempo para volver a casa, me habría rendido enseguida”, dice Yatsuda, ciclista de keirin profesional ya retirado, que ha vivido en más de 10 lugares después del desastre.

Hoy la pareja está intentando reconstruir su vida en Futaba, la última de las decenas de ciudades y pueblos que han dejado de ser zonas prohibidas después de que los niveles de radiación se consideraran lo suficientemente bajos como para que la gente pudiese regresar.

Han hecho visitas periódicas para reparar y reformar su casa, que había sido invadida por jabalíes y, a modo de ensayo, desde finales de enero tienen permitido pasar la noche. Las autoridades locales esperan que más personas les sigan cuando, a finales de este año, se elimine oficialmente la orden de evacuación que rige en algunas partes de la localidad.

Regresar a un pueblo vacío

La vuelta a casa de Yatsuda ha sido agridulce. Antes de la catástrofe, en Futaba vivían unas 7.000 personas. Apenas 15 residentes solicitaron participar en el ensayo y hasta la fecha solo tres, incluidos Yasuda y su esposa, han vuelto de forma permanente.

Muchos de sus antiguos vecinos han encontrado trabajo y han comenzado una vida nueva en otras partes de la región y en todo Japón. En una encuesta elaborada por la agencia de reconstrucción, solo el 10% de los antiguos residentes de Futaba dice que le gustaría volver, mientras que el 60% asegura no tener planes de regresar.

Los que tienen hijos pequeños son los más reacios a contemplar la posibilidad de volver a un pueblo que no tiene escuelas, tiendas, restaurantes, hospitales ni servicios públicos. Las viviendas que sobrevivieron al tsunami –que se cobró la vida de 50 personas en Futaba– han sido demolidas, lo que dejó a la localidad llena de parcelas vacías.

El único vecino de Yatsuda es Yasushi Hosozawa, que vive a poca distancia en coche, en una diminuta habitación sobre una plaza de aparcamiento y un cobertizo lleno de sus queridas cañas de pescar.

“Nací aquí y siempre sentí que, si alguna vez se me daba la oportunidad de volver, la aprovecharía”, dice Hosozawa, cuya esposa e hijo regentan un restaurante en otro pueblo de Fukushima más al interior. “Me encanta pescar y tengo mi propio barco amarrado aquí... eso fue un factor importante para decidirme a volver”.

Este hombre de 78 años, antes fontanero y propietario de una cafetería, regresó a finales del mes pasado y se encontró con que su suministro de agua aún no había sido restablecido, por lo que tenía que conducir hasta la estación de tren para usar el baño. “Antes había mucha gente aquí”, dice señalando los parches de hierba donde antes estaban las casas de sus vecinos. “Pero mira ahora... es un páramo”.

“Muy poca gente quiere volver”

Al igual que muchos ciudadanos de Fukushima, Yatsuda no tiene casi nada positivo que decir sobre Tokyo Electric Power (Tepco), la empresa que opera la planta nuclear, donde se espera que los trabajos de desmantelamiento duren décadas. “Creí a Tepco cuando dijeron que algo como el desastre de 2011 nunca podría ocurrir”, dice. “Todo es cuestión de confianza. Cuando volví a Fukushima hace 40 años, me aseguraron que era un lugar seguro para vivir”.

Nadie espera que la vida en Futaba vuelva a la normalidad anterior al desastre, pero las autoridades locales creen que más personas se reasentarán. El pueblo se ha fijado el objetivo de atraer a unas 2.000 personas, incluidos los nuevos residentes, a lo largo de los próximos cinco años. En octubre, se inaugurarán nuevas viviendas públicas para 25 familias.

“Muy poca gente quiere volver, así que, ¿se puede decir realmente que el pueblo se ha recuperado?”, dice Yatsuda, que plantará flores en su jardín esta primavera y espera poder reabrir el gimnasio detrás de su casa, donde entrenaba a los aspirantes a ciclistas de keirin antes del desastre.

“El problema es que la gente no puede ver los signos físicos de la recuperación con sus propios ojos. A menos que las autoridades hagan más para crear puestos de trabajo y atraer a nuevos residentes, no creo que las cosas mejoren mucho en los próximos 10 años”, dice.

El estrés de la vida como evacuado ha hecho mella en su salud mental y física, pero no se arrepiente de haber regresado a un pueblo que, dejando de lado a sus tres residentes actuales, sigue pareciendo un pueblo fantasma nuclear. “Esta es nuestra casa. Aquí es donde jugábamos con nuestros hijos cuando eran pequeños”.

Aunque a la pareja no le preocupa la radiación, han aceptado que, por el momento, deben salir del pueblo para pasar tiempo con sus ocho nietos. “Solíamos disfrutar viendo a amigos y jugando con nuestros nietos aquí”, dice Analisa. “Sería maravilloso que familias más jóvenes vinieran… Estoy desesperada por volver a ver y oír niños jugando”.

Traducción de Julián Cnochaert.