La cordura vuelve a ganar.
La victoria de Raphael Warnock contra Herschel Walker en la segunda vuelta de las elecciones al Senado en Georgia cierra una temporada electoral en la que los ciudadanos corrientes, sensatos y amantes de los hechos parecen haber recuperado su voz en lo que da esperanzas de una recuperación de la democracia estadounidense tras largos años en los que parecía al borde de la muerte.
En sentido simplemente matemático, la victoria otorga a los demócratas 51 de los 100 escaños que tiene el Senado, frente a los 49 en poder de los republicanos. Esta mayoría acelerará el proceso de confirmación de los candidatos que proponga Joe Biden para puestos judiciales y administrativos y privará al senador por Virginia Occidental Joe Manchin, demócrata y conservador, de parte del poder que ha gozado hasta ahora como voto decisivo.
Pero desde un punto de vista más filosófico también sirve para revisar la idea de que el 8 de noviembre de 2016 todo Estados Unidos se volvió repentinamente loco dando la victoria a Donald Trump en lugar de a Hillary Clinton. Mirando hacia atrás, es importante recordar que Trump recibió casi tres millones menos de votos que Hillary Clinton y que el republicano se benefició de un cóctel de circunstancias único, entre cuyos componentes había una arraigada misoginia y el hecho de haber librado su campaña contra la candidata que mejor encarnaba la idea del establishment.
El ataúd de Trump
Desde entonces, en una elección tras otra se ha demostrado que la marca Trump no es la que quiere la mayoría de los estadounidenses. En las presidenciales de 2020 Trump mejoró su número de votos, es cierto, pero aun así obtuvo siete millones menos que Joe Biden. En las elecciones de mitad de mandato de noviembre, la derrota de los candidatos que negaban la victoria electoral de Biden y contaban con el respaldo del expresidente ha hecho comprender incluso a algunos republicanos que Trump, el hombre que desprecia a los “perdedores”, es el mayor perdedor de todos.
En un universo político normal, la derrota de Walker este martes sería el último clavo en el ataúd político de Trump. El ex astro del fútbol americano era el candidato trumpiano por excelencia: venía de fuera de la política y se había hecho famoso por algo totalmente ajeno, alardeaba de perspicacia empresarial, había protagonizado escándalos por comportamientos abusivos con mujeres y su discurso hipócrita con el aborto; además de hacer declaraciones extrañas y disparatadas sobre temas aleatorios.
“Desde la última vez que estuve aquí, el señor Walker ha hablado de temas de gran importancia para la gente de Georgia, como si es mejor ser hombre lobo o vampiro. Es un debate que debo confesar que yo mismo tuve una vez, cuando tenía siete años; luego crecí”, dijo Barack Obama cuando visitó Georgia (Biden y Trump se mantuvieron alejados).
La calidad de los candidatos
En la era Trump la noción de que “nada importa” se ha convertido en un lugar común pero el resultado de este martes sugiere que, al fin y al cabo, algunas cosas sí importan. En especial, la calidad de los candidatos.
Aunque los republicanos ganaron todas las otras papeletas que se votaban en el estado en las elecciones de este noviembre, Georgia es el estado donde Biden ganó a Trump en 2020 y donde el Partido Demócrata se llevó los dos escaños del Senado en 2021 gracias a Warnock y a Jon Ossoff (contando las primarias, Warnock lleva seis elecciones ganadas en solo dos años).
La calidad del candidato es algo que define a los dos: no es solo que Walker perdiera las elecciones, es que Warnock las ganó trabajando y recaudando más que su rival, hablando de su trabajo en temas como la mortalidad en el parto, destacando su contribución a la agenda legislativa de Biden en el Senado, y sabiendo ver cuándo era mejor ignorar a Walker y cuándo convenía atacarlo. “¿Cómo decirles a sus hijos que digan la verdad y voten a Herschel Walker, que no dice la verdad sobre aspectos básicos de su propia vida? Estoy en la iglesia y eso es todo lo que voy a decir al respecto”, dijo Warnock durante un mitin el domingo en una iglesia de Gainesville.
Con 53 años y como primer senador negro de Georgia, Warnock se ha asegurado un mandato de seis años y un lugar entre las estrellas emergentes del Partido Demócrata. Todos los candidatos necesitan una historia, y él la tiene. Su octogenaria madre usó las mismas “manos que una vez recogieron el algodón de otro” para “votar para que su hijo más joven fuera senador de los Estados Unidos”. “Solo en Estados Unidos es posible mi historia”, dice Warnock.
También es un hábil orador, una destreza que ha perfeccionado como ministro principal de la iglesia baptista Ebenezer de Atlanta, la misma donde predicaba Martin Luther King Jr. Se une a Pete Buttigieg y al reverendo William Barber, entre otros demócratas impulsados por la fe, en su crítica al dominio que la derecha cristiana ejerce sobre la agenda moral de Estados Unidos. “No soy un senador que solía ser pastor, soy un pastor que casualmente sirve en el Senado”, suele decir Warnock.
A pesar de todo, el resultado electoral de este jueves permite dos hurras por la democracia, como diría el escritor E.M. Forster, pero no tres. Se puede decir que Trump sigue siendo el favorito para la candidatura del Partido Republicano en las presidenciales de 2024. Los republicanos acaban de recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes y están preparando numerosas investigaciones partidistas. En tiempos más normales, habría sido impensable que un candidato como Walker pudiera acercarse a la segunda vuelta.
Es decir, que no hay lugar para la complacencia y que todo sigue en juego. Las próximas elecciones podrían significar el renacimiento o la muerte del trumpismo. Ningún estado será más relevante que Georgia para inclinar la balanza hacia el desaliento o hacia la esperanza.
Traducción de Francisco de Zárate.