A mediados del siglo pasado, los habitantes del pueblo de Al Walaja, cercano a Jerusalén, se consideraban muy afortunados.
Las colinas fértiles, preparadas para el cultivo de frutas y vegetales, llevaban a un valle donde una línea de ferrocarril de la época otomana conectaba Jerusalén con el puerto mediterráneo de Yafa. Al estar cerca de la estación, los agricultores de Al Walaja siempre encontraban compradores para sus lentejas, pimientos y pepinos.
Mohamed Salim, que calcula que está a punto de cumplir 80 años, ya que nació “en algún momento en los años 40”, recuerda los grandes campos que tenían las familias de Al Walaja. “No había nada más que eso por aquí”.
Hoy, el sitio donde vive Salim se ha convertido rápidamente en un enclave. En 2018, Al Walaja se ubica en una pequeña cúspide del territorio que ocupaba cuando Salim era pequeño. A lo largo de su vida, dos guerras han desplazado a todos los habitantes del pueblo y se han tragado la mayor parte del territorio. Más tarde, otra gran porción del territorio fue confiscada para crear asentamientos judíos. Y en las últimas dos décadas, un gran muro de cemento y alambre de espino ha dividido lo que queda de la comunidad, ya que Israel reclama aún más territorio.
Cada 15 de mayo, los palestinos conmemoran otro aniversario de la Nakba, o “catástrofe”, el éxodo que obligó a cientos de miles de personas a dejar sus hogares y huir en medio de las luchas que siguieron a la creación del Estado de Israel en 1948 tras el fin del Mandato Británico de Palestina. Para los habitantes de Al Walaja, la Nakba marcó el comienzo de una lucha de siete décadas por sobrevivir.
Salim y su prima, Umm Mohamed, recuerdan que era el atardecer cuando comenzaron los combates en 1948. Mientras los británicos se retiraban, se desató una guerra civil entre las fuerzas judías y la milicia árabe, y los Estados vecinos se unieron a la batalla. Los habitantes habían oído rumores de una masacre de cientos de árabes en Deir Yassin a manos de fuerzas paramilitares sionistas. Resueltos a no correr la misma suerte, en octubre huyeron en cuanto oyeron disparos.
“De pequeño, los proyectiles me parecían melones voladores”, cuenta Umm Mohamed. Su padre, recuerda, la sostenía con un brazo y a su hermano con el otro mientras corría hacía las vías del ferrocarril y subía la colina para esconderse al otro lado.
“Allí construimos casas de madera”, cuenta Umm Mohamed, que desde su balcón puede ver las casas del pueblo destruidas. “Pensamos que podríamos regresar cuando acabara la batalla”.
1949
Según la UNRWA, la agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, el 70% del territorio de Al Walaja se perdió cuando Israel y la Liga Árabe trazaron las fronteras del armisticio de 1949. La mayoría de los 1.600 habitantes originales de Al Walaja huyó a países vecinos. Unos 100 se quedaron, como Umm Mohamed.
1967
Tras la Guerra de los Seis Días en 1967, cuando el Estado de Israel incorporó el territorio de Cisjordania que antes controlaba Jordania, Al Walaja fue ocupado. Salim recuerda un mensaje que se filtró en el pueblo, supuestamente de un mando militar israelí. “Decía ‘permaneced atentos y no os resistáis’”.
Israel luego se anexionó Jerusalén Este, extendiendo el límite de la ciudad y en la práctica cortando el pueblo en dos. Se impusieron las leyes israelíes, que incluyen estrictas restricciones a la construcción, aunque a algunos habitantes de Al Walaja les otorgaron derechos de residencia.
Años 70
En la cima del nuevo pueblo había una base otomana, que posteriormente fue tomada por los británicos, por los jordanos y luego por el Ejército israelí. Durante los años 70, el sitio se transformó en un asentamiento judío llamado Har Gilo, considerado ilegal por las leyes internacionales. Este asentamiento, junto a otro, bloquea a Al Walaja por ambos lados. En los balcones ondean banderas israelíes.
Salim dice que casi no hay diálogo entre las comunidades. “Hasta ahora han sido amables”, cuenta mirando el muro fortificado que rodea el asentamiento.
Años 2000
A principios de los años 2000, Israel comenzó la construcción de una frontera como respuesta a la violencia en el país, que incluía a terroristas suicidas. Al Walaja quedó aún más limitada, encontrándose más aislada por el muro de cemento. El trazado original de la frontera habría cortado el pueblo existente en dos, pero el Tribunal Supremo de Israel lo dejó en suspensión. Ahora el muro rodea a Al Walaja por tres lados y aísla al 30% restante.
“Se ha convertido en un asedio al pueblo”, afirma Khader Al Araj, de 47 años, alcalde, mientras revuelve un cajón de metal lleno de mapas. “Nos han arrebatado toda nuestra tierra”.
2018
Ahora con 2.600 habitantes, Al Walaja sigue existiendo pero su futuro es, como mínimo, endeble. En la última década, la policía israelí ha colocado un puesto de control en el valle que no permite el paso a la mayoría de los habitantes. Los campos que han quedado aislados siguen sin cultivar, mientras que el Ayuntamiento de Jerusalén ha demolido decenas de hogares. Y muchas más tienen orden de demolición pendientes.
Al Walaja también está perdiendo lo que una vez fueron famosos manantiales. El más grande, al pie de la colina, está rodeado por alambre de espino y las cabras de los campesinos ya no pueden beber allí.
La amenaza más reciente es aparentemente distinta: un parque nacional israelí en el valle. La Unión Europea dice que los parques nacionales en territorios ocupados son utilizados para evitar que los palestinos construyan. La autoridad de los parques dice que apoya la agricultura, pero que no permitirán “construcciones ilegales”.
En el último año se ha añadido una frontera con una cerca de alambre de espino de cuatro metros de altura. Instalarán un puesto de control policial en territorio de Al Walaja que separará a los habitantes del resto de su territorio. Los planes israelíes se han demorado por objeciones legales, pero al final han podido llevar a cabo la mayor parte de ellos.
A pesar de todo, Al Walaja parece uno de los pueblos más encantadores de Tierra Santa. Las sinuosas calles están decoradas con flores y albaricoques, que los habitantes dicen que han plantado por el orgullo que sienten por el pequeño trozo de tierra que aún les queda. Al considerarse un símbolo de la destrucción de la vida palestina, Al Walaja ha conseguido financiación de Estados que apoyan lo que el pueblo representa. Las calles están llenas de placas de agradecimiento a varios gobiernos por los fondos para la pavimentación de aceras y calles.
Al Araj parece agotado, pero cree que parte de la batalla es mantener la dignidad: “Nos esforzamos muchísimo para que el pueblo esté bonito”.
Traducido por Lucía Balducci