Las políticas ecologistas en Canadá provocan un auge del independentismo en una provincia rica en petróleo

Leyland Cecco y David Agren

El día después de que Justin Trudeau volviera a ganar las elecciones generales, Larry Kitz, un agricultor de Alberta, una provincia situada en el oeste de Canadá, entró en Internet e hizo un donativo a un partido político que tiene un objetivo principal: independizarse. Según Kitz, la secesión es la única causa que en este momento da una respuesta a su creciente frustración con el gobierno federal del país.

“Es como estar en una mala relación con alguien que constantemente te chupa hasta la última gota de sangre”, explica. “Por un lado, se quedan con nuestro dinero y por el otro se quieren cargar la industria energética. Tarde o temprano tendrás que salir de esa relación”. Todos estos años de recesión y un mercado energético anémico han contribuido a alimentar un movimiento separatista en alza. En esta provincia, la industria de combustibles fósiles vivió años atrás un momento de crecimiento pero ahora arrastra la economía a la quiebra.

Esta región, que a menudo recibe el nombre de la “Texas de Canadá” tiene algunas de las mayores reservas de petróleo del mundo, pero la falta de oleoductos ha dificultado enormemente que este producto entre en el mercado. La sobreabundancia resultante ha mantenido el precio del petróleo canadiense significativamente más barato que el de otros países productores, y los economistas estiman que Alberta ha perdido más de 130.000 puestos de trabajo en el sector energético desde 2014. Las empresas extranjeras han optado por irse de la región.

La indignación contra el partido liberal en el gobierno es evidente. En las elecciones de octubre, el partido de Trudeau perdió sus cinco escaños en Alberta y Saskatchewan, a pesar de que su gobierno había invertido miles de millones en un polémico proyecto de oleoducto.

Las políticas centradas en la reducción de las emisiones de CO2 y el hecho de que esta provincia conservadora depende de la industria petrolera no han hecho más que alimentar esta oposición. “La gente se siente maltratada. La situación económica es mala pero, además, tenemos un gobierno que con sus políticas no hace más que empeorar la situación. Y es por ese motivo que los ciudadanos están enfadados con el gobierno federal”, señala Amber Ruddy, estratega política del lobby conservador Counsel.

Para dar respuesta a una crisis que amenaza la unidad del país, Trudeau nombró la semana pasada a un nuevo asesor para las provincias del oeste de Canadá y movió a una de sus aliadas de más alto rango, la ex ministra de Relaciones Exteriores, Chrystia Freeland, a un nuevo cargo para que sea ella la que se ocupe de las negociaciones con los gobiernos provinciales.

Sin embargo, estas medidas pueden no resultar suficientes para cambiar la opinión de muchos ciudadanos de Alberta, donde ha ido creciendo la percepción de que al gobierno federal la crisis económica de la región le es indiferente. Los políticos populistas se han aferrado a esta percepción para ganar terreno.

Aunque la independencia sigue siendo una causa minoritaria, todo indica que ha ganado fuerza. En un reciente mitin con más de 700 asistentes en la ciudad de Edmonton, el líder del recién formado partido 'Wexit' dijo a la multitud que tenía la intención de presentar 543 firmas a la junta electoral canadiense para que su movimiento fuera designado un partido federal.

“El este de Canadá tiene una determinada mentalidad, una voluntad de tenernos atados”, afirma el líder del partido, Peter Downing, un agente de policía retirado. “En realidad, es una mentalidad colonialista y estamos hartos. Queremos independizarnos”. Downing, que anteriormente se había presentado como candidato para el partido de derechas Christian Heritage [herencia cristiana], dice que el suyo es un partido que no excluye a ningún grupo. Sin embargo, lo cierto es que ha hecho comentarios racistas contra los inmigrantes y las comunidades indígenas.

Y aunque Downing y otros han presentado la creciente frustración de esta provincia como consecuencia de las políticas más recientes del gobierno, lo cierto es que la mala relación de las provincias del oeste con el resto de Canadá viene de lejos. A principios de la década de los ochenta, esta región se reveló contra el padre de Justin Trudeau, el primer ministro Pierre Trudeau, después de que éste propusiera ejercer un mayor control federal sobre los yacimientos petrolíferos del país como una forma de protegerse contra la influencia de la Opec, en detrimento de los ingresos de la provincia de Alberta. La política, conocida como el Programa Nacional de Energía, fue muy polémica y socavó la posibilidad de que esta región diera su apoyo a los liberales.

Si nos remontamos aún más atrás, las provincias del oeste se consideraban unos colonos y creían que sus esfuerzos servían para alimentar al este del país. Una conocida caricatura de 1915 llamada “La vaca lechera” representaba a los granjeros de Alberta, Saskatchewan y Manitoba trabajando duro para alimentar a una vaca, mientras que los banqueros con sombrero de copa se quedaban con la leche del animal y la ponían en cubos con las etiquetas de “Ottawa”, “Toronto” y “Montreal”.

“La gente necesita un mito. Se han tragado el mito del Oeste de ”mójate, somos unos inconformistas, podemos hacerlo'. Sin embargo, no reconocen la inmensa suerte de vivir en un lugar que no sólo es hermoso, sino que está dotado de recursos naturales que son increíbles“, señala Aritha Van Herk, autora y profesora de inglés en la Universidad de Calgary. ”Eso no es una virtud. Es un accidente geológico“.

Gran parte de la frustración actual está vinculada a un sistema de financiación arcano pero cada vez más polémico llamado “igualación”, por el que el dinero recaudado por el gobierno federal de todas las provincias se redistribuye entre los más necesitados. Muchos habitantes de Alberta creen que esa política es injusta; Downing lo describe como una “expropiación”.

Según Trevor Tombe, economista de la Universidad de Calgary, la ciudadanía tiene una concepción errónea de la política de igualación. A pesar de la recesión, los ingresos en Alberta siguen siendo más altos que en cualquier otro lugar de Canadá y la provincia tiene la mayor concentración de personas que ganan más de 100.000 dólares anuales. “En el fondo, se trata de una lucha por estas partidas. Es por eso que Canadá existe, explica Tombe, señalando que las disputas se remontan a un siglo atrás.

La floreciente causa separatista ha encontrado pocos simpatizantes en el resto del país. Muchos en el Canadá atlántico todavía recuerdan la devastación económica provocada por el cierre forzado por el gobierno de la industria del bacalao. Ontario, la provincia más poblada, ha visto desaparecer cientos de miles de puestos de trabajo en la industria manufacturera en los últimos años. Y en la Columbia Británica, la recesión en la industria forestal ha afectado a varias ciudades pequeñas.

De hecho, Aritha Van Hehrk puntualiza que la propia geografía conspiraría contra una Alberta independiente. “Alberta estaría rodeada por los cuatro lados. No tendría salida al mar. Estaría rodeada de naciones extranjeras. Y en cinco minutos y medio nos anexionaríamos a Montana”, afirma.

Van Herk ve la plataforma secesionista como una muestra de oportunismo político de una pequeña minoría. Sigue siendo optimista y cree que un debate nacional sobre un reparto justo entre regiones podría reparar la creciente brecha. “Esta división es parte del discurso de un país realmente grande, que necesita mucho dialogo para mantenerse unido”, señala. “Una de las grandes virtudes de Canadá es que se mantiene unida como un acto virtual de imaginación, atada con cuerda y cinta adhesiva.”

Traducido por Emma Reverter