- OPINIÓN: Reino Unido está en guerra con Yemen y nadie lo sabe, Owen Jones
Cuando empezaron a caer bombas sobre Saná el miércoles, Hisham al-Omeisy corrió a buscar a sus hijos de la escuela. Abajo, en un sótano protegido por un cristal blindado, los niños y sus compañeros de clase entonaban una canción con los profesores con la esperanza de aislar sus mentes de lo que estaba ocurriendo afuera.
“Te hace sentir desprotegido e impotente, desde luego”, dice Omeisy, analista político de profesión. “El momento más escalofriante llega cuando los aviones vuelan en círculos, te vas al sótano y lo único que haces es abrazar a tus pequeños y rezar. Sabes que eres inútil si una bomba estalla en tu casa, no hay nada que puedas hacer para protegerlos. El edificio se derrumbará sobre tu cabeza. Es una especie de situación desesperada en la que maldices sobre todo. No hay paraísos redentores”.
Un informe de la ONU que se ha filtrado, en el que analiza la campaña de bombardeos encabezada por Arabia Saudí en Yemen, ha desvelado que se han producido ataques extendidos y sistemáticos sobre objetivos civiles, violando el derecho internacional humanitario. Unas revelaciones que no sorprenden en absoluto a Omeisy.
Durante diez meses, la coalición liderada por los saudíes ha bombardeado Yemen con el objetivo de someter a los Huthi, grupo rebelde del norte –vinculado a Irán– que pretende destituir el gobierno respaldado por Riad. Pero, en lugar de declarar una guerra abierta a Arabia Saudí, el expresidente Ali Abdalá Saleh ha enzarzado a su ejército y a sus aliados en una confrontación regional de alto riesgo con Teherán. Este enfrentamiento ha provocado una miseria y destrucción incomparables en Yemen, que ya era el país más pobre del mundo árabe.
Fuentes oficiales de la ONU estiman que la intervención militar ha dejado 8.000 muertos, incontables heridos y el 80% de la población del país en necesidad de ayuda humanitaria. La gente de la calle sufre las consecuencias de la implacable campaña aérea mientras que, sobre el terreno, la guerra de los Huthi y sus aliados contra la resistencia local lleva a la desesperación. “La clave es que, desde hace 10 meses, la gente se ha quejado de que los ataques aéreos no se centran solo en objetivos militares e impactan contra casas y zonas residenciales. Pero, por desgracia, el mundo entero lo ignora”, lamenta Omeisy.
Para los habitantes de Saná, donde no hay protección antiaérea, el único refugio posible son los sótanos. “No hay sirenas, se escuchan directamente las bombas y no te queda otra que bajar al sótano o a los niveles más subterráneos”, cuenta. La campaña aérea ha afectado a casi cualquier nivel de la vida cotidiana. Hay un poco de tráfico en las calles, para preservar ciertas necesidades. Las bombas no siguen una rutina, pero fueron continuas durante el mes del Ramadán, la festividad de Eid al-Adha e incluso en las horas del rezo, según relatan los locales.
El ruido de los aviones es tan cotidiano que, en ocasiones, la gente no se preocupa de correr escaleras abajo y esconderse. En cambio, se informan a través de las redes sociales sobre los últimos ataques para intentar adivinar cuál será el siguiente. “Como civil, el principal temor al que te enfrentas es a morir en cualquier momento”, dice Radhya Mutwakel, cabecilla de Mowatana, la comisión de vigilancia por los derechos humanos en Saná. “Nada te salva del peligro por tierra o por aire”.
La organización de Mutwakel ha reportado 44 incidentes en los que los ataques aéreos asesinaron a un total de 615 civiles, muchos de los cuales no vivían cerca de zonas militares. Los misiles se lanzaron sobre hogares residenciales, presuntamente dirigidos sobre blancos de Huthi, aunque casi nunca están donde se les busca. Mutwakel reconoce que los objetivos se han desdibujado en el transcurso de la guerra, iniciando lo que define como un campaña sin precedentes con arrestos arbitrarios, detenciones y desapariciones de los adversarios políticos.
Según la activista, en Taiz, la tercera ciudad de Yemen asediada por los Huthi –donde limitan la entrada de comida y medicinas–, han bombardeado los vecindarios civiles de manera indiscriminada. “Es un castigo colectivo contra la población civil”. Sadek, ciudadano de Taiz, describe situaciones de abusos contra aquellos residentes que los rebeldes consideran sospechosos de colaborar con aliados de la coalición sobre el terreno. También han establecido límites en la cantidad de comida que entra en una ciudad de la que es casi imposible escapar. “El precio de los alimentos de primera necesidad se ha triplicado y, en ocasiones, se ha multiplicado por diez”, relata. “Casi toda la gente que queda es pobre y muchos de estos pobres no pueden apenas comprar comida”.
Los atentados contra instalaciones médicas se han incrementado. Tres clínicas de Médicos Sin Fronteras (MSF) han sido atacadas en el último trimestre. “MSF está profundamente preocupado porque el conflicto de Yemen se está desarrollando con total desconsideración hacia las reglas de la guerra, con consecuencias humanitarias terribles”, manifestó en un comunicado la directora ejecutiva de MSF Reino Unido, Vickie Hawkins. Describió los atentados contra instalaciones médicas como parte de un “asalto a mayor escala contra la población yemení por todas las partes de esta guerra”.
“Instamos al Gobierno británico a apoyar las investigaciones de cualquier posible violación del derecho internacional humanitario. Londres está apoyando una guerra sin límites y debe reafirmar su compromiso con el derecho internacional humanitario”, dijo Hawkins. Los yemeníes lamentan que la guerra ha destrozado el país y que podría no reconstruirse jamás, como ocurre con otros Estados-nación en desintegración en Oriente Medio.
Ahora los padres cuelgan con orgullo fotos de sus hijos adolescentes combatiendo en el frente a un lado o al otro. Mutwakel cree que muchos niños son ahora prisioneros de guerra. “Lo cierto es que el tejido social de todo el país se ha hecho trizas”, valora Omeisy, el analista de Saná. “Las injusticias se han agravado, harán falta décadas para reparar eso. Ahora hay mucho odio”, lamenta.
Traducción de Mónica Zas