Trump en el banquillo: ¿el principio del fin o el mejor de los regalos?
Un procesamiento judicial suele ser una condena de muerte para cualquier carrera política, pero con Donald Trump las leyes de la gravedad no siempre aplican. En su paseo por el juzgado hace unas horas no parecía derrotado, sino más bien lo contrario. Saludando de lejos a la multitud, en directo en todas las televisiones, parecía de nuevo 2016. Trump vuela alto en las encuestas y está encantado en su papel favorito: el de víctima. ¿Es sólo un espejismo, un último gesto desafiante antes de caer definitivamente? ¿O, por el contrario, este juicio es un salvavidas para la enésima resurrección política del expresidente?
Es difícil saberlo. Por un lado es evidente que, en el corto plazo, el procesamiento ha dado nuevos bríos a su campaña. Ha recuperado la atención del público y los medios, algo que le estaba costando. Además su imputación ha obligado a muchos republicanos, incluidos sus enemigos, a salir en su defensa ya que una parte importante de los votantes del partido no perdonaría otra cosa. Esa simpatía se puede medir: su campaña dice haber recaudado más de 7 millones de euros en donaciones en cuatro días y la misma encuesta que hace dos semanas le daba 14 puntos de ventaja sobre su principal rival republicano hoy le da 29.
Sin embargo, hay que mirar más allá. Los mismos conservadores que hoy están indignados por el paseíllo de Trump pueden tener motivos para apoyar a otro candidato cuando vayan a votar en las primarias republicanas de la primera mitad de 2024. Por mucho que simpaticen con el expresidente, para la gran mayoría de esos votantes la gran prioridad será quitarse de en medio a Biden después de su primer mandato, y eso les obliga a un frío cálculo: ¿es Trump la mejor opción? ¿Puede ganar, incluso si compite desde la cárcel?
Porque por encima del espectáculo hay una realidad judicial: Trump está acusado formalmente de 34 delitos, cada uno de los cuales puede suponerle hasta 4 años de cárcel. Su culpabilidad o inocencia va a ser determinada por un jurado de ciudadanos de Manhattan, un lugar donde es extremadamente impopular (sólo el 12% votó por él allí en 2020). No es la mejor situación de partida, pero Trump tampoco es un acusado cualquiera. El expresidente ya habla de llevarse el juicio a una sede más “justa” y sus abogados podrían intentar retrasarlo hasta incluso pasadas las elecciones presidenciales de 2024.
Una absolución sería una victoria política enorme para Trump y no es enteramente imposible. Aunque el fiscal, un cargo electo demócrata, está convencido de que sus argumentos legales son sólidos, la cuestión es compleja. Tiene que demostrar no ya que Trump pagó a varias mujeres para que no revelaran sus infidelidades en plena campaña, sino que el expresidente orquestó una falsedad contable para que su empresa cubriera los sobornos. Algunos expertos creen que la base jurídica para condenarlo es compleja y que la Corte Suprema, con su mayoría conservadora, podría intervenir para tener la última palabra.
Por supuesto que para cualquier otro político sobrevivir a un escándalo así sería impensable, independientemente del veredicto. La mayoría renunciaría a su candidatura sólo para no pasar por el bochorno de la estrella porno, los sobornos y el circo televisado, pero Trump no es como la mayoría. El público ya le ha visto en situaciones tan o más denigrantes y su popularidad entre los votantes republicanos no se ha visto gravemente afectada. Por eso también algunos demócratas no están muy felices con este procesamiento.
Es la postura, por ejemplo, del estratega de Obama David Axelrod: “De todas las cosas por las que se investiga a Trump, el soborno a Stormy Daniels es probablemente la menos significativa. Si va a ser procesado por algo, esta es probablemente la que escogería para luego decir que todas las acusaciones contra él son una persecución política”. Desde luego eso es lo que está haciendo Trump, mientras millones de ciudadanos se preguntan por qué responde por este posible crimen antes que por otros más graves como la organización de un golpe de estado el 6 de enero de 2022 o por haber intentado cometer fraude electoral.
Y esa es quizás la última clave: para Trump es el primer encontronazo judicial, pero no tiene por qué ser el último. Por mencionar sólo algunos casos: le están investigando en Georgia por presionar a un cargo electo de su partido para alterar el recuento de votos y darle la victoria, tiene abiertas varias causas relacionadas con el asalto al Capitolio que promovió, la fiscalía del estado de Nueva York le investiga por fraude empresarial y el Departamento de Justicia por quedarse con documentos clasificados y negarse a devolverlos. Cualquiera de estos casos podría estallar en un nuevo procesamiento entre hoy y las elecciones presidenciales de noviembre de 2024.
Si lo de hace unas horas ha sido para Trump el principio del fin o el mejor de los regalos, todavía no lo sabemos. Ya ha salido vivo de muchos escándalos y hay muchos millones de republicanos que todavía hoy siguen dispuestos a apoyarlo aunque “dispare a alguien en plena Quinta Avenida”. Por otro lado, incluso ellos saben que elegir a un presidiario como candidato es regalarle otros cuatro años en la Casa Blanca a Joe Biden. Su futuro se decide en las urnas, pero también en los juzgados. Los republicanos empiezan a votar quién será su candidato en febrero del año que viene, pero los tribunales pueden inmiscuirse.
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