A primera vista, y con el añadido de la reciente toma de Severodonetsk, la caída de Lisichansk en manos rusas podría interpretarse como un rotundo éxito militar de Moscú. En el marco de la ofensiva que viene desarrollando desde hace ya casi tres meses, con el objetivo de controlar la totalidad del Donbás- es decir, los 53.000 kilómetros cuadrados que comprenden los oblast de Donetsk y Lugansk-, Rusia puede decir que ya domina el segundo de ellos y que nada detendrá su avance hacia Kramatorsk, con intención de completar la tarea.
La cruda realidad, sin embargo, no parece confirmar esa imagen. En primer lugar, hay que recordar que lo que ahora sucede sobre el terreno deriva del fracaso del plan inicial ruso, que consistía en entrar en Kiev para eliminar a Volodímir Zelenski y colocar en su lugar a una marioneta que, de inmediato, pidiera auxilio militar a Moscú y renunciara definitivamente a Crimea y al Donbás. La resistencia del propio presidente ucraniano, de sus fuerzas armadas y de su población- todavía sin ayuda militar significativa desde el exterior- desbarató aquella opción. Pero es que, además, como resultado tanto de sus propias deficiencias tácticas y logísticas como del extraordinario rendimiento de las unidades ucranianas, la actual ofensiva rusa no ha tenido más remedio que rebajar su nivel de ambición. Así, ha pasado de un primer intento de avanzar rápidamente a través de un frente de unos mil kilómetros con el objetivo de controlar todo el Donbás y llegar hasta Dnipro, embolsando de paso a todas las unidades ucranianas desplegadas al este del río Dniéper, a una realidad más ramplona, limitada a aplastar la resistencia en el llamado saliente de Izium.
Una defensa ucraniana exitosa
El dato que más rotundamente obliga a reconsiderar el posible entusiasmo ruso es que, desde que comenzó la ofensiva, el avance de sus tropas ha sido tan reducido que tan solo han podido añadir unos escuálidos 1.500 kilómetros cuadrados al terreno que ocupaban anteriormente. Eso significa, por supuesto, que Rusia continúa progresando, pero también que su avance va acompañado de unas pérdidas insoportables en hombres y en material, y de reveses tan notorios como la pérdida de terreno en zonas como Járkov- con tropas rusas teniendo que replegarse hasta su propio territorio-, Jersón- que estaba en manos rusas desde el inicio de la invasión- o la isla de la Serpiente. Eso quiere decir que, en la medida en que Kiev ha ido recibiendo un creciente suministro de armas, las fuerzas ucranianas han podido realizar contraataques exitosos y una defensa en profundidad que les ha permitido revertir la situación en algunos casos y ganar tiempo en otros.
Y si esa es la lectura que se extrae de lo ocurrido hasta ahora, lo que viene a continuación no parece que vaya a traer mejores noticias para los planes militares de Vladímir Putin. Si en clara inferioridad de condiciones Ucrania ha podido aguantar la embestida de ese modo, cabe suponer que ahora, con la entrada en servicio de material mucho más sofisticado y preciso- como los obuses Caesar y M777, los lanzacohetes múltiples M270 y los lanzamisiles múltiples HIMARS M142-, los artilleros ucranianos podrán batir objetivos- baterías enemigas, bases logísticas, depósitos de munición- que antes estaban fuera de su alcance.
Tres estrategias a favor de Rusia
Lo que de ahí se deduce es que Ucrania dispone ahora de mejores y mayores medios para seguir soñando con la victoria- idealmente traducida como la recuperación completa de todo su territorio-, aunque las pérdidas humanas y la destrucción física sean muy cuantiosas. Pero Rusia, que rehúye definir lo que entiende por victoria, aún cuenta con superioridad de medios, tanto humanos como materiales, para mantener su empeño de anular la existencia de Ucrania como Estado independiente. Lo previsible, en consecuencia, es que los combates continúen por un tiempo indefinido. Un tiempo con el que Moscú puede jugar a su favor manejando tres armas muy distintas.
La primera, y cada vez menos relevante, es la militar. La victoria militar definitiva está fuera del alcance de Rusia, si por ello se entiende una rendición completa de Kiev y el dominio ruso de todo el país. Pero lo que sí puede lograr en las próximas semanas es tomar algunas zonas más del Donbás, mientras pone a prueba la voluntad de quienes apoyan a Ucrania desde el exterior con las otras dos armas a su alcance: los hidrocarburos y los cereales. Moscú calcula que sin el apoyo exterior la resistencia ucraniana terminará cediendo; por tanto, la clave es cortar el suministro de gas y petróleo a los países europeos que respaldan a Kiev, buscando una reacción ciudadana en dichos países que lleven a sus gobiernos a cortar el apoyo a Zelenski o, al menos, a presionarlo lo suficiente para que acepte un acuerdo con Moscú por el que renuncia a parte de su territorio. Y algo similar ocurre con su decisión de bloquear los cereales ucranianos buscando que eso provoque una oleada migratoria hacia Europa.
Eso, mirando hacia el próximo invierno, le permitiría enfriar la guerra en el punto que más le interese, con el propósito de reactivarla más adelante a su gusto; dejando por el camino un mensaje de abierta voluntad de poder frente a un Occidente que, una vez más, habría accedido al chantaje. ¿Será así?
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)