Los datos no dejan lugar a dudas. En mitad de una crisis económica y de una pandemia, el gasto que los Estados dedican a la defensa no hace más que aumentar. Según el SIPRI, en 2019 el gasto militar mundial alcanzó la cifra récord de 1,77 billones de euros y, a la espera de conocer los datos consolidados del pasado año, para 2021 la consultora Deloitte prevé que habrá un incremento del 2,8%, para llegar dos años más tarde a los 1,94.
Lo mismo está ocurriendo en relación con el comercio mundial de armas, dado que en el periodo 2014–2019 se registró un aumento en las operaciones de compraventa del 5,5% con respecto al quinquenio 2010–2014, con Estados Unidos claramente en cabeza como principal vendedor, España ocupando el séptimo lugar y Arabia Saudí posicionado como primer importador. En 2019, las cien mayores empresas del sector, de las que 41 son estadounidenses, 15 de países de la Unión Europea (UE), 10 británicas y 8 chinas, facturaron un total de 483.800 millones de euros, un 7,4% más que un el año anterior.
Se trata de una dinámica en la que también encaja el conjunto de la UE. En 2019 de los 26 miembros de la Agencia Europea de Defensa, Dinamarca es el único que no está integrado, fueron 23 los que aumentaron su gasto en ese campo, llegando a un total de 186.000 millones de euros. De este gasto, 11.281 de ellos serían de España, siguiendo los criterios de la OTAN. No solo se trata de una cifra récord, sino que supone la consolidación de una tendencia alcista que se inició en 2015, revirtiendo un registro a la baja de los diez años anteriores. Esa cifra supuso una subida del 5% respecto a la registrada un año antes y equivale al 1,4% del PIB conjunto de los 26.
Compromiso con la OTAN
Uno de los factores que más han impulsado esa tendencia alcista es el compromiso adquirido en la cumbre de la OTAN de 2014, donde acordaron alcanzar en diez años el 2% del PIB de cada uno dedicado a la defensa, 20 de los Veintisiete son miembros de la Alianza. A eso se suma tanto la creciente percepción de que Estados Unidos ya no es un aliado fiable (Angela Merkel dixit), como la amenazante asertividad de Vladimir Putin, sobre todo tras la anexión de Crimea en 2014, el Brexit –aunque son los británicos los que más van a perder, es obvio que la UE también pierde con su salida–, y la progresiva toma de conciencia de que la profundidad de la crisis hace imposible a cualquier Estado en solitario poder cubrir sus necesidades en este terreno.
En términos políticos ese impulso se ha ido concretando, a partir de la aprobación de la Estrategia Global de la UE en junio de 2016, en la búsqueda de una autonomía estratégica que todavía se aproxima lejana. Esa aspiración se ha reflejado en las declaraciones del presidente francés, Emmanuel Macron, refiriéndose a la muerte cerebral de la OTAN y a la necesidad de aspirar a la soberanía estratégica de la Unión, de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, resaltando el carácter geopolítico de su equipo, y del alto representante de la UE para la política exterior y de seguridad, Josep Borrell, planteando que la UE debe dejar de ser el campo de juego y convertirse en un jugador capaz de emplear el lenguaje del poder. Estos son indicios de la mayor ambición de la UE para dotarse de una voz propia en el escenario internacional, aunque las discrepancias internas sean aún notables entre los llamados atlantistas, básicamente los países del este, que prefieren seguir contando con la OTAN como principal cobertura de seguridad, y los europeístas, con Francia a la cabeza, más interesados en potenciar el papel de la Unión en todos los ámbitos.
El servicio diplomático europeo
La UE sigue dando pasos, con errores incluidos, para completar el proceso de unión política y convertirse en un actor de envergadura mundial. En el campo diplomático acaban de cumplirse diez años del arranque del Servicio Europeo de Acción Exterior, al tiempo que va cobrando forma una base industrial para la defensa, la ya citada Agencia, unos órganos de planificación y dirección de operaciones, aunque todavía no existe un Cuartel General Estratégico, unidades operativas, aunque los Grupos de Combate, aprobados en 2005, no han sido utilizados en ninguna de las más de treinta operaciones lanzadas hasta ahora, y hasta unos fondos específicos en esta materia, como el Fondo Europeo de Defensa, dotado con 13.000 millones de euros para el periodo 2021–2027. Son medidas controvertidas, que algunos ven como un signo inequívoco de un militarismo trasnochado, pero que para otros son imperativos realistas en la defensa de los intereses propios. El fiasco de Borrell en su reciente visita a Moscú es una buena muestra del riesgo que se corre cuando las palabras no están respaldadas por una voluntad y una capacidad real para hacer frente a los bofetones, aunque sean únicamente diplomáticos.
Tiene, por supuesto, sentido apostar por la autonomía para defender los intereses de una Unión que se considera, con todas sus carencias, el club más exclusivo y más seguro del planeta. Y eso incluye contar, como último recurso, con un sistema de defensa creíble. Pero también lo tiene, y más aún en mitad de una crisis sistémica como la que padecemos, atender a las necesidades sociales de una población crecientemente vulnerable y frustrada. La clave, como siempre, está en decidir la adecuada ponderación entre medios finitos para atender necesidades infinitas. Ojalá sepamos hacerlo.