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Venecia tras la COVID-19: bella, silenciosa... y al borde del colapso económico

Durante años Venecia ha sido, a los ojos de los italianos, el símbolo de la masificación turística y su impacto en las ciudades y sus habitantes. En 2017, había una media de 500 turistas por kilómetro cuadrado y, antes de la pandemia de coronavirus, cualquiera que visitara Venecia, en julio o en Navidad, durante el Carnaval o en septiembre para el Festival de Cine, no podía dejar de notar que la ciudad estaba tomada por el turismo internacional.

Los alquileres cada vez más caros y las dificultades para acceder a servicios básicos como el transporte público entre hordas de turistas, empujaron a muchos venecianos a abandonar la ciudad a lo largo de los años, haciendo que la población total se redujera a unas 70.000 personas. El auge del turismo, sin embargo, ha impulsado la economía transformando a Venecia en una ciudad orientada casi exclusivamente a este sector, llena de hoteles, tiendas de lujo y restaurantes, pero con muy pocas empresas industriales y tecnológicas.

La COVID-19, que ha castigado con dureza a Italia, lo ha cambiado todo. En menos de tres meses, Venecia ha pasado del turismo masivo a no tener ni un turista por sus calles. La semana pasada solamente eran venecianos los que las recorrían, muchos de ellos angustiados por los efectos económicos. “Sin turistas Venecia está condenada a la pobreza”, dice Matteo, que tiene 30 años y trabaja en la tienda de su familia. Una señora se para a escuchar, asintiendo, y añade en dialecto veneciano: “Antes del virus estábamos siempre rodeados de turistas, ahora no hay nadie. Mi nieto ha perdido su trabajo, y mi nieta más joven también está esperando a ver qué pasa. ¡Así nos acabaremos muriendo todos de hambre!”

Laura Sánchez regenta un quiosco a unos pasos de la estación de trenes que suele estar repleta, pero ahora está prácticamente desierta. “La situación es terrible, solo vendo unos cuantos periódicos a los venecianos. Ojalá este verano vengan al menos los italianos de las otras regiones”. Antes trabajaban tres personas en el quiosco, ahora solo está ella. “Sin turistas esta ciudad está condenada”, agrega esta mujer peruana con cierta resignación.

Silencio, agua transparente y preocupación

Recorrer Venecia sin turistas es una experiencia extraña, casi desconcertante. Hay muy poca gente en las calles y en las pequeñas plazas: unas señoras yendo a la compra, unos ancianos leyendo el periódico en los bancos que normalmente están siempre ocupados, unos niños jugando... Predomina el silencio. El agua de los canales está transparente y en abril la noticia del avistamiento de una medusa causó sensación. Varios venecianos entrevistados por eldiario.es lo confirman: la ciudad nunca ha estado tan limpia y hermosa.

Pero para los gestores de restaurantes, tiendas y bares, la desaparición de los turistas es una catástrofe financiera. Muchos de ellos tienen que continuar pagando alquileres desorbitados, que pueden incluso superar los 10.000 euros mensuales, a los que se suman los impuestos y las facturas.

Marco tiene 55 años y trabaja en una cooperativa de taxis. Afirma que Venecia siempre ha sido una isla feliz, desde el punto de vista económico, porque los turistas siguieron llegando incluso después del 11-S y de la crisis económica de 2008. “Pero esta situación es devastadora”, admite, y añade que el contable ya ha anunciado que no será posible mantener a las 18 personas que trabajan en su cooperativa. Los expertos vaticinan que el turismo tardará dos años en volver a los niveles previos a la emergencia. “Demasiado tiempo”, añade Marco.

Entre los directores de hotel también hay mucho pesimismo. Los entrevistados por eldiario.es explican que no tienen ninguna reserva (o casi) para junio, y muy pocas para julio o agosto. Temen perder por completo la temporada alta en la ciudad.

Aunque Italia se ha adentrado en su desescalada, son muchos los bares, restaurantes y tiendas que todavía no han vuelto a abrir, y muchos corren el riesgo de no poder hacerlo nunca. Caminando por la ciudad se ven obituarios colgados en las persianas metálicas y en los escaparates de las tiendas cerradas: “Sin ayuda morimos, si reabrimos fracasamos”.

Muchos de los comerciantes se quejan de haber sido abandonados por las autoridades: las ayudas económicas prometidas por el Gobierno, por ejemplo, aún no han llegado. Carlo, quien prefiere no revelar su apellido, tiene una tienda cerca del puente de Rialto, está descontento con el Ejecutivo de Giuseppe Conte. “Conte es el peor primer ministro que ha tenido Italia. El Gobierno necesitaría a un político como Berlusconi, él sí que nos comprende a los empresarios”, opina.

Andrea Campanella tiene 37 años. Trabaja en la cristalería familiar de Murano, y dice que “nunca” ha visto una crisis tan dura. “Ojalá volvamos a la normalidad lo antes posible, y esperemos que los turistas empiecen a llegar pronto”. Alvise Tiozzo, 28 años, propietario de una freiduría típica veneciana, no se desanima, aunque también afirma que nunca había vivido “una crisis tan dramática”. “Desgraciadamente, los últimos meses han sido muy duros para Venecia: primero la gran inundación en noviembre de 2019, y a finales de febrero ha estallado la pandemia”, explica.

Tres meses del primer caso de coronavirus detectado en Italia, el Gobierno ha defendido que las decisiones tomadas en todo este tiempo han sido “dolorosas” pero han sido las “correctas”. El país, que puso en marcha el primer confinamiento obligatorio en Europa, parece haber doblegado la curva de contagios. “Ha llegado el momento de reiniciar el motor económico y productivo, después de haber superado la fase más aguda de la emergencia, pero el desafío que nos espera no es menos insidioso”, dijo Conte hace unos días. Sobre el turismo, el primer ministro ha insistido en que será “crucial” centrarse en la “movilidad interna” y ha invitado a todos los ciudadanos a quedarse de vacaciones en Italia. “Somos conscientes de que el sector turístico requiere más medidas”, ha reconocido Conte.

Fuga de universitarios

Además del turismo, otro pilar de la economía veneciana son los estudiantes, gracias a las universidades y a los campus situados en la ciudad y en las islas de la laguna. Pero ellos también han desaparecido de la ciudad por la COVID-19, ya que la mayoría se ha reunido con sus familias en otras regiones de Italia. “A mí no me interesan los turistas, sino los universitarios”, explica el gerente de una prestigiosa librería. “No volverán antes de diciembre. ¿Y yo qué hago? ¿Cómo voy a pagar el alquiler?”.

Los estudiantes, por otro lado, sostienen que ya no pueden permitirse pagar alquileres desorbitados –sobre todo teniendo en cuenta que las universidades estarán cerradas durante muchos meses más–, y exigen una reducción de las tasas universitarias. A principios de mayo, por ejemplo, el colectivo estudiantil Liberi Saperi Critici organizó una sentada de protesta que atrajo la atención de los medios nacionales.

“Después de Inglaterra y Holanda, Italia es el país con las tasas universitarias más altas, a pesar de llevar años en crisis económica”, apunta Anna, quien está matriculada en una de las universidades de Venecia. “Y en Venecia los alquileres de las habitaciones son astronómicos. ¿Te parece justo que todos se preocupen por los comerciantes y restauradores y que nadie quiera ayudar a los estudiantes? Se nos trata como a ciudadanos de segunda”.

La situación es tan grave que el ayuntamiento de Venecia, gobernado por una junta de centroderecha, está implantando medidas impensables hasta hace unas semanas, como una reducción de las tarifas a los taxis acuáticos: si hasta hace unos meses, un viaje desde la estación hasta el puente de Rialto costaba 50 euros, ahora cuesta 20 euros.

Solo las tiendas que venden a los habitantes están resistiendo la crisis. “Aquí vienen los extranjeros, pero también los residentes”, afirma Chiara, dependienta en una tienda de cosmética natural. “Tenemos varias clientas de Venecia, así que la cosa no está tan mal. Por supuesto, si solo vendiéramos a los turistas, estaríamos desesperados”. En general, Chiara es optimista: “Es verdad que estamos atravesando un momento dramático, pero Venecia sigue siendo Venecia. Esta crisis pasará, los turistas volverán”.

“Es la oportunidad de cambiar la estructura económica”

El parón causado por el coronavirus ha elevado las voces que consideran que es necesario cambiar de rumbo. Muchos, no solo activistas e intelectuales de izquierdas, sino también empresarios y políticos conservadores, piden repensar el modelo económico de la ciudad, dando más espacio a las nuevas tecnologías y al puerto, y volviendo a centrarse en los residentes y en el turismo de calidad.

Isabella Tomasi gestiona con su marido una pequeña tienda gourmet en la que tanto venecianos como turistas pueden encontrar productos típicos de diferentes regiones del país. “Desgraciadamente, en los últimos años se ha puesto demasiado énfasis en el turismo, y de una manera equivocada”, opina. “El exceso de turismo no es bueno para la ciudad, pero la ausencia de turistas es trágica. Necesitamos un camino intermedio, apostar por el turismo de calidad”.

En la plaza de San Marcos, Giovanni y Filippo, ambos venecianos, estudiantes de Derecho y de Biotecnología medioambiental respectivamente, explican que sin turistas, “la economía de Venecia está realmente luchando por volver a empezar”. “Pero creo que tenemos la oportunidad de intentar cambiar la estructura económica de esta ciudad, centrándonos menos en los turistas y más en los ciudadanos, haciendo que vuelvan”, dice Giovanni. Filippo asiente con la cabeza y añade: “Esta crisis está haciendo que todo el mundo entienda que hemos llegado a un punto de saturación, económico pero también ambiental. Tenemos que empezar de cero, con una nueva conciencia”.

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