Quedan exactamente cuatro meses para las elecciones presidenciales en EEUU y, por miedo a quedarse con la misma cara que hace cuatro años, son pocos los que se atreven a decirlo en voz alta: hoy por hoy, Trump lo tiene difícil para ser reelegido. Cuatro meses son una eternidad y el presidente ha demostrado ya su enorme capacidad de desafiar a las expectativas, pero hagámosle un chequeo completo a su salud política a ver qué sale.
Trump y los otros “perdedores”
¿Se le está poniendo a Trump cara de perdedor? Los estadounidenses suelen darle a sus presidentes una segunda oportunidad. En los últimos 75 años sólo tres han perdido tras su primer mandato: Gerald Ford, Jimmy Carter y George Bush padre. Si comparamos los niveles de aprobación de Trump en las encuestas (aproximadamente un 40%) con cómo iban esos “perdedores” a estas alturas del año electoral, vemos que Ford (45%) era más popular y que Bush padre (38%) estaba en una situación similar. Solo Carter recibía claramente menos aprobados (32%).
Tal vez lo más preocupante para Trump es lo lejos que está de los presidentes que sí lograron la reelección. Todos y cada uno de los que ganaron un segundo mandato estaban a estas alturas mejor en las encuestas de aprobación. Y no todos tenían por delante una pandemia y un desastre económico.
La pandemia y la economía
A cuatro meses para ir a las urnas, Trump convive con una realidad enormemente peligrosa para un presidente: la tasa de paro más alta desde que el país lleva la cuenta. La situación económica de EEUU es un indicador bastante certero de si un presidente logrará o no la reelección y, de momento, no va bien. Trump espera que los votantes recuerden cómo estaban las cosas antes de la pandemia y, de momento, su punto fuerte en las encuestas sigue siendo la gestión económica. El problema es que la espectacular recuperación que promete no es muy probable que llegue a tiempo para noviembre.
La insistencia de Trump en “reabrir la economía” a pesar del coronavirus puede incluso volverse contra él. Varios estados han paralizado su desescalada ante la evidencia de que los contagios se están disparando. Los bares, por ejemplo, han vuelto a cerrar en tres de los estados más ricos del país: Texas, Florida y buena parte de California. Mientras tanto, el presidente se pasea sin mascarilla y dice que el aluvión de nuevos casos se debe a los muchos test que se hacen, obviando que tomando las cifras de todo el país, el porcentaje de tests con resultado positivo está aumentando.
La famosa “curva de contagios” no solo no se aplana, sino que el número de casos crece en 38 de los 50 estados y los expertos del propio Gobierno anuncian que el país va camino de los 100.000 nuevos casos al día. Es pronto para saber si el repunte de contagios traerá una nueva oleada de muertes y colapsos hospitalarios, pero si estas elecciones se convierten en un referéndum sobre la gestión del coronavirus, Trump lo lleva mal: un 57% le da un suspenso. Tal vez por eso el presidente está intentando cambiar de conversación.
Las protestas contra el racismo y Biden “el radical”
Trump está desesperado por evitar hablar de la curva, de la mascarilla o de cómo ha pasado del “todo está controlado” a los 130.000 muertos. Con las protestas contra el racismo policial tras la muerte de George Floyd y el derribo de estatuas, ha decidido que esa es su oportunidad. Si en las pasadas elecciones el argumento racista venía con su famoso muro fronterizo para proteger al país de “los violadores y traficantes mexicanos”, esta vez ha recuperado el eslogan de “ley y orden” que Nixon ya hizo popular para prometer a la América blanca un regreso a la “paz” tras los disturbios raciales de 1968.
Trump sabe que en las últimas elecciones obtuvo tres millones de votos menos que su rival, pero que venció en los estados clave gracias a su dominio de los votantes blancos sin estudios superiores. Cree que puede repetir la táctica de atizar las tensiones racistas, pero de momento no está funcionando. Su gestión de las protestas contra el racismo recibe en las encuestas peor nota incluso que la del coronavirus y parece que ha habido un cambio profundo en la opinión pública: en 2015 solo un 66% creía que la violencia policial era un problema y ahora es el 79%. Entre los blancos se ha disparado del 58% al 74%.
Otro de los grandes problemas que Trump tiene para cambiar de tema es la dificultad de pintar a su rival, el exvicepresidente Biden, como un agitador extremista de la violencia racial. El presidente lo sigue intentando, pero a los estadounidenses les cuesta ver un revolucionario antisistema en ese hombre blanco de casi 80 años que lleva medio siglo en política. Ahora mismo Biden tiene 10 puntos de ventaja en las encuestas nacionales, aunque lo que de verdad preocupa en el trumpismo es su fortaleza en algunos de de los estados clave y su capacidad para atraer a algunos de los que votaron a Trump en 2016.
Por supuesto, aún queda mucho. En las últimas elecciones, las encuestas acertaron bastante con el voto a nivel nacional, pero sus tropiezos en algunos de los estados clave hicieron que la victoria de Trump fuera toda una sorpresa. De aquí al tres de noviembre el presidente seguirá luchando, diciendo que Biden está senil, que es un peligroso radical, un ladrón, un agente extranjero... y veremos en qué queda todo. Lo que es seguro es que, hoy por hoy, a Trump no le van muy bien las cosas.