“Vi cómo tres niñas sobrevivían, pero también cómo otras tres salían envueltas en sábanas”

Helena no lo sabe pero, justo en el momento en el que está rodando una escena en un hotel de Ciudad de México, un edificio frente a su casa en el barrio de La Condesa está a punto de derrumbarse. Jorge tampoco se lo imagina pero, en menos de diez minutos, cuando el temblor cese y salga despavorido a la calle, se va a encontrar con un colegio lleno de niños a punto de desmoronarse.

Ella es española, tiene 29 años y los últimos tres ha estado viviendo y trabajando en Ciudad de México. Jorge nació y vive en la capital, tiene 25 años y supo desde que pisó la calle aquel 19 de septiembre que el terremoto que acababa de sacudirles tendría graves consecuencias. “Para mí el temblor del 85 era una leyenda por así decirlo, una situación que relataban los adultos, pero que nosotros no habíamos vivido”, explica en eldiario.es dos semanas después del último gran terremoto.

El seísmo de magnitud 7,1 en la escala de Ritcher que se produjo el mes pasado afectó con mayor intensidad a Ciudad de México, Morelos, Puebla, Guerrero y Oaxaca. La cifra oficial de muertos asciende a 369, según informó el coordinador nacional de Protección Civil Luis Felipe Puente, pero entre los escombros siguen quedando cuerpos. Muchos creen que esta cifra será mucho mayor. Este no fue el único terremoto que golpeó a México en el mes de septiembre. Concretamente el día 7, otro seísmo de magnitud 8,2 se saldó con casi un centenar de fallecidos.

“Bajé de mi departamento, vi mi coche moviéndose como un barco de papel sobre el asfalto. Había mucho silencio, silencio que se transformó en miradas incrédulas porque una semana antes había temblado la tierra y aquí no había pasado nada. Esta vez la ciudad no lo iba a resistir y la gente lo sabía”, cuenta Jorge todavía consternado.

“En el momento en el que sucedió todo yo estaba trabajando y cuando, ya por la noche, llegué a a mi barrio [La Condesa] me uní a una brigada de reparto de agua y comida. Después hice labores de desescombro”, explica Helena. Desde ese momento y hasta esta semana se ha organizado a través de las redes sociales y grupos de Whatsapp para ayudar. Como ella, miles de personas se olvidaron por unos días de sus trabajos para montar brigadas de ayuda, centros de acopio y conseguir productos básicos como comida, medicinas o ropa. “Te acercabas a la gente y les preguntabas qué necesitaban”.

Ni el uno ni el otro lo dudó un segundo. Los dos salieron a la calle a ayudar sin que nadie lo pidiera. “Vivo a escasos cinco minutos a pie de la escuela que colapsó [Colegio Enrique Rébsamen]. No lo pensé, a esa hora había muchos niños allí. Salí corriendo y, efectivamente, lo que vi es que la escuela estaba completamente derrumbada. Fui de los primeros que llegaron a auxiliar”, cuenta con un cierto orgullo, que se apaga rápidamente.

“Había gente más preparada que yo, sobre todo trabajadores de la obra, albañiles y arquitectos que estaban trabajando por los alrededores. Ellos tomaron la batuta e inmediatamente fueron a buscar las escaleras. En un residencial, frente al colegio, había maestras con listas en donde iban apuntando quién aparecía”, explica Jorge. “Regresé a los escombros, hicimos una cadena humana para sacar trozos del edificio y empezaron a llegar agentes de la policía, la marina y la gendarmería”.

Las primeras cuatro horas en las que Jorge colaboró junto a miles de vecinos fueron cruciales. “Vi cómo tres niñas salían con vida de entre los escombros. Pero también cómo dos adultos y tres pequeñas salían envueltos en sábanas”. Dos días después del terremoto, todavía se consiguió rescatar a gente con vida de entre los escombros de esta escuela al sur de la ciudad.

Jorge perdió la noción del tiempo aquella tarde. Al día siguiente, compró agua y la llevó a los centros de acopio, lugares en torno a los cuales se ha organizado la sociedad civil para seguir prestando ayuda. Dos semanas después, ha vuelto a su trabajo como director comercial en una empresa de transportes: “Para ayudar también tenemos que seguir trabajando”.

Helena ayudó en las labores de desescombro en el barrio de La Condesa, uno de los más afectados. “Había que quitar todo a mano, no podían entrar excavadoras. Iban los topos y los perros. Vivos o muertos había que sacar a la gente entera, nuestra labor era sacar escombro en cubos de pintura”, cuenta la española.

“Nunca te planteas que te pueda caer un edificio encima, edificios enteros. Te genera muchos miedos y empiezas a verlo todo de otra manera”. Ella misma vive en uno de los bloques afectados y ha tenido que cambiar la orientación de su cama por si el edificio de enfrente termina de ceder. Quizá la desalojen.

Los desalojados están ahora en estadios, en albergues o en las casas de amigos y familiares. Helena y unos amigos se han organizado para acudir a albergues de toda la ciudad y realizar animaciones infantiles varias veces por semana. Además, han abierto una cuenta bancaria en la que reciben donaciones de amigos, conocidos y familiares. “Entre un grupo de amigos compramos comida y juguetes, somos una pequeña brigada de acopio”.

La cifra de muertos seguirá aumentando

Por el momento, las autoridades han certificado 369 muertes. Sin embargo, se sabe con total seguridad que la cifra seguirá creciendo. Según apuntaba la semana pasada el diario británico the Guardian, entre los ciudadanos existe el miedo de que las personas más pobres de Ciudad de México, las que trabajaban en una fábrica de Colonia Obrera sin contrato, no se lleguen a contabilizar.

“De manera oficial no hay duda con el número de muertos. Pero la gente no está conforme del todo y ha salido a decir que sospechan de que pudiera haber más personas muertas porque la gente gente que salió a buscar a familiares es mucho mayor que la que se da en cifras oficiales. Aún así, no me atrevería a decir que esto es verdad o que el gobierno trate de esconder cifras reales”, sopesa Jorge.

“No se sabe cuánta gente ha muerto porque todavía no se han podido sacar todos los cuerpos”, concluye Helena, que da menos credibilidad a estas sospechas. “¿Quién sabe? Serán más, pero porque todavía no puede medirse. Yo ya no pienso en cifras, ahora también hay que preocuparse de la gente que ha perdido sus casas”.