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La victoria de António Costa refuerza la posición de los gobiernos del sur en la UE

Andrés Gil

Corresponsal en Bruselas —
31 de enero de 2022 22:40 h

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Los gobiernos del sur han salido reforzados este fin de semana. La continuidad de António Costa, tras unas elecciones anticipadas en las que ha logrado mayoría absoluta, y la de Mario Draghi y Sergio Mattarella, después de una semana de negociaciones para la presidencia de la república italiana, logran reforzar a sendos gobiernos ante una batalla que ya se está librando: cómo gestionar la salida a la crisis.

Costa, además, se ha convertido en el gobernante socialista con mejores resultado electorales en Europa, impugnando el mantra de que los conservadores gestionan mejor la economía. Y, de paso, se ha librado de sus socios parlamentarios por la izquierda, el Bloco y el PCP, que se han situado en mínimos electorales después de seis años de sostener a Costa desde fuera –y no en una coalición de Gobierno como las que sí existen en Italia, España y Alemania, por ejemplo– y de propiciar el adelanto electoral por su rechazo a los presupuestos socialistas.

Italia, como Portugal y el resto de Europa, afrontará un momento difícil con el equilibrio fiscal, la inflación y la tensión geopolítica, lo que supondrá tomar decisiones difíciles. “Y arrastrar de vuelta a Mattarella le dice al resto del mundo que sus políticos no están a la altura”, critica el analista Wolfgang Münchau: “Un probable beneficiario es Giorgia Meloni, cuyo partido [Fratelli D'Italia, de extrema derecha] no votó por Mattarella, a diferencia de la Lega de Matteo Salvini. La votación ha reafirmado su posición como la única líder efectiva de la oposición y la ha diferenciado de Salvini. El presidente italiano no importará mucho si la derecha logra una mayoría absoluta en las próximas elecciones. Y Draghi se habrá ido. Esta elección supone una falsa sensación de seguridad a corto plazo y más inestabilidad a largo plazo”.

“Los políticos italianos han demostrado ser incapaces de unirse detrás de otra cosa que no sea el statu quo, temerosos ante la perspectiva de elecciones anticipadas”, afirma el Financial Times: “Una de las pocas cosas que tendrán en común [los partidos italianos] será el deseo de mantener vivo al Gobierno actual y evitar elecciones antes de la fecha prevista, en la primera mitad de 2023 [cuando ya se debería haber pactado la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por ejemplo]. La elección está siendo bien recibida en particular por Francia, que ha estado trabajando con Roma en propuestas para reformar la gobernanza fiscal de la UE. A Draghi y al presidente francés, Emmanuel Macron, les resultará difícil ganarse al norte fiscalmente conservador para todas sus ideas, incluso después de la salida de los democristianos del poder en Berlín y la llegada de una coalición más favorable a las reformas en Países Bajos. Pero las propuestas, entre ellas la idea de otorgar un trato favorable a las inversiones en proyectos verdes y digitales, tendrán más peso en otros lugares si cuentan con el apoyo activo de Draghi, expresidente del Banco Central Europeo”.

“La estabilidad política ha dominado este fin de semana en Europa”, sostiene el analista del instituto Delors Sébastien Maillard: “En Italia Mattarella sigue siendo presidente y Draghi, jefe de Gobierno. En Portugal, António Costa sigue siendo primer ministro, y con mayoría absoluta. Y en Francia la izquierda se mantiene con numerosos candidatos”, ironiza sobre los múltiples candidatos progresistas –Mélenchon, Jadot, Hidalgo, Taoubira, Roussel– a unas presidenciales que, según las encuestas, terminarán con la reelección de Macron en una segunda vuelta contra algún candidato de la extrema derecha –Marine Le Pen o Éric Zemmour– o, simplemente, de derecha –Valérie Pécresse–.

Una idea de estabilidad que también ha defendido la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, votada por populares, socialistas, liberales y ultraconservadores, también con la bandera de la estabilidad institucional. “El presidente Mattarella puede continuar en la línea de la unidad y la estabilidad en relación con nosotros, con el Parlamento Europeo, con la UE, en unos años venideros en los que habrá muchos desafíos”, recoge La Stampa.

Desafíos europeos

La UE ha gestionado la crisis del coronavirus como no lo había hecho nunca en crisis previas: fondos europeos, deuda común y compra centralizada de vacunas. Pero ¿hay realmente un cambio de paradigma en Bruselas? La UE ha dejado en manos de los países el diseño de las reformas. Es decir, de momento han pasado los tiempos del diktat de la troika y de los hombres de negro para acceder al dinero europeo. La Comisión Europea intenta escaparse de la sombra alargada de la troika al tiempo que emite deuda por valor de 800.000 millones de euros para financiar la recuperación de la Unión Europea, que lucha por salir de la pandemia del coronavirus gracias a las vacunas negociadas y compradas por Bruselas para los 27.

Si se mira en el espejo de una década hacia atrás, el nein rotundo alemán a los eurobonos se ha transformado en que Bruselas esté haciendo las mayores emisiones de deuda conjunta de su historia. Quizá no sean eurobonos en el sentido estricto, pero no se puede discutir que es deuda de la UE emitida por el Ejecutivo comunitario.

Hasta tal punto la compra mancomunada de vacunas por parte de la Comisión Europea ha supuesto un hito, que el Gobierno de España la ha tomado como ejemplo para su propuesta de compra centralizada de gas para combatir la crisis energética. De momento, la Comisión Europea asume en su propuesta de nuevo marco para descarbonizar los mercados de gas, promover el hidrógeno y reducir las emisiones de metano las compras conjuntas y voluntarias de gas y reservas estratégicas ante crisis energéticas.

Por ahora, las primeras respuestas son diferentes a las de hace una década. De cómo sean las siguientes dependerá que realmente se entierren las sombras de la austeridad, los recortes y las troikas. Y en ello tendrá mucha importancia quién gobierne en cada país. De momento, este fin de semana ha apuntalado a los Gobiernos de Portugal e Italia, partidarios de la flexibilidad fiscal, en contra de unos países nórdicos tradicionalmente favorables a la austeridad –traducida en recortes– y con desprecio por la gestión pública del sur.